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Venimos de una Semana Santa de récord. Miles de turistas han poblado nuestras costas, nuestros pueblos, nuestros museos, nuestros restaurantes.
Durante toda la semana completa los hoteles han rozado el lleno. Los atascos a la salida y al regreso han vuelto a nuestras carreteras, con ... más de 11 millones de desplazamientos en apenas 9 días.
Este párrafo lo podrían haber leído ustedes muchos años tal día como hoy. Antes de 2020 en que se paró el mundo por la pandemia o desde hace un par de años en que hemos recuperado la normalidad.
Sin embargo, lo especial de este año ha sido la climatología. Totalmente adversa. Cierto que la Semana Santa cayó pronto, a finales de marzo, frente a mediados de abril de otros años, pero no nos acordábamos de días similares en que lloviese tanto en tan poco tiempo. En que las procesiones fueran sistemáticamente suspendidas pese a todos los preparativos y pese a que los modernos sistemas climatológicos nos indican la hora y minuto en que va a llover, cuánto va a hacerlo y durante cuánto tiempo. En que la gente que se dirigió a un destino de playa no haya podido meter un pie en el mar.
Las piscinas de los hoteles vacías y las calles ayunas de visitantes, refugiados en hoteles, casas vacacionales o bares y restaurantes. La galerna asediando las costas y la peor Semana Santa, climatológicamente hablando, desde hace 18 años.
Y pese a ello, el primer párrafo es absolutamente cierto. Los españoles nos movemos. Aprendimos quizá de la pandemia la futilidad de esto que disfrutamos y ahora no perdemos oportunidad. Si no se puede hacer una cosa, se puede otra. Y eso es lo importante.
Y, pese a que nos disguste, lo importante es el agua que ha caído. Lo que ha llovido en esta semana en lugares que lo necesitaban. Lloraba un cofrade en Jerez el pasado Jueves Santo (donde solamente pudo salir la procesión de Domingo de Ramos) mientras su madre le reprendía indicándole lo perentorio de la lluvia, si no quería tener que beber de un balde en julio y agosto.
Comentaba en Chipiona una empleada del hogar que ese 'agua de agosto' que caía ahora, era la posibilidad de que los más de 10 millones de personas que visitan Andalucía en verano puedan ducharse en los hoteles, porque, en caso contrario, sería imposible.
Cataluña atraviesa una crisis hídrica marcada por el cambio climático, la orografía y sus pésimos gobernantes. Muchos lugares de esta nación empiezan a estar semidesérticos.
Por eso, el agua de agosto que nos ha traído marzo, no debe disgustarnos. Quizá nos aliño la Semana Santa con desazón, pero nos ha salvado el verano, no lo duden.
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