La industria del miedo

El destino baraja sus cartas como un tahúr y siempre distraerá nuestra atención para que no percibamos sus trampas. Presos en una tela de araña, unos emplean su energía en escapar y otros en hacer de la urdimbre en la que cayeron un hogar confortable. ... El disidente necesita del conformista para sentirse libre y el integrado estima al apocalíptico porque gracias a él se siente normal, y a las personas normales no les pasan esas cosas que les suceden a los que caminan sobre el muro que separa la lógica de la utopía. El cazador transita sigiloso por las veredas del acecho sin saber que él también puede ser un trofeo. Envejecemos cuando dejamos de reconocernos en los fenómenos emergentes, cuando gastamos saliva en criticar a Rosalía en vez de aprovechar el tiempo que nos queda buscando otros labios. Nadie se libra de la rueda del hámster, aunque sea desde una jaula con vistas. A la proliferación de 'okupas' en los medios de comunicación, sigue una oleada de anuncios de empresas que hacen de la alarma su negocio. No es mucho mejor la situación de los jóvenes que dejan de identificarse en la tradición que les es propia, que se les presenta envuelta en papeles grises y timbres obligatorios. El cruzado y el bárbaro son igual de necesarios para infundir al resto esa perpetúa sensación de peligro que nos hace aceptar el collar como mal menor. La libertad individual viene siendo como ese café que te ponen en algunos países, en el que, a fuerza de añadir agua, la sustancia original está tan diluida como la responsabilidad de los políticos que, a falta de ética, aspiran al consejo de administración, al Senado, o al indulto. Huxley, en 'Un mundo feliz' hablaba de un estupefaciente de uso universal llamada 'soma' que tenía un efecto diferente según la dosis, en pequeñas cantidades producía felicidad, tras una ingesta media generaba visiones y en grandes cantidades hacía dormir. Asentimos y firmamos todo sin leer la letra pequeña, como permitimos que nos espíen aceptando las 'cookies', con la misma resignación con la que depositamos nuestro voto tapándonos la nariz, en favor de una lista cerrada y bloqueada, decidida por un partido que defiende en primer lugar sus propios intereses y no tiene reparo en hablar en tu nombre. Cuando la precariedad avanza retroceden las libertades, porque los gobiernos tienen que tomar decisiones para rescatarnos y convertirnos en subordinados. En Estados Unidos, paraíso del despido libre y paradigma del liberalismo, no parecen ir las cosas mucho mejor, su entrada en recesión, con la precisión de un eclipse, es la tos que anticipa nuestra neumonía. Vivamos este verano como si fuera el último.