La pobreza

Sé que la pobreza es un instrumento muy eficaz de control, se crea un vínculo perverso entre opresor y oprimido. Depender de una 'paguita' o de una caja de comida te aliena, te hace incapaz para escribir tu propia historia

La pobreza tiene muchos avatares. Para una generación como la mía, educada en el 'bovarismo' y la cornucopia de una clase media que podía comprar segunda residencia, ser testigo de la posibilidad de caer en un erebo económico no deja de ser indecoroso, terrorífico, incomprensible. ... El mátrix comunicativo del Gobierno crea una realidad virtual en que todo va bien, mientras yo recuerdo aquellos reporteros gringos en La Habana, a un paso de la guerra con España, cuando se tomaban sus gin fizz en el Hotel Inglaterra, miraban a las calles, absolutamente tranquilas, y escribían: «Los ciudadanos americanos son detenidos y asesinados sin juicio… sangre en las calles, sangre en los campos, sangre en los caminos… sangre, sangre, sangre…».

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La pobreza. De repente ya no puedes comprar pescado y te pasas al pollo, ya no puedes comprar pollo y compras una pizza congelada. Sigues manteniendo la corrección en el vestir, en las formas, pero cuando pasas cerca de una máquina de parking, metes un dedo en la ranura del cambio, por si quedasen monedas. También te quedas cerca de una papelera en el metro, y cuando el andén se queda vacío, sólo las cámaras observan cómo rebuscas en la basura (la última defensa psicológica de la antigua clase media son las apariencias). Los últimos días del mes se convierten en la fábula de Aquiles y la tortuga, pues ni haciendo 'contabilidad creativa' eres capaz de alcanzar el final. La inflación se come el sentido y la densidad de tu ahorro; se acerca la hora de pagar tu alquiler mensual, y tal parece que estuviera a punto de aparecer un Caminante Blanco; las hipotecas se convierten en una ruleta de casino; los gastos fijos se comen cualquier posibilidad de ocio, aquel finde que ibas a un restaurante, esa exposición magnífica, pero 15 euros por una entrada es demasiado. Quitas la calefacción porque no hay plata. Este año ya no se compra ropa nueva. No hay capacidad para afrontar gastos imprevistos.

La pobreza. Te miras al espejo y no te reconoces, igual que cuando el papa Inocencio X se quejó a Velázquez de que no le gustaba su retrato porque era 'troppo vero'. España es el segundo país de Europa donde más ha crecido el porcentaje de personas en situación de carencia. No puedes ahorrar, ergo no puedes hacer planes. Si quitas de un lado, hay otro que quedará a la intemperie. Y comprar barato es como comprar una bombilla en los 'chinos': al poco, fundida, y tendrás que comprar otra, y otra, y el gasto se convertirá en un turbión al límite de la subsistencia. Por eso no duermes bien. Por eso tu salud mental se llena de agujeros. Los nuevos parámetros de riqueza no son los coches que puedes adquirir, sino la cantidad de hijos que puedes tener. Alguien comenta que cómo puede ser, si las terrazas están llenas: los bares siempre estarán llenos, en épocas de abundancia y en las de escasez, unas para celebrar, otras para olvidar. Al cabo, y como escribe Horacio, la tierra se abre tanto para el pobre como para los hijos de los reyes.

La pobreza. En los experimentos en que se ha intentado paliar la pobreza con mil dólares mensuales, los resultados fueron catastróficos. Se aumenta el endeudamiento, se acaba trabajando menos, no se invierte en educación. Porca miseria. Qué hacer, si seguimos 'poniendo trono a la causa y cadalso a la consecuencia'. Además, el Informe Draghi se ha alzado como un gigante de hielo en medio de Europa: burocracia irracional, clases políticas parasitarias, gaps tecnológicos con USA y China, grilletes regulatorios, cepos fiscales. Draghi: «La UE ha llegado a un punto en el que, si no actúa, tendrá que comprometer su bienestar, el medio ambiente o su libertad».

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El europeo es cada vez más pobre: Alemania tiembla, Francia dedica el 57% de su presupuesto al gasto social, en Bruselas se han hecho 109 reglamentos sobre almohadas y 31 leyes sobre cepillos de dientes.

La pobreza. A veces, tengo pensamientos conspiranoicos. Sé que la pobreza es un instrumento muy eficaz de control, se crea un vínculo perverso entre opresor y oprimido. Depender de una 'paguita' o de una caja de comida te aliena, te hace incapaz para escribir tu propia vida. En esa realidad virtual el esclavo puede llegar a admirar a su amo, no se ven como individuos libres, sino eternamente atados a las cadenas mientras sueñan con tener las vidas que se falsifican en las revistas del corazón y los culebrones. Las ideologías totalitarias adoran este tipo de sumisión: hablan de pueblo, no de ciudadanos; de partidarios, de fieles, de masa. No les gusta el individuo, no les gusta la libertad para decidir dónde te vas de vacaciones o para darte un capricho con ese restaurante carísimo o para comprarte ese tocho de treinta euros de un pensador colombiano que te explica, precisamente, cómo funciona la pobreza. Es la pobreza, su psicología, lo que ahorma cualquier decisión, lo que crea estómagos desesperados, pero agradecidos. La pobreza la que hace que te creas el paraíso artificial que puede crear la televisión, las previsiones de un banco central trucado, los titulares de los periódicos tributarios, las radios amigas.

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La pobreza. España debe billón y medio de euros, y cada minuto que pasa, se endeuda 150.000 euros más. La progresividad fiscal es cada vez más alta, el ascensor social está atorado, el sistema educativo es buenista, igualando a quien no quiere esforzarse con el que quiere salir del agujero, sacrificando a los más capaces en aras de una igualdad obscena, con gravísimas consecuencias sociales. «Por qué te preocupa tu barba cuando van a cortarte la cabeza», decía un personaje de 'Los siete samuráis'. La pobreza tiene muchos avatares.

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