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Huérfano de lo único que necesita un reino, esto es, un ejercicio de racionalidad en el gobierno, nuestros dragones son el populismo, la confrontación y el intento de alienación del ciudadano

Domingo, 9 de abril 2023, 22:38

Tras el esperpento Tamames, y comprobar cómo el ego puede convertirse en ceguera, continuamos con el entretenido show que es el reino de España. Huérfano de lo único que necesita un reino, esto es, un ejercicio de racionalidad en el gobierno, nuestros dragones son el ... populismo, la confrontación y el intento de alienación del ciudadano. Santi 'A mí la Legión' Abascal, torpísimo, sacó pecho lobo y le hizo un favor a nuestro presidente, quien, por otra parte, continúa extraviado en su síndrome de la Moncloa (la Historia me juzgará…). Sánchez, soberbio y providencial, pero no estúpido, ya huele los problemas en los próximos comicios y le hace la cama a Podemos poniéndole el manto de la Virgen a Yolanda. Nuestro príncipe necesita desesperadamente blanquear a la extrema izquierda con la excusa de una Yolanda temperada, aunque, al final, para seguir en el trono tenga que reeditar la coalición Frankenstein, que, a estas alturas, y por la balcanización de la izquierda, sería tan deforme que podría ser confundida con un chipirón.

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Entremedias, Iglesias comienza a girar como el demonio de Tasmania. Estrena canal des-informativo, Canal Red, para encuadrarnos a todos en un Komsomol; agita al cafrerío vasco y catalán; se caga en la Sexta y en Elisabeth Duval; amenaza al igual que Malaquías con que el Día del Señor se acerca como un horno encendido y consumirá a todos los malvados. El proyecto morado se va al garete, pero él morirá matando, e incluso, quién sabe, si Sánchez ganase de nuevo, podría volver a meterle una cabeza de caballo en la Moncloa.

En cuanto al futurible, Alberto 'poker face' Feijóo, le vemos inquieto, un poco despistado con sus amistades iberoamericanas. Las encuestas son propicias, pero no terminan de liquidar al Príncipe. No se acaba de explicar que ni el Tito Berni, ni la política dadá del ministerio de Igualdad, ni las burradas de Patxi («dirás y harás muchas más cosas que me helarán la sangre», le dijo la madre de Pagaza, oracular), ni los líos con los moros, ni la deuda apocalíptica, ni Interior trayéndose a todos los presos de ETA a la playa de la Concha, ni las directoras de la Benemérita que no ameritan, ni ese misterio inefable que es Alberto Garzón (cómo no recordar a Josep Pla en 'La vida amarga': «Es un gandul profundísimo, insondable, que ha llegado a encontrar la manera de mostrar que está siempre atareado»), ni los pedófilos haciendo cola en los parques infantiles, ni el desastre de los fondos europeos, ni las leyes ad hoc para delincuentes… nada, nada consigue borrar esa mínima posibilidad de que la izquierda y los ultras vuelvan a sumar. En cuanto a Madrid, pues nada: otra vez ganará Ayuso, y a lo mejor con mayoría absoluta. Otro misterio, este uno que vuelve loco a la gauche divine.

Este el reino. Y esta su desgracia. Tenemos el PIB estancado, cierto desprestigio internacional (¡con lo que bien que íbamos cuando ganamos el Mundial!), una desigualdad galopante, un modelo educativo ineficaz. Las cifras de desempleo son insólitas, y el sistema de pensiones, insostenible (agranda el agujero de la deuda y el déficit), con la AIRef detectando «incoherencias con el marco fiscal». Está claro que a los empresarios y autónomos les pueden dar, porque los votos que importan son los de los pensionistas, y no se les puede disgustar. Todo esto no es importante, por supuesto, porque lo capital es continuar con el pressing catch: las batallas tribales, el relato identitario con chavalas en bragas pasadísimas de arrobas, el dogmatismo y la propaganda. Este es el reino, sí, y como decían los Luthiers, no somos por completo inútiles, por lo menos servimos de mal ejemplo. Malraux escribe que no es que la gente tenga el gobierno que se merece, es que se parece a sus gobernantes. Pues no sé qué te diga, André. Lo único seguro es que en 2024 vamos camino de tener los mismos follones que en 2012. Sufrimos los mismos problemas estructurales, pero somos más cínicos y estamos más desanimados. No obstante, yo, como el jefe Victorio tras la derrota (y masacre) de Tres Castillos, también pienso que mientras quede un apache vivo, nunca es demasiado tarde (para el reino). Reformas y consenso. Repito: reformas y consenso. Más de la mitad de las familias no llega a fin de mes. La clase media se estrecha, y la baja, sigue bajando. Los sueldos pierden poder adquisitivo. Los jóvenes se quedan calvos en casa de los padres. Entre otras muchas cosas, es necesaria una reforma fiscal para mejorar la deficiente progresividad del sistema (ERTE y subidas del SMI fueron buenas decisiones, no se niega), en vez de dedicarse a cazar millonarios gamusinos. También la mejora de una burocracia que tamiza las ayudas de tal forma que llegan cojas a la calle. Mientras la política se centre en esquivar los problemas reales de los ciudadanos, mientras se dedique a parchear, mientras trabaje el relato sobre la realidad en vez de transformar dicha realidad, mientras se ocupe el espacio mediático con «medidas históricas» cuya trascendencia dura apenas unos minutos, sin ocuparse luego de su aplicación y mucho menos de su análisis, mientras se agraven los problemas de la Seguridad Social y se aumente la brecha entre jóvenes y viejos, mientras el ombliguismo, la autocomplacencia y el triunfalismo sea lo que prevalezca, el reino no levantará cabeza.

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Estos días, reflexionando sobre el reino, me acordaba mucho de Maquiavelo, tan maltratado, pero, sobre todo, tan mal leído. Se habla mucho de maquiavelismo, y la figura del florentino remite al culebreo, al cinismo, al chalaneo. En realidad, Niccolò nos habla del interés público sobre el privado, critica al poder mediceo, nos propone reformas, nos da ideas de cómo gobernar para hacer cosas grandes, defiende la ley y la libertad y el tope a la tiranía. Para empezar, el reino debería interpretar bien a los clásicos, y luego ya podríamos pasar al inmenso Milton: cuando Satán cae del cielo y se pega la gran hostia, rodeado de legiones de desmoralizados demonios, lo primero que piensa es «ver qué refuerzos puede ofrecernos la esperanza, o qué resolución podemos arrancar al desespero».

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