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Que ser listo sea un demérito, un insulto incluso, dice mucho de nosotros. Lo de los chivatos y los aguafiestas es todavía más evidente: caen ... mal y nadie les aplaude. En cualquier caso, es todo un desastre. Roma no pagará traidores –allá ellos–, pero lo que a mí me preocupa es que, a nosotros, a este pequeño y verde país nuestro, nadie nos toma en serio: ni los ministros, ni los mandamases, ni nosotros mismos. ¿Y saben por qué? Por chivatos, aguafiestas y listos.
Natalio Grueso, el estafador del Niemeyer –sin presunciones ya–, tiene una orden internacional de busca y captura. Es un delincuente y no habría mucho más que explicar. O sí. Porque hasta la fecha nadie se dignó a pedir perdón por las barbaridades, injurias y calumnias vertidas no contra él, sino contra las personas que destaparon el caso. ¿No se acuerdan cuando nuestras fuerzas vivas rodearon, al corro de la patata, la famosa cúpula blanca para echarnos la culpa de todo a nosotros: a los listos, chivatos y aguafiestas? Insisto, no a los delincuentes que robaban el dinero público, sino a los servidores –también públicos– que velaban por ese dinero: su dinero; nuestro dinero. Y lo de la presunción de inocencia, ya tal.
Yo mismo escuché en la radio –en una muy conocida emisora española– insultar, una y otra vez, y otra, y otra más, al entonces consejero de Cultura. ¿Y por qué? Pues por atreverse a solicitar las cuentas y las actas del súper prestigioso y 'mega guai' Centro Internacional Oscar Niemeyer. ¡Y es que a quién se le ocurre! ¡Pretender auditar una fundación pública! ¡Pero quién se creen estos asturianos que son! ¡Y ese tal Emilio Marcos Vallaure qué sabrá de lo que es la cultura! Y así, henchidos de soberbia cosmopaleta, seguimos aguantando cómo nos desprecian los 'gafapastas' habituales de la capital del Reino.
Todos los paletos fuera de Madrid, dicen. Y yo no podría estar más de acuerdo: basta ya, nunca mais, ya valió de aguantar desprecios de todos los burócratas, ministrables y chupatintas que ni nos amparan, ni nos defienden; ni dejan que nos defendamos. Mal; lo estamos haciendo mal: negociar con Madrid, digo. Discutir y tratar es siempre cuestión de fuerza y razón, y a nosotros nos faltan las dos cosas: razón y fuerza. Nos falta fuerza porque no tenemos ni votos, ni poder: ni ministros, delegados o secretarios que tengan algo que decir en los dos grandes partidos españoles; ni un partido asturiano con voz propia. Y nos falta razón porque, como adolescentes caprichosos, seguimos dejándonos llevar por las circunstancias: protestamos cuando son los de enfrente, pero callamos cuando son los de casa. Y así no pasamos de chivatos o aguafiestas provincianos o, lo que es peor, de listillos que no acaban de asumir responsabilidades.
Las discusiones importantes acaban todas igual: hazlo tú, si te atreves. Y en eso los asturianos llevamos cuarenta años equivocados. ¿Y por qué? Pues por pensar que es mejor que otros se encarguen de nuestros marrones: nuestro carbón, nuestro fútbol, nuestras variantes, nuestros trenes… Decidimos no llevar nada de eso y así nos va. Y nos iría mucho mejor si hiciéramos todo lo contrario: asumir más competencias y responsabilidades y protestar, exigir y reivindicar menos. Ya no somos críos y deberíamos madurar. Podemos sacar cien mil personas a la calle, doscientas mil, medio millón... Y serviría de poco. Pero si sacáramos tres diputados en las generales, las negociaciones serían muy distintas: mejores.
O arreglamos nuestras cosas, limpiamos nuestra casa y defendemos lo nuestro. O nos seguirán despreciando. Por listos.
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