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Todos los crímenes del mundo tienen justificación. Robar, matar o mentir, incluso blasfemar, siempre se hace por algo. Por eso, por redundante y ofensivo, no ... hay nada más incorrecto que recrearse en la justificación justo después del delito. Un marido asesina a su mujer, un desconocido abusa de una niña, una madre maltrata a su hijo: no es el momento de explicar que algo habría hecho, llevaba la falda demasiado corta o ella misma había sido víctima de abusos. Con las guerras pasa igual.
Los israelíes no son ningunos ángeles, los ucranianos tampoco; y algún día hablaremos de los taiwaneses. Pero todos conocemos los argumentos de los atacantes -rusos, chinos o árabes-, los de sus minorías oprimidas o los de los verdugos que se volvieron víctimas. Y viceversa. Solo tendremos seguridad cuando ellos tengan esperanza; es una buena frase; nadie quería nada de esto -aunque algunos parece que lo venían buscando- y entramos así en otra guerra brutal, cruel y desigual en la que nosotros, los europeos, no deberíamos dar lecciones de equidistancia y moralidad a todo el mundo solo para demostrar lo 'deeply concerned' que estamos. Tenemos un problema: cierta izquierda -bueno, y también cierta derecha- intenta y no consigue aplicar el esquema de buenos y malos habitual y arreglar esto con un buen eslogan y un mal lazo. Y ahora no toca repetir lo que no hay que hacer -oprimir al débil, usar la violencia, atentar sin más-; lo que corresponde es acertar con lo que toca hacer: defender, asegurar, pacificar y hacerlo con violencia y sangre.
Es una mierda. Nadie que tenga un mínimo de humanidad puede dejar de conmoverse con la tragedia de los palestinos. Pero, justificaciones aparte, ¿qué pretendían exactamente los de Hamás con esta incursión? ¿Y los demás, retóricas aparte? ¿Egipto, Turquía, Irán, Arabia, Israel, Rusia, China, Europa, América? ¿Qué solución final proponen? ¿Cómo quieren resolver esto? Créanme: la respuesta es, a veces, escalofriante.
Nosotros, los europeos, nos enfrentamos a tres retos; tenemos tres enemigos a las puertas, simplificándolo mucho: rusos, chinos y musulmanes. De distinta manera, los tres coinciden en demostrar cómo mandan en sus patios traseros. Nosotros, por supuesto, lo hicimos en tiempos; y quizás por eso deberíamos entenderlo mejor. Moscú -algunos de sus dirigentes, claro- proclama directamente que Ucrania no exista: les sobra en su división del mundo, y pretenden convencernos, sin conseguirlo. Beijing -sus dirigentes, por supuesto- tampoco ve que Taiwán tenga sentido alguno y esperan, con su proverbial paciencia, disponer de alguna excusa para demostrarlo. Y los árabes -y algunos persas y otomanos y magrebíes y otros- llevan más de un siglo repitiendo que el único hogar nacional del pueblo judío es el mar.
En Ucrania llevamos como Occidente -así, con mayúsculas- casi 600 días de guerra. A las duras aprendimos que haber cedido Crimea no calmó a ninguna bestia y que renunciar al Dombás no lo va a hacer ahora. ¿Vamos a pedirle lo mismo a Israel? ¿Vamos a apoyarles? ¿Qué les vamos a decir cuando Irán, Egipto, Siria, Arabia o Turquía repitan aquello de eliminar a los sionistas de la faz de la tierra? ¿Y reinstaurar el Califato? ¿O recuperar el antiguo Al-Andalus?
No hay nada justo ni necesario en una guerra. En ninguna, y menos en esta. Aplastar y destruir; acabar con Hamás con respuestas proporcionales, sin daños civiles y sin arrasar Gaza: esa es la misión imposible que no puede funcionar porque, por definición, no existe el derecho a defenderse de manera legal, civilizada y racional. Se hace y punto; está mal, pero se hace: este es el horror.
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