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Tan difícil como imaginar a determinados líderes de la derecha española en una manifestación feminista hubiera sido pensar que Irene Montero aprobara una ley que rebajara las penas a condenados por violencia sexual. Aunque se lo advirtieran algunos juristas, cuya opinión no se tuvo en ... cuenta porque se les consideró culpables de inmovilismo. Destacadas figuras del PSOE, poco sospechosas de machismo, lo avisaron en el Congreso. Pero en lugar de la voz de la experiencia, a los responsables del Ministerio de Igualdad aquello debió sonarles a la envidia de los socialistas por quedarse atrás en la carrera del feminismo. La ministra de Igualdad ha sustentado su programa de trabajo y gran parte de la apuesta política de Podemos en la llamada 'ley del solo sí es sí'. Su objetivo era situar en una cota sin precedentes la protección a las mujeres. Lo que no parece haber conseguido. Que responsables de agresiones sexuales puedan ver reducidas sus penas por una ley con un pernicioso efecto retroactivo no es fácil de entender para cualquiera que considere que estos delitos deberían condenarse con mayor severidad. Menos aún si su opinión es que la dureza de las sentencias debe ser proporcional a la gravedad del delito, algo en lo que la ley también parece cojear. En todo caso, hasta aquí cabría un debate sobre aciertos y errores.
Pero la fragorosa huida hacia delante de la ministra se adentra en otro terreno: el concepto de Estado. La acusación a los jueces de aplicar la norma de forma machista deja en evidencia la confianza que Irene Montero tiene en los tribunales. Su propuesta de arreglar la situación con unos cursos de formación para indicar a los magistrados cómo deben hacer su trabajo supone aún más: un golpe directo a la separación de poderes, la deslegitimación de los textos de las leyes y un margen a la arbitrariedad en la justicia, donde deberíamos encontrar las certezas de un estado de derecho y no las incertidumbres del autoritarismo.
De forma complementaria y mientras se logra que los jueces entiendan cómo deben aplicar una ley al parecer por encima de su formación y sensibilidad, la delegada del Gobierno contra la Violencia de Género, Victoria Rosell, ha solicitado a los medios de comunicación que no informen de las resoluciones que beneficien a los condenados por violencia sexual. Parece que el éxito de la nueva ley también requiere la autocensura periodística, porque las noticias ◘–no los hechos–, «pueden alarmar mucho a las mujeres». Antes que ella, también hubo quien recomendaba acallar la violencia machista bajo argumentos no tan distintos. Llegados a este punto, solo cabe preguntarse si las mujeres pueden sentirse más seguras bajo una protección que depende de las indicaciones del Gobierno a los jueces y a los periodistas. Ejemplos de este modelo de Estado existen. Por desgracia.
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