Los accidentes de tráfico han disminuido de manera espectacular. No quiero decir que ni sigan siendo un problema grave, pero echando la vista atrás cuando España figuraba entre los países de Europa con más víctimas de la carretera y actualmente está entre los que registran ... menos no se puede por menos de reconocer la diferencia. Ha influido la mejora de las carreteras, sin duda, pero también las medidas de control y vigilancia: aumento de radares, fijos y móviles, uso de helicópteros, eficacia de una Policía - Guardia Civil y autonómicas - cada vez más especializadas, sin olvidar la parte más desagradables, la dura penalización de las multas, han conseguido el milagro: se circula mejor, se limitan las velocidades y se respetan las señales que cada vez son más claras y frecuentes.
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Por eso sorprende que entre la preocupación oficial y general por reducir los accidentes y la lógica disminución de las muertes se hayan autorizado con todas las de la Ley los patinetes que multiplican los riesgos en las calles, sobre todo de las grandes ciudades. Casi me atrevería a asegurar que todos los conductores de automóviles, autobuses y camiones temen a los patinetes lo mismo que muchos peatones. No se trata de unos vehículos inofensivos como se asegura. Adquieren velocidades muy elevadas, hasta de sesenta kilómetros por hora, se infiltran entre el resto del tráfico de manera a veces imprudente y con mucha frecuencia invisible. Los conductores de servicios públicos los rechazan y argumentan lo incomprensible que resulta la autorización de que gozan.
Algunos responsables minimizan el peligro alegando que son como las bicicletas lo cual es incomparable. Las bicicletas, cuyo uso se intenta fomentar con muchas razones, además de contar con carriles especiales, circulan a menor velocidad y los usuarios tienen mayor dominio para mantener el equilibrio y para controlar su estabilidad con los pedales y los frenos. Los ciclistas tienen la seguridad en sus manos mientras que los patinetes están en buena parte condicionados por un motor y por el riesgo que supone el que el conductor vaya de pie, sin la seguridad que presta el sillín. Pronto conoceremos estadísticas de accidentes de patinetes y sospecho que, a pesar de ser menos, no es comparable a los que sufren las bicicletas.
Y todo esto sin olvidar el peligro de los patinetes circulando por las aceras, sorteando a los que caminan a menudo en grupos y cruzando los pasos de peatones con la mayor impunidad. Por supuesto que hay usuarios de patinetes que respetan las normas y las limitaciones, pero otros conducen con prisas, haciendo movimientos bruscos, sin mirar alrededor y sin el temor a que nadie comprueba su nivel de alcoholemia o de drogas. Habrá emprendedores que se estarán forrando fabricando patinetes y honrados trabajadores ganándose la vida construyéndolos, pero ¿se justifica el peligro que crean?
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