¿Indonesia? Eso queda por Bali, ¿no?». Esta será la respuesta mayoritaria si usted pregunta por Indonesia, y poco más. Quizás alguien se acuerde también de El Hombre de Java, o le sonará la Batavia de los cómics, o los nombres de Sukarno o Suharno, ... o recordará que fue colonia holandesa. Yo mismo, hasta hace nada. Sin embargo, Indonesia tiene 248 millones de habitantes, 700 lenguas, una extensión de tres husos horarios, es el tercer país del mundo por extensión. Fue el primer país que se declaró independiente tras la II Guerra Mundial, después de tres siglos y medio de presencia holandesa, y provocó un tsunami de descolonización por todo el planeta. La revolusi indonesia, con la conferencia de Bandung, cuyos líderes representaban a 1.500 millones de personas, cambió el mapamundi, y algunos la consideran tan importante como Yalta o el 14 de julio de 1789. Todo esto desconocemos, y de todo les voy a hablar.
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Los holandeses conquistaron las islas por sus especias en el siglo XVII. Pimienta, nuez moscada, clavo, canela, cardamomo, jengibre: ese era el petróleo de la época. Y allí se quedaron los neerlandeses, plantando en Java su capital, Batavia (actual Yakarta), y dedicándose a lo que se dedican las potencias coloniales. Durante tres siglos se repartieron estopa con los portugueses, los españoles, los ingleses, los sultanatos locales… Incluso tuvieron tiempo en 1667 de cometer el error de cambiar Nueva Ámsterdam, o sea, el futuro Manhattan, a los ingleses por una islita perdida llena de nuez moscada en el mar de Banda (seguro que alguno todavía se tira de los pelos). El tiempo pasó y, con él, la geopolítica, y se sucedieron las guerras y rebeliones en Bali, Java, Borneo, Sumatra…. Porque la gente quería justicia, igualdad, todas esas cosas que quiere la gente, ya que, claro, si hay mil veces más indonesios que holandeses es normal que te plantees algunos asuntos: las distinciones raciales, los derechos ciudadanos, los sueldos, etc. 'Cuanto más pigmento, menos emolumento', se decía por aquellos lares. Hacia 1900 el paquebote colonial ya empezaba a hacer aguas: surgía la conciencia nacional, brotaban líderes como Sukarno, se organizaban los primeros partidos políticos de inspiración comunista o musulmana. Se suceden las rebeliones y los aplastamientos, la palabra 'Indonesia' comienza a pesar más que las 'Indias Neerlandesas'. Y en esto, llegaron los japoneses, y mandaron a parar.
En la mañana del 10 de mayo de 1940, los alemanes invadieron los Países Bajos. En el efecto dominó subsiguiente, el ejército imperial japonés invadió el sudeste asiático en diciembre de 1941. Y se los llevaron a todos por delante: a los americanos en Hawai y Filipinas, a los británicos en Singapur y Hong Kong, y a los holandeses en todos lados. El imperio japonés necesitaba las materias primas en general, y el petróleo en particular. Tres años estuvieron los nipones dando leña a bayoneta calada, con momentos épicos, como el famoso ferrocarril de Birmania (el puente sobre el río Kwai), el primer salto paracaidista de los japos en la Sumatra Meridional (igual que los alemanes en Creta), la inesperada caída de Singapur (que se llevó con ella al imperio británico), etc… También hubo oscuridad, muchísima, campos de concentración, canibalismo, masacres y violaciones. Entremedias, los nacionalistas indonesios adquirieron conciencia de que todo aquello estaba poniendo patas arriba el mundo que conocían y, con ello, surgía su momento. El 6 y el 9 de agosto de 1945 los gringos lanzaron los dos chupinazos que empalidecieron el mundo, e Hirohito supo que hasta aquí había llegado. El 15 de agosto capitula Japón, y el 17 de agosto los indonesios declaran la independencia. Hubo un solo problema: los holandeses pensaban que todo iba a seguir igual.
El primer conflicto de descolonización de la posguerra duró de 1945 a 1949. Los holandeses y los indonesios se hicieron picadillo, con eventuales treguas. Es normal que si llevas más de 300 años controlando el chiringuito no te resignes a que unos nativos te quieran quitar la joya de la corona, aunque sean millones más que tú. Se intentaron diferentes arreglos, que no eran más que trampantojos para intentar que el dominio neerlandés continuase, pero ninguno llegó a buen puerto. Solo los crímenes de guerra (busquen en la red el 'método Westerling'), las torturas, la guerrilla, la sangre a caño limpio pudo convencer a la madre patria de que aquello también se había acabado. Aquello fue la Indochina y el Vietnam holandés. Finalmente, el 27 de diciembre de 1949 los Países Bajos reconocen la soberanía que una Indonesia había declarado un lustro antes. Y comienza la reconstrucción de dos países que habían quedado hechos añicos.
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Terminamos donde empezamos: la conferencia de Bandung. La llamada Conferencia Afroasiática, 18 de abril de 1955, el punto zero, el miliario desde el cual comienza el movimiento de descolonización del mundo. Dos mil invitados, cuatrocientos miembros de la prensa, con gigantes demográficos como China o India. Allí estaban casi todos, Nasser, Nehru, U Nu, Zhou Enlai, y en las siguientes décadas, los ingleses perdieron Nigeria, Tanzania, Kenia, Ceilán, Birmania… Los franceses empezaron a temer por el Magreb. Los belgas y los portugueses también pusieron sus barbas a remojar. Y luego llegó la Crisis de Suez, en 1956, pero esa es otra historia y necesita otro aedo para contarla, pues selló para siempre los días de gloria imperial de Gran Bretaña y Francia. Tras la hecatombe surgieron nombres como un tal Gadafi en Libia, un tal Saddam Hussein en Irak, un tal Yasser Arafat en Palestina.
De todo esto va el extraordinario ensayo 'Revolución. Indonesia y el nacimiento del mundo moderno', de David Van Reybrouck (Taurus). Por cierto, llegué a él tras leer su anterior ensayo, el magistral 'Congo. Una historia épica'. No deberían perderse ninguno de los dos.
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