En este pueblo somos muy de Nietzsche

Lo más sorprendente es comprobar cómo se le ha tergiversado. Quizás por culpa de su hermana Elisabeth, depositaria de su legado, quien por sus querencias hacia el nazismo le filtró de forma que sus enseñanzas fueron malinterpretadas

Lunes, 16 de diciembre 2024, 01:00

Me van a permitir recordar la escena de 'Amanece, que no es poco' (José Luis Cuerda, 1989), en la que Saza le habla a otro personaje: «Le dije a usted, cuando me pidió permiso para ejercer de escritor en el pueblo, que era mejor que ... hiciese lo que hacen otros sudamericanos, que unos días van en bici y otros huelen bien… Y ahora me dicen que ha escrito usted 'Luz de agosto', la novela de Faulkner, ¡de William Faulkner…! ¡Es que no sabe que en este pueblo es verdadera devoción lo que hay por Faulkner!». En el pueblo fue un escándalo, algo inaceptable. Y yo, estos días, he vuelto a leer a Friedrich Wilhem Nietzsche. Son esas lecturas imprescindibles cuando eras chaval, 'El nacimiento de la tragedia', 'Así hablaba Zaratustra', 'La ciencia jovial', 'Más allá del Bien y del Mal', 'El caminante y su sombra', 'La genealogía de la moral'… En mi caso, juvenil admirador de Jim Morrison, intentaba desentrañar por qué el californiano era tan fan del alemán.

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Mis lecturas, ya con muchos años de perspectiva, han sido interesantes. Lo más sorprendente es comprobar cómo se ha tergiversado a Nietzsche, posiblemente uno de los autores peor comprendidos por el imaginario público. Quizás la causa haya sido su hermana, Elisabeth, depositaria de su legado, pero que debido a sus querencias por el nazismo filtró a su hermano de tal forma que sus enseñanzas quedaron tergiversadas, atendiendo a los intereses ideológicos del nacionalsocialismo. Lo que me queda claro es la pasión de Nietzsche por comprender la realidad ya desde esa carta a Franz Overbeck en 1882, donde podemos leer estas líneas fantásticas: «Todos los acontecimientos me son útiles, todos los días santos, y todos los hombres divinos». Echemos un vistazo a algunas de las ideas y las malinterpretaciones sobre su trabajo.

Hay un concepto clave: la diferencia entre lo apolíneo y lo dionisiaco, es decir, y a grandes rasgos, lo racional frente a la pasión. No hay una defensa de uno contra el otro, sino una complementación, ya que si fuera sólo Apolo, el mundo devendría en estéril, y si sólo Dionisio, habría un desmadre de pasiones desenfrenadas. Ni un mundo ni el otro son deseables, es mejor una mezcla creativa. Respecto a la famosa 'muerte de Dios' y el nihilismo que deviene, con sus cambios de valores, con la discusión sobre las categorías tradicionales de bien, verdad, progreso, etc, Nietzsche propone el 'Superhombre'. Este Übermensch, tan querido por los nazis, no se trata de un señor tipo ario que se pone una capa y echa a volar por encima de la moral y lo sensato, sino de un hombre consciente de que hay que superar ciertos valores del pasado, un hombre más allá de los alcances tradicionales cristianos. Es un hombre nuevo que tiene que vivir fuera de los conceptos de alma, religión, espíritu; un hombre que busca nuevos entornos intelectuales lejos del pesimismo y la resignación; contextos laicos que no caigan en la trampa de nuevos ídolos y nuevas idolatrías que sustituyan a las anteriores.

En cuanto a otro de los conceptos célebres, el 'eterno retorno', de nuevo tenemos una lectura errada de su verdadera intención. No se refiere a que las cosas sucedan una y otra vez en un ciclo sin fin, sino de un pensamiento ético, «lo que quieras, has de quererlo de tal manera que quieras también su eterno retorno». O sea, tómate con calma tus decisiones, busca la manera de vivir tu vida de forma que podrías vivirla miles de veces más, porque es lo que te gusta, «qué feliz tendrías que ser contigo mismo y con la vida, para no desear nada más que esta última y eterna confirmación y sanción».

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En referencia a la 'voluntad de poder', estamos en los mismos desatinos. La cosa no va de coger un martillo y empezar a reventar cabezas, sino de una voluntad cuyo poder se basa en su capacidad para convertir su propio opuesto en ventaja para sí mismo. Eso implica una capacidad para asimilar la alteridad, el Otro, es decir, no se trata de imponer la fuerza, sino del «poder de ser afectado». Sólo un esclavo no es capaz de comprender el poder como una dimensión creativa, plástica, liberadora. Los nazis, evidentemente, espigaron aquí y allá lo que les convenía, tergiversándolo, pero si hubieran estado un poco atentos, también hubieran visto como Nietzsche los auguraba en 'El nacimiento de la tragedia'. En el libro, entre otras muchas cosas, ponía negro sobre blanco que era perfectamente posible la connivencia de un florecimiento inaudito del espíritu científico con una cultura sumida en la barbarie. Hablando en plata: la misma civilización que es capaz de crear prodigios como los cohetes V2, es capaz de tener lámparas forradas de piel humana.

Por último, y aprovechando 'El nacimiento de la tragedia', nos relata cómo el arte es capaz de dar la vuelta al carácter espantoso y absurdo de la existencia, transformándola en representaciones que permitan al hombre vivir. Gracias a lo «sublime» se sujeta lo terrible de la existencia, y gracias a lo «cómico», se descarga del sinsentido. Es el mundo intermedio encarnado en los sátiros que hacen de coro durante las representaciones griegas de teatro, todos esos cortafuegos que mitigan el arrebato cruel de la realidad. El arte cura, nos dice el filósofo, el arte nos consuela.

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Pues eso, lo dicho: en este pueblo somos muy de Nietzsche.

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