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Preso aún de la incredulidad de las noticias que no corresponden, evocar a Marcelino Gutiérrez, Marcelino, Marce, cuando aún no hemos asumido su pérdida, es ... un ejercicio de impertinencia, de inoportunidad. Pero la muerte es lo que tiene, que irrumpe, trunca, trastoca y, si alguna virtud presenta, es la de cerrar el círculo, completar la trayectoria, obliga a fijar lo que está en permanente movimiento. Así que, como hablamos de Marcelino, su criterio será el que nos empuje, y su manera de ver el mundo, la vida, los quehaceres que en ella nos toca desarrollar y el periodismo al que se dedicó con tanto entusiasmo lo que nos obligue a expresarnos, aunque en estas circunstancias uno habría preferido el silencio.
No fue, desde luego, Marcelino una persona ruidosa, todo lo contrario. Pese a nuestra profesión, que obliga en tantas ocasiones a elevar la voz. Él nunca lo hacía. La fuerza de sus argumentos conseguía que una reunión multitudinaria y alterada rebajara su volumen y discurriera por vías más sosegadas. Jamás (jamás es jamás) vi en él un mal gesto, una reacción despectiva hacia nadie. Si algo se torcía, se ponía manos a la obra para enmendarlo. Si alguien en su presencia perdía los nervios, se encargaba de rebajar la tensión, aunque fuera hablando bajito, obligando a todos a reducir el tono y recordándonos, sin necesidad de enumerarlos, cuáles eran los objetivos que teníamos por delante.
Trabajamos juntos, con enorme intensidad, desde hace veinte años, los doce primeros codo con codo, junto con José Antonio Rodríguez Canal, Benjamín Lana, Ángel M. González, Miguel Rosado, Carlos Prieto, J. J. Medina, María de Álvaro, Leticia Álvarez y todo el equipo de EL COMERCIO. Nuestra común querencia por el Oriente de Asturias nos unió para siempre desde el primer minuto. Allí él consiguió, siendo un becario, abrir camino al periódico con medios exiguos y su inquebrantable determinación. Después fue haciendo de todo, trabajos más o menos visibles en una Redacción, hasta encabezarla, asumir también parte de la representación del diario y contribuir a que su presencia en todos los ámbitos creciera.
No es solo que fuera un trabajador incansable, es que hacía todo lo que fuera necesario sin esquivar nunca ninguna tarea, bien porque le fuera encomendada, o simplemente porque estaba pendiente y alguien tenía que hacerla. Y además, lo hacía bien. Ya fuera organizar un equipo de trabajo, escribir una información delicada, participar en una tertulia, implantar un nuevo programa, formar a toda la Redacción en la actualización de la web o desarrollar nuevos procedimientos de trabajo. Y todo a la vez, si era necesario.
Es cierto que era muy difícil trabajar a su ritmo. El 'motorín' nunca aflojaba, y sin necesidad de dar órdenes fehacientes, hacía que su equipo anduviera siempre con la lengua fuera. Su querida Vanessa me lo dijo una vez: el periódico es su vida, es lo que quiere hacer. Su dirección ha colocado a EL COMERCIO y a La Voz de Avilés en vanguardia de los medios de Asturias, en este periodo de transición digital en la comunicación en el que elcomercio.es es hoy la página web informativa de referencia del Principado.
Nunca se atribuía un mérito y siempre adjudicaba los éxitos a los demás. Su modestia no era impostada; su humildad, en fin, era auténtica y profunda, una de las virtudes que definían su talla humana. No era posible, ni siquiera intentarlo, que hiciera las cosas de otra manera, con menos generosidad y dedicación. Poco antes de irse de entre nosotros envió los últimos correos y mensajes. Ahí se quedaron, algunos aún sin responder. Ya lo hemos dicho: seguirle el ritmo no era fácil. Como no será fácil que su Mariluz, su hija Luz y su madre Celestina, a quienes acompañamos en la medida de lo posible en el desconsuelo, cubran el vacío que deja.
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