La gente no tiene hijos. Pero no es que no quiera, es que no puede. En 2023, en España hemos tenido el mínimo histórico de 1,12 hijos por mujer. El desplome de la fecundidad lleva ya un largo recorrido, en niveles inferiores para el ... necesario reemplazo generacional. Ocurre en España, pero también en toda Europa; ningún país llega a los números imperiosos y sólo Bulgaria y Francia se acercan algo. Las prestaciones familiares del Gobierno español, las deducciones fiscales, las becas comedor, las medidas de conciliación, todo eso está muy bien, pero no servirán para que la gente se decida a tener hijos, porque es el chocolate del loro, ya que no empuja, sino que se limita a no entorpecer. El problema es estructural y muy profundo y, sobre todo, de sentido común.
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Se puede ver a los sudamericanos en el metro de Madrid, arrastrando largas filas de infantes, pero también se pueden ver sus condiciones económicas, que rozan en algunos casos la indigencia. Ya sabemos el futuro que les espera a la mayoría de los chavales, sin estudios, sin expectativas. El español medio no está por labor, porque no se trata de sacrificarse un poco por los hijos, sino de optar entre vivir medianamente y la miseria. Somos responsables, echamos cuentas y estas no salen. Es lo que hay. Aparte, queremos viajar, y poder comer pescado, y salir algún fin de semana. O sea, flotar. Es lo mínimo. Lejos queda ya la época en que bastaba un solo sueldo para tener un par de hijos, comprar casa y segunda residencia y, además, ir todos de vacaciones a Benidorm. Para pagar un alquiler en, digamos, Madrid, hacen falta dos sueldos; por supuesto, lo de tener un coche hay que pensarlo; por supuesto, ni hablar de tener un crío, porque sólo la manutención y la carrera te va a obligar a irte a vivir a una chabola. Para tener hijos en Madrid, lo ideal son dos padres que sean funcionarios y, además, con un sólido patrimonio familiar.
No hay mucho más que entender. Hasta que los precios de la vivienda no sean razonables, hasta que los sueldos puedan dar para vivir como nos enseñaron que iba a ser, la gente no va a tener hijos. Nadie quiere depender de una ONG o de Cáritas para darle de comer a los críos. Cómo estará la cosa, que ni los finlandeses, el epítome del asunto, con un gasto en prestaciones familiares que se come el 3,3% del PIB (cuidados infantiles subvencionados, guarderías fantásticas, permisos de larga duración…) tienen ya hijos suficientes. De hecho, ni los húngaros, que han pisado el acelerador con el 5% del PIB, lo han logrado. No, no se trata de que queramos vivir la vida loca o de que somos unos señoritos, o la chorradita de que preferimos tener perros o plataformas de contenidos, o esa otra de que estamos abrazados a filosofías hedonistas y los jóvenes están alejados del concepto de familia y no van a misa, o de que queramos centrarnos en nuestra profesión: se trata de que tenemos un intervalo de tiempo en este planeta y no queremos pasarlo en una cola del hambre en la calle Princesa. Y sí, por mucho que se rían de Miss Cataluña, la chica tenía razón: «El descenso de 'notabilidad' es algo que nos hace sufrir y es algo que tenemos que luchar en contra lo que debemos luchar, ¿vale?».
Antes cantábamos que menos mal que nos queda Portugal (Siniestro Total), ahora algunos cantan que menos mal que nos quedan los extranjeros. Pues tengo malas noticias: tampoco. Las mujeres extranjeras van, poco a poco, alineándose con las españolas, y cuanto mayor sea la crisis, mayor el ajuste. La inmigración sólo es un parche temporal, a medio o largo plazo no nos va a solucionar el marrón. La única política de calidad que va a funcionar es tener un empleo estable y bien pagado, lo demás, las políticas públicas, las aspiraciones laborales, la inestabilidad social, las preferencias, etc, son contingentes. El destino de España es el envejecimiento, a lo que se suman las complicaciones de la edad cuando decides tener un hijo cerca de los 40, o el acortamiento de las ventanas de fertilidad.
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«Nihilismo», reprochan algunos. «Decadencia», gritan otros. «Irresponsabilidad», se quejan más allá. Ya sea por razones nacionalistas, religiosas, laborales; porque alguien pague las pensiones (igual hay que ajustar el sistema de pensiones a la demografía real…), o sencillamente porque te gusta ver los parques infantiles llenos, a mí lo de aumentar las tasas de fecundidad me parece bien. No obstante, antes de hacer reproches morales o de intentar inmiscuirse en las decisiones de los ciudadanos, recomiendo un paseo por alguno de los comedores sociales de su respectiva comunidad, o bien interrogar a alguno de los 250.000 asturianos que están en riesgo de pobreza. Posiblemente aporten matices que ayuden a comprender el panorama general.
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