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En ocasiones, la historia de los avances en medicina está señalada por hitos macabros. Se me ocurren los experimentos del doctor Hubertus Strughold en Dachau, ... que hicieron progresar la medicina aeronáutica al coste de prisioneros sumergidos en agua helada o introducidos en cámaras de alta presión, para ver cuánto tardaban en morir. O el padre de la ginecología, James Marion Sims, que operó durante años a decenas de esclavas en el sur de los Estados Unidos, haciendo cirugías vaginales sin anestesia. Cuando pensamos en las virguerías que son capaces de hacer los cirujanos, desde una habitual operación de cadera hasta la reconstrucción de un rostro o un implante de corazón, muchas veces nos olvidamos de que, hasta llegar a ese grado de virtuosismo, hubo un largo camino de ensayo y error. Y este trabajo debía hacerse sobre cuerpos humanos.
Si recuerdan la 'Lección de anatomía' de Rembrandt Harmenszoon van Rijn, es un lienzo pintado en 1632 en el que el doctor Nicolaes Tulp imparte una lección a un grupo de cirujanos. Explica la musculatura del brazo de un cadáver que pertenece a un criminal, pues por aquel entonces sólo podía ejercerse una disección pública al año, y sobre hombres condenados y ejecutados. Músculos, tendones… para salvar vidas era necesario desmontar el cuerpo humano, estudiarlo, comprender su funcionamiento. El problema partía de que ¡no había cuerpos! Siempre ha existido tensión social cuando se habla de diseccionar cuerpos humanos, y no fue hasta 1506 que el rey Jacobo IV de Escocia estipuló que el gremio de cirujanos (y barberos, como en el wéstern) podía disponer de los cuerpos de algunos criminales ejecutados. Le siguió Enrique VIII en 1540 concediendo cuatro criminales ahorcados, que Carlos II subió a seis. No obstante, nunca fueron suficientes, siempre había escasez de material humano, así que los anatomistas hicieron lo necesario para seguir su vocación.
Unos, como William Harvey, que en 1628 demostró que la sangre circulaba por el cuerpo, utilizó a su propio padre y a su hermana. Otros, se dedicaron ellos mismos a saquear tumbas durante la noche, o enviaban a sus alumnos a hacer el trabajo sucio. De repente, comenzó a funcionar la ley de la oferta y la demanda, y ante una necesidad perentoria, surgió una industria: los 'resurreccionistas'. Estos ladrones de cadáveres se dedicaban a sacar los muertos de sus tumbas antes del Juicio Final (normalmente fosas comunes), y los entregaban en las escuelas de anatomía a cambio de un estipendio. Tanto los muertos enteros como sus partes se comercializaban como cualquier otra mercancía: se empacaban, se preservaban con sal, se almacenaban y luego se transportaban en carros, carretas y barcos. Ya en las primeras décadas de 1700, robar cadáveres en los cementerios de Londres era una práctica normal, y fue hacia 1750 que el anatomista John Hunter comenzó su famoso museo The Hunterian, lleno de maravillas médicas y mutaciones. Al filo del nuevo siglo, en 1797, nacería Mary Shelley, que creció con esas historias en la cabeza, e influyeron necesariamente en su novela 'Frankenstein o el moderno Prometeo' (aparte tienen 'Diario de un resurreccionista', editado en 1896 por James Blake Bailey, sobre las notas de un ladrón real, Jack Naples, que lo escribió en 1811). Y todo iría sobre ruedas, si no fuera porque las cosas comenzaron a desmadrarse sobre 1828, cuando, ante la pertinaz sequía de carne fresca, los tristemente célebres Burke y Harke pasaron directamente de la exhumación al asesinato por encargo, con 16 personas asfixiadas (Robert Stevenson los sacó en su cuento 'El ladrón de cadáveres', y Marcel Schwob hizo una biografía ficticia sobre los crímenes en 'Vidas imaginarias').
El gobierno se vio obligado a tomar cartas en el asunto y surgió la Ley de Anatomía de 1832, que establecía que los cirujanos podían hacer uso de los cuerpos no reclamados de las cárceles, asilos, hospitales y hospicios (equiparando así pobreza con crimen). Uno de los primeros en donar su cuerpo a la ciencia fue el filósofo inglés Jeremy Bentham, ayudando en el lentísimo camino por el cual se neutralizó a los resurreccionistas. Actualmente, en Europa, Sudamérica y Norteamérica, se utiliza una combinación de cuerpos no reclamados y donados, mientras que, en Asia y África, se estudian cuerpos no reclamados. Como curiosidad, comentar que existe una mesa de autopsias virtual, Anatomage, que consiste en una tableta táctil del tamaño de una mesa programada con abundantes capas de imágenes, cada una con un corte de un milímetro del cuerpo, que juntas crean una forma tridimensional con la que el estudiante puede trabajar. Aunque, claramente, no es tan literaria como un grupo de hombres cavando a altas horas de la noche, a la luz de una lámpara, siendo capaces en aproximadamente media hora de extraer un cadáver y meterlo en un saco. John Naples menciona en su diario que su banda no podía trabajar bajo la luna llena, la imposibilidad de vender un cadáver putrefacto, el cuidado que tenían con los cuerpos que habían muerto por viruela, los problemas que les daban los mortsafes, las jaulas de hierro que podían proteger los ataúdes, y que, a veces, era una profesión de riesgo: como te pillasen sin fraganti, las patrullas del orden público te podían lanzar los perros, o una turba del pueblo matarte a palos.
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