![Cuando Rusia fue casi una democracia](https://s2.ppllstatics.com/elcomercio/www/multimedia/2024/10/20/99044869-kPjE--1200x840@El%20Comercio.jpg)
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Cuando uno escucha 'Iván el Terrible', de Serguéi Prokófiev, comprende muchas cosas sobre Rusia. Las partes narradas exhalan el fétido aliento de la autocracia, la misma que han sufrido en los últimos siglos, llámese kan, zar, secretario general, o siniestros entes putinescos. Actualmente, dos tercios ... de los ciudadanos rusos no disponen de pasaporte, y tres cuartos no han cruzado nunca las fronteras del país. La mayoría no puede concebir cómo funciona una democracia, y en el momento en que pudo producirse una transición, con Yeltsin y Gorbachov, el desmadre económico y legal fue de tal magnitud que los recuerdos son de caos, ruina y demagogia. El fracaso de la democracia condujo de nuevo a la figura del dictador, a la sumisión, a la tolerancia infinita.
En Rusia, la jerga de las prisiones impregna el discurso público. En Rusia, no es habitual sonreír a desconocidos, porque uno tiene la sensación de desenvolverse siempre en un entorno hostil. En Rusia, la guerra híbrida con sus sobornos, desinformación, troleos, propaganda, ciberataques… es la política oficial del régimen moscovita. El objetivo es la división y el colapso de Europa y sus valores. A este respecto, Europa debe definirse y conformarse respecto a la dictadura rusa, igual que los griegos se determinaban respecto al imperio persa: nuestros límites, qué representamos, qué queremos ser y de qué manera. Es necesario recordar que la magnífica Constitución rusa que garantiza todos los derechos fue escrita por Nikolái Bucharin, quien tres meses después de su aprobación, en marzo de 1937, fue detenido y fusilado. Todo son alegorías.
El despotismo de Putin no puede permitirse un régimen democrático en Ucrania, es mal ejemplo: enviaría una señal al pueblo ruso, que podría pensar que sus amos pueden ser prescindibles. El poder ruso es secreto, como protegido por un iconostasio, y funciona mediante una pirámide que no está fiscalizada por ningún parlamento ni juez. En la cúspide, un Putin de torso desnudo, cual Santísimo; luego están los siloviki, los políticos y burócratas que provienen del FSB, alias KGB, NKVD, Checa; después vienen los oligarcas, a quien Putin retorció los testículos en su momento y andan suaves como piel de nutria; les siguen parlamentarios y funcionarios, que funcionan con disciplina militar y, por último, el vulgo. Todo funciona como un reloj gracias a una simple regla: el miedo. Arrestos preventivos, asesinatos selectivos, un poco de tortura por aquí, un poco de gulag por allá. Tampoco hay que ser un salvaje. Y si hay que serlo, como cuando en 1999 el FSB voló un edificio provocando 239 muertos (rusos) y más de 1.000 heridos (rusos), a fin de culpar a los chechenos e iniciar una guerra, pues se hace, y además el vulgo nos lo agradece (cuando, tras 200.000 muertos, en Chechenia se votó si permanecer en la Federación Rusa, el 'sí' ganó con un 95,5%).
Y por si alguien dudase de sus intenciones, el primer acto oficial de Putin fue recuperar el himno nacional soviético (precioso, por otra parte), volver a izar la bandera roja con la estrellita, y proclamar que eran la nueva Roma.
Hubo dos revoluciones que cambiaron a Europa: la primera, una Reforma que mostró a las personas que había otra moral aparte del miedo a la Inquisición; la segunda, una Ilustración que guiaba al hombre hacia una vida dirigida por la razón. Ambas revoluciones pasaron de largo y nunca llegaron a Rusia, creando una enorme y profundísima brecha respecto a la evolución del continente. Elecciones limpias, legalidad, alternancia de poder, protección contra la arbitrariedad del poder, derechos humanos… Todo eso suena a chino en Rusia. A pesar de todo, aún queda una minoría deseante y capaz de vivir en democracia. A pesar de todo, hubo una rebelión de los intelectuales: la Rusia de Pushkin, de Chéjov, de Chaadáyev, de Tolstói, de Chagall, de Kópelev, de Brodky, de Rajmáninov, de Tarkovski… A pesar de todo, están las siete personas que en 1968 fueron a la Plaza Roja para protestar contra la invasión de Praga (su destino fue terrorífico). Y en la memoria permanece la dignidad de Navalny, de Golovliov, de Yushenkov, de Anna Politkovskaya, de Nemtsov, de Litvinenko…
Todo esto nos lo cuenta Mijaíl Shishkin en 'Mi Rusia' (Impedimenta). Un manual para entender la genealogía de la tiranía en Rusia, la legitimación de la fuerza desde los kanatos tártaros hasta su actual encarnación en Vladímir Vladimírovich.
Nos queda otra legitimación, que también nos cuenta Shishkin: los grandes sátrapas asistieron atónitos a otra línea de fuerza que creció en paralelo, ya que a la figura del soldado se le opuso el espíritu creativo del poeta. Pushkin creó 'Eugenio Oneguin', y con la novela, una defensa de la dignidad humana. Y ese poema, 'Exegi Monumentum', del que podemos rescatar un fragmento: «Me erigí un monumento que no labró la mano,/la ruta que a él conduce no cubrirá la hierba,/y alza muy por encima del pilar de Alejandro/su indómita cabeza». Quizás haya esperanza.
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