La vida sigue igual. Con el buitre del descenso acechando cerca de la nuca y sintiendo su pico atroz que no descansará hasta que se consigan los ansiados puntos que garanticen la permanencia. Hace un par de semanas, ya lo dije en El Tertulión de ... la COPE: los árbitros van a emplear toda su carroña para evitarlo. Con su bonhomía natural, Víctor Helguera, coordinador del Roces, insistía en que él confiaba en la buena fe de los árbitros.
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No hay rastro de ella. Ni una mínima brisa para llenar los pulmones de cierta confianza en ese gremio que asalta, acosa, roba y se conduce con una chulería constante. Los árbitros, serviles hasta la náusea con la RFEF o con quien mande, hacen un empleo tan constante de su poder que tergiversan y prostituyen la competición alejándola de todo juego limpio. Resulta tan claro y tan evidente, que es incomprensible que no entre la justicia ordinaria de lleno. No se comprende que no se solicite una investigación en toda regla o incluso una suspensión temporal de la misma. En un futuro, veremos cómo salen a la luz más casos Negreira, tal vez sin dinero, pero con chalaneo de influencias, ascensos, designaciones, pero que no es casualidad. El problema no es sólo de un árbitro sino la actitud de todos ellos, que inclinan la balanza hacia el rival de forma inequívoca. Puede medirse de forma empírica. Si no hay una orden directa, es que todos están cortados por el mismo patrón. La cantidad de errores o supuestas confusiones es apabullante, así como que las mismas jugadas se interpretan de distintas maneras según el equipo.
Dele una placa a un español y verá usted cómo se apaña. Dele un silbato a otro español y se le olvida hasta el mínimo sentido de la justicia. Mi pregunta es si esos árbitros, esos miembros de las salas del VAR que (¡oh, qué casualidad!) se olvidan o directamente se niegan a revisar jugadas, cuando van comer con sus mamás les dicen «Feliz día de la madre», ¿qué piensan? ¿no se dan cuenta de que, por su mala fe, miles de personas se acuerdan de sus mamás? Me pregunto si pueden dormir tranquilos o si pueden mirarse al espejo. No lo sabemos puesto que no se les permite hablar, seguramente para evitarles el sonrojo de sus taimadas decisiones. Tampoco se les puede criticar, bajo pena de sanción, algo que va en contra de la Constitución. No sabemos lo que piensan, pero sí sabemos lo que hacen: adulterar la competición.
MAR ya habrá comprendido que no criticar a los árbitros no sólo no evita que se le puedan cuestionar a él mismo, sino que en Gijón, que se tomaron todo tipo de actitudes para evitar esta cacería, siempre han dado idénticos resultados. Siempre en contra.
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Sería un ejercicio de sinceridad tremendo, imaginar -también los árbitros- qué pasaría si este calvario lo estuviera pasando un equipo grande. En ese caso, la noticia abriría los telediarios y estoy seguro de que habría organizadas grandes protestas.
Con esta intromisión en el resultado y el juego, resulta complicado evaluar el estado del equipo que entra en los partidos con cuajo, pero con todas esas decisiones arbitrales, las grandes y -muy especialmente- las pequeñas, no es fácil juzgar. Estos detalles minan la moral al futbolista, se la aumenta al rival y condicionan el juego ya que, a menudo, el Sporting se ve obligado a jugar con el marcador en contra sin merecerlo, con un jugador menos cuando se trata de un equipo que no es nada violento. La única violencia, ética, es arbitral. La vida sigue fatal.
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