Stalin, cuando se enteró de la derrota de Churchill en las elecciones de 1945, comentó: «Las elecciones, cuando el resultado no está garantizado, son demasiado peligrosas para permitirlas». Vladímir Vladímirovich Putin anota las lecciones de la historia que le convienen. Yo también anoto cosas: ha ... coincidido estos días que he visto la serie de la BBC, 'Putin: de espía a presidente' (2020), y he leído la novela 'El mago del Kremlin' de Giulano da Empoli sobre un hipotético asesor del nuevo Zar. Todo se complementa bien con mi pasión por los clásicos rusos. Nos metemos en harina.
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La psicología de Putin está hecha a base de traumas, aspiraciones y complejos. En la serie, somos testigos del puñal en el corazón que fue para él la caída del Imperio Soviético, y de su identificación con el James Bond ruso, el héroe llamado Stirlitz. En la novela se habla de individuos con un hambre atávica, que se han abierto paso a garrotazos, nadie puede imaginar su sentimiento de revancha, y cuando cometen barbaridades, lo hacen de una forma natural. Evidentemente, se refiere a Putin y sus oligarcas. Para el nuevo Zar, el pecado más grande no es ser su enemigo, sino ser un traidor: lo que más valora es la lealtad entre los lobos. Si revisamos los clásicos rusos, hay otra pugna que se dirime en su cabeza: la de Pedro I y Catalina II contra Nicolás I y Alejandro III, es decir, eurófilos contra eslavófilos, o sea, Iván Turguénev contra Fiódor Dostoyevski (Nikolái Gógol o León Tolstói fueron eslavófilos, pero de aquella manera). Y si nos ponemos exquisitos, los novelistas rusos trataron las extrañas dolencias que se produce en el alma rusa debido a la culpa, pero para eso ya necesitaríamos un láser que penetrase en la conciencia de Putin. De momento, con estos bueyes podemos arar.
Un señor pequeño, calvo, sin carisma, que nació en la miseria, pero que es muy astuto y tiene una mala leche infinita, necesita mecanismos compensatorios. La vuelta de un imperio, por ejemplo, y en ese objetivo, los medios son igual que los fines. Los que no son esbirros, son Navalni; la guerra es decimonónica, da igual que sea en Chechenia o en Ucrania, combinada con lo híbrido contra Europa; las herramientas de corrupción, el dinero, la amenaza, funcionan bien en África e Hispanoamérica. Y no se engañen: Putin no está loco, ni es un psicópata, sino un señor que es consciente de cosas como que Rusia se come 27 millones de muertos contra los nazis y no se despeina. Es consciente de que Rusia es paranoica, con un territorio infinito ensalzado por el nacionalista Piotr Chaadáyev y, aun así, con la obsesión de estar cercada. Y Putin no tiene prisa ('El tiempo no me pertenece a mí, sino al Imperio', decía Catalina), huele la debilidad, y presiona a Estonia y Finlandia, compra caciques africanos, apoya golpes de Estado, desinforma, hackea redes, liquida a Anna Plitovskaya, a Litvinenko, a Nemtsov, a Maganov, a Prighozin…
En la cabeza de Putin también están las 'almas muertas' de Gógol, los siervos, el knut o látigo eterno. También están los 'Relatos de Kolimá', de Varlam Shalámov, y 'Un día en la vida de Iván Denísovich', de Alexandr Solzhenitsin (los haya leído o no). Además hay otro libro: el que tiene los capítulos por escribir. Putin ya ha escrito el referente a Crimea, el que se refiere al Acta Final de Helsinki (1975), y ahora está embarcado en el de Ucrania. Posiblemente, Putin es la expresión del poder en su forma más pura, más descarnada: la partición del mundo en zonas de influencia, la liquidación de los derechos humanos, el revanchismo histórico y el regreso del Imperio. El Zar ya lleva 400.000 muertos, pero eso es una caricia de hada para la dura piel rusa. En su estrategia, se acuerda de cuando los finlandeses se vieron obligados a entregar Carelia en 1940. Se acuerda de los sucios trucos de Hitler en 1939. Es consciente de que el europeo medio es un merengue comparado con el correoso ruski, de que el apoyo internacional a los ucranianos flaquea, de que la UE continúa extraviada en sus discusiones bizantinas, de que Trump puede regresar.
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Si Ucrania pierde la guerra, Europa tendrá servida otra de mayor magnitud. Si Ucrania pierde, la autoridad moral de Occidente se va a derrumbar. Si Ucrania pierde, el país se va a convertir en otro archipiélago Gulag. Si Ucrania pierde, se va a animar a otros dictadores a seguir el camino de Putin, para empezar, el chino, luego los iraníes, los norcoreanos, etc. La primera pregunta que me formulo es: ¿los europeos somos hombres o ratones? Porque Putin no entiende la poesía de Vladímir Mayakovski o de Fiódor Tiútchev, lo que entiende es la forma contundente de un tanque Leopard o el estilete de un misil Taurus. Porque a Putin no le van ni Iván Bunin ni Alexandr Kuprín, sino la obsesión por la fuerza, ya que sabe que cuando uno deja tantos cadáveres por el camino, abandonar el poder es firmar tu sentencia de muerte.
Hace nada el historiador Serhii Polhy explicó que Putin no mide la tragedia en vidas humanas, sino en territorios. Putin ha entrado en ese universo histórico donde lo único que le interesa es ponerse a la altura de los grandes zares y sus grandes batallas, como la de Poltava. Un renacimiento de la visión imperial rusa bajo el tiempo medido por la religiosidad ortodoxa-bizantina, todo protegido por los nuevos pretorianos, los siloviki, los servicios de seguridad. El marco mental: la conquista de Kiev por Pedro I. El marco mental: la eliminación de los cosacos por Catalina II. El marco mental: los millones de muertos ucranianos por la hambruna de 1933. El marco mental: los maricones a la cárcel; las mujeres en casa, a tener hijos y a cocinar; los críos, uniformados, desfilando en las nuevas Hitlerjugend. El marco mental: chequistas, mesianismo, corrupción, nostalgia imperial. Y me formulo una segunda y última pregunta: ¿los europeos queremos que este sea el siglo de Putin?
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