Dice Alberto Cortéz en una de sus canciones que es «la más dura de las dictaduras». Y no le falta razón. Y que «aparece a la vuelta de cualquier esquina». Yo diría que la notas el día que te propones ir a…, y te quedas ... en la primera cafetería que encuentras en el camino, porque sin ninguna razón aparente te empieza a costar caminar al ritmo de siempre. También intentas pegar la hebra con cualquier parroquiano para que te cuenten no importa qué, o para contarlo tú, ya no te planteas como cuando eres joven por qué me mirará ese tonto: ya pasas desapercibida.

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Y también te das cuenta del paso de tu tiempo cuando vas con demasiada frecuencia al tanatorio a despedir a un amigo. Lees su edad en la esquela y te percatas de que tú andas por la misma franja. Ya ni contar el momento en el que te propones revisar el móvil y vas encontrando los números de teléfono de quienes se han ido, cuesta trabajo borrarlos, como si un día te fueran a volver a llamar.

Todo esto y mucho más tiene la vejez, esa franja de edad difícil de acotar porque cuesta insertarse en ella. Piensas que tu cabeza es joven, tal vez sin que sea real, aunque tus rodillas y tu espalda digan lo contrario y empiezas frecuentar las consultas médicas, sin disposición para aceptar, lo dicho: son cosas de su edad; te empiezan a tratar de usted y con ello ahondan en esa sensación de vejez que ya llevas encima, aunque sea una realidad. Para colmo se ha puesto de moda la palabra edadismo que alguna televisión utiliza para echarnos una mano contándonos cómo algunos científicos o artistas tuvieron sus mayores aciertos cuando tenían ya unos años: cuando eran viejos, sin más. Como si quisieran salvarnos de aquello que no tiene marcha atrás, como si quisieran protegernos cuan niños indefensos. Somos viejos, cierto, pero adultos y con capacidad y gobierno, salvo excepciones, claro. Acecha el alzhéimer, la demencia senil, las incapacidades de todo tipo, faltaría más no reconocerlo. Pero es sensación de que te protegen porque eres mayor, te convierte en inservible si no haces uso de una fuerza interior por la que mantienes tu autoestima en el sitio correcto. Creo que proteger es misión de la sociedad, pero una protección hacia los niños, hacia las mujeres, hacia los pobres, hacia todo ciudadano de bien, joven o viejo. Escribo esta reflexión después de que un amigo me dijera, «qué fea es la vejez». Y ahí lo dejo.

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