Prostitutas, gladiadores, libertos, soldados

Robert Knapp opta por un enfoque distinto en 'Los olvidados de Roma': un recorrido por la gente corriente que no sale en los libros de Dion, Casio o Salustio

Lunes, 13 de mayo 2024, 02:00

El sexo pagaba impuestos. A los romanos no les preocupaba la cuestión moral de la prostitución, sino que tributase, y se pagaba un tanto por ciento por servicio. El mismo Calígula montó una casa de putas en palacio y cobraba a los usuarios, incluso prestándoles ... dinero con intereses para el fornicio. El verbo 'fornicar' viene de las arcadas de los grandes edificios públicos (fornices) donde la gente se resguardaba para satisfacer su lujuria. Y el mismo tema de la prostitución y el adulterio era algo constante en el teatro, donde podríamos destacar la Floralia, un festival lascivo que se celebraba en Roma durante la primavera. En la Floralia había desfiles, pantomimas, diálogos teatrales, y las fulanas aprovechaban para hacer sus particulares streaptease a fin de mostrar la mercancía.

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Sexo y Roma son algo así como sinónimos. Pero sorprende lo pacatos que pueden ser en ocasiones sobre el sexo oral, el lesbianismo o el sexo anal. No quiere decir que no se practicase, sino que en casa guardamos las formas, y los desmadres, fuera. Al final, lo importante era un matiz tan bizantino como la penetración: si metías tu glans donde fuera, estaba bien visto, eras un dominador. Por el contrario, si eras tú el penetrado, indicaba sumisión, y oye, muy mal, porque de lo que se trataba era de sostener la imaginería de los machos romanos agresivos y dueños del mundo. Que fueras hetero u homosexual no era prioritario, ya que en latín ni siquiera existía la palabra para denominar la identidad sexual.

Y los gladiadores. Era una industria del entretenimiento, como el cine. Tenías una posibilidad entre diez de morir en el primer combate, porcentaje que se elevaba en el segundo, aunque si lograbas aguantar, tu capacidad de supervivencia aumentaba al mismo ritmo que los premios y la gloria. Había estrellas de rock, tipos que llevaban diez o quince combates invictos, y que desataban la locura del personal. Lo normal es que no vivieras más de 30 años, pero si lograbas que te dieran la espada de madera (rudis), podías retirarte con un capitalito.

Los esclavos lo tenían más complicado. Porque un esclavo no existe jurídicamente. Es un objeto. Y la esclavitud es algo que no se discute en el mundo grecorromano. Es lo normal. Como normal era vender a un hijo si tenías deudas, o venderte a ti mismo durante un periodo de tiempo para saldar cuentas. También es habitual utilizar a los esclavos como juguetes sexuales, da igual que sean críos, y muchos de los esclavos utilizan este canal para ascender en las jerarquías de los hogares. Ya digo, era un marco mental que no se ponía en tela de juicio, como si no se pudiera concebir otro. No obstante, los esclavos también podían conformar un mundo privado, con familias, ahorros, ciertas posibilidades de comprar su libertad con el tiempo.

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Los libertos conforman un cuadro muy interesante, una especie de clase media, salvando las abisales distancias. Son híbridos esenciales para el funcionamiento del mundo romano, antiguos esclavos que evolucionan gracias a su talento, y que pueden seguir gestionando los recursos del amo que lo libera o montar sus propios negocios. Hay casos de libertos que llegaron a posiciones muy acomodadas, tipos polifacéticos, que saben cuándo subordinarse y cuándo presionar, que se mueven con fluidez entre las diferentes corrientes del imperio.

Las mujeres. Desde luego, no podían crear un 'Me Too' y sufrían una violencia diaria, la misma violencia que impregnaba a toda la sociedad romana. Una esposa tenía que hacerse la loca con los devaneos del marido con las esclavas, o recibir una paliza de vez en cuando. Era lo suyo. El amor romántico se trataba de una entelequia, y las bodas se conciertan para asegurar la continuidad de la familia y las propiedades. Cabe la posibilidad de que la mujer realizase algún tipo de comercio, pero se trataba de rara avis; normalmente, están sometidas al marido, y trataban de vivir con las menores molestias posibles. Eso no quita para que pudieran influir en la vida pública a través de los hombres, utilizando diversas estrategias, ya que las Agripinas, las Cornelias, las Drusilas podían encontrar su reencarnación en las ligas inferiores.

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Los soldados. Era obligatorio ser ciudadano romano, y tener entre 20 y 25 años. Tu posición será arriesgada en algunos casos (algún germano te puede romper el cráneo), pero puedes tener una vida con prebendas: la alimentación, asegurada; el suelo, fijo; la atención sanitaria, la mejor que ese mundo te puede proporcionar; la camaradería, siempre afilada, como tu gladius. Se daba el caso de que, si no sabías, en las legiones podías aprender a leer, escribir y sumar, importante para medrar en un ejército donde el papeleo alcanzaba niveles asombrosos. No puedes casarte, pero puedes mantener una familia paralela, aquí lo importante es mantener la fidelidad al emperador y no armarla (valga la redundancia). De vez en cuando, puedes hacer algo de contrabando o extorsionar a algún campesino: siempre que no se te vaya la mano, puedes ir tirando. Si tras veinte años sigues vivo, te puedes jubilar con una buena pensión, tierras y la capacidad para convertirte en concejal en algún ayuntamiento. La milicia siempre ha estado bien vista en el mundo romano.

Los historiadores clásicos se suelen centrar en las élites, el mismo Amiano Marcelino viene a decir que la historia no se ocupa de los pequeños. Sin embargo, Robert Knapp ha optado por un enfoque distinto en 'Los olvidados de Roma' (Ático de los Libros). Nuestro autor hace un recorrido por los estamentos olvidados, la 'gente corriente' que no sale en los libros de Dion Casio o Salustio. Esta mirada al terrario resulta fascinante, y entre todos los datos, uno principal: no les aconsejo ir a las famosas termas por higiene (sólo para conspirar), ya que todo el mundo se lavaba con la misma agua, y algunos incluso se hacían pipí en el proceso.

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