La luce. Sempre la luce». Eso le dice el cura de la iglesia de Pio Monte della Misericordia, en Nápoles, cuando sorprende a un deslumbrado Tom Ripley contemplando el cuadro de Caravaggio. Y Ripley responde con un admirativo sí, sí, al ser testigo, por fin, ... de una grandeza luminosa a la altura de la oscuridad que alberga en su interior. Es la nueva adaptación de la novela de Patricia Highsmith, filmada como serie en un majestuoso blanco y negro, para Netflix. El tempo de la serie es pausado, y la mirada de Steven Zaillian es deliberadamente artística, a fin de retratar a un Ripley más duro, más sociópata, más amoral, más desesperado que en sus anteriores avatares.
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Ripley es una máscara, una farsa andante, una mentira prodigiosa, que navega por la vida sin un propósito concreto, hasta que se encuentra con otro criminal, Caravaggio, quien le muestra, por fin, su destino. La sangre y la belleza. La belleza y el lujo. El lujo y la clase. Al precio que sea. Un sinfín de planos detalle, primero en NY y luego en Italia, un ejercicio de estilo soberbio, con la ayuda del director de fotografía Robert Elswit, para contar una de las historias más terribles y adictivas que ha parido el noir. Ripley encuentra a Dickie, un rico tarambana, perdido en la bohemia amalfitana, y de inmediato es consciente de que esa vida está desperdiciada, y que ese capullo no merece ni la suerte ni el dinero que desperdicia a manos rotas. Aparte, el resentimiento de clase, el dolor que produce la ausencia de una razón objetiva para que no te inviten a la fiesta.
Caravaggio, genio y figura, el mismo que es capaz de convertir prostitutas de Roma en vírgenes inmaculadas, o de acuchillar a un hombre, es quien le deja el paso expedito. Y Ripley seduce, miente, mata, e hila un laberinto de mentiras para proteger su destino. El actor Andrew Scott es capaz de desplegar todo el siniestro talento de Ripley, todo su carisma, para que avancemos con él tras cada fechoría, para que suframos la tensión en cada encuentro con la Policía, con el paradójico deseo de que no lo pillen jamás. Al fondo, en la oscuridad de su carácter, se adivinan millones de criaturas resbaladizas, traumas, terrores, debilidades, que Ripley oculta tras cada una de sus meticulosas falsificaciones. Son ocho capítulos de autor que nos exigen tiempo, pero que nos devuelven cada moneda multiplicada.
¿Por qué queremos que se salve un ser tan avieso, tan funesto? ¿Por qué no ponemos reparos a una nueva víctima, e incluso comprendemos la necesidad al punto de que ya deseamos que la liquide? Quizás porque no hay otra posibilidad, porque es necesario para alcanzar nuestro sueño, y quién no ha tenido un sueño, uno que sólo tiene un tren, y está a punto de pasar, y habrá que hacer lo que sea para cogerlo. Quizás porque todos hemos sentido en algún momento que la vida era injusta, que esa gente que vemos en las pantallas disfrutando del dolce far niente no es mejor que nosotros. Y mira por dónde, de repente, es posible una revancha, aunque sea a través de la ausencia de empatía de Andrew Scott, aunque tengamos que hacernos los locos con sus miradas escalofriantes, con su gatillo fácil.
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Matt Damon, Alain Delon, Dennis Hopper, John Malkovich… Todos interpretaron su particular versión de Tom Ripley (Malkovich hace incluso un cameo en la serie), pero Scott ha entrado en otro nivel. Está apoyado por secundarios solventes, Dakota Faning, Johnny Flynn, Maurizio Lombardi, Eliot Summer (hijo de Sting); el director es el guionista de 'La lista de Schindler' o 'El Irlandés'; y todo ayuda en esta función: el suspense, las metáforas visuales, los silencios calculados. Sin embargo, esta historia perturbadora del triunfo del Mal sobre el Bien, este cuento sórdido, extraño, apoya sus pilares sobre Andrew Scott. Mentiremos, embaucaremos, manipularemos, mataremos, todo por tener tiempo para ser un vividor, para poder paladear la belleza del arte veneciano que nos fue negada en la cuna, para comprar vinos oscuros y carísimos, para pasar la mano sobre la seda de nuestro batín, para tomarnos un dry martini mientras disfrutamos de la perspectiva de Atrani/Capri. Porque nos lo merecemos.
En una de las escenas creo reconocer el mismo palacio veneciano donde se rodó la insana 'El placer de los extraños'. En los cuadros que aparecen en la película también identifico la afirmación de Caravaggio, «gestos y miradas que reflejan sin recato ese punto de desesperación que provoca la lucha cotidiana por la supervivencia». Tom Ripley no ha leído a Goethe, pero este piensa en él cuando dice que «al que sin cesar se esfuerza por ascender… a ese podemos salvarlo». Nosotros también queremos ascender con Ripley, sobre la mediocridad y la miseria y la fealdad, porque nosotros sabremos disfrutar mucho mejor de los privilegios que esa tribu decadente y terminal que no ha dado jamás un palo al agua. «La luce. Sempre la luce», Tom.
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