![En la corte del lobo](https://s2.ppllstatics.com/elcomercio/www/multimedia/202012/27/media/cortadas/Imagen%20TRIBUNA%20El%20terror-k9CE-U13062167476z6D-1248x770@El%20Comercio.jpg)
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Cuando terminas la trilogía de Hilary Mantel sobre la Inglaterra de los Tudor, 'En la corte del lobo', 'Una reina en el estrado' y 'El trueno en el reino', el último tomo que acaba de publicar Destino, tienes la sensación de que, como escritor, aún ... tienes mucho que aprender. Da igual el tiempo que lleves en este negociado. Grosso modo, más de 2.500 páginas que dejan patas arriba todo tu concepto de la novela histórica. La autora inglesa recorre el reinado de Enrique VIII de la mano de su valido, Thomas Cromwell (no confundir con Oliver Cromwell), con una ley en la cabeza: 'Un buen novelista hará que sus personajes se comporten en el marco ético de su tiempo, incluso si choca con sus lectores'. El poder es el gran protagonista de este ciclo, en todas sus manifestaciones, da igual que su demostración sea tonante o un pequeño trance, ya que tras cada palabra o acción escuchamos siempre el hilo musical de Maquiavelo, 'la promesa fue una necesidad del pasado, la palabra rota es la necesidad del presente'. El consejero Cromwell nos introduce en un mundo sin pretensiones historicistas, se limita a contarnos lo que sucede como si fuese contemporáneo y afectase al lector mismo. Él introduce sus manos en una jofaina de Pilatos, se lava las manos, y nos muestra como inevitable la decapitación de Ana Bolena o Tomás Moro, el divorcio de Catalina de Aragón, el choque con los papistas, las ejecuciones de herejes o las traiciones entre los aristócratas. Es una política de sillas calientes que debes aprender rápido, o si no, quedarás reducido a aquello que decía Zweig respecto a Fouché, 'un hombre de poder sin poder, un político liquidado, un integrante agotado, siempre es la cosa más miserable del mundo'.
Hilary Mantel utiliza una prosa de baja intensidad, que funciona como un flujo de conciencia, trufado de frases lapidarias, reflexiones, imágenes poéticas, descripciones hermosísimas, exégesis psicológicas. 'La infancia era así -leemos en el primer tomo-, te castigaban y luego volvían a castigarte si protestabas. Así uno aprendía a no quejarse. Era una lección dura, pero nunca se olvida'. Todo encauzado a través de Cromwell, un hombre hecho a sí mismo, que sube desde los abismos sociales de una herrería en Putnam, pasando por la profesión de soldado, asesino, abogado, comerciante, prestamista, pero, sobre todo, superviviente, para terminar por susurrar al oído del hombre más poderoso de Inglaterra. 'No esperes de Enrique coherencia -se lee en el segundo tomo-, se enorgullece de entender a sus consejeros, sus opiniones y deseos secretos, pero está decidido a que ninguno de ellos lo entienda a él'. En Cromwell respiran las esencias del mismísimo Shakespeare, en la irreductible decisión de contarnos la condición humana, desde lo más cotidiano a lo más excelso, y, como el Bardo, utiliza a los presentes y a los ausentes, a los vivos y a los muertos. Sí, Mantel también convoca a los fantasmas como personajes que, en ocasiones, parecen más vivos que los vivos, presencias sutiles que se mueven alrededor de Cromwell, y se presienten, y le susurran, y hablan unos con otros en un murmullo que podría enloquecer a alguien menos fajado.
A lo largo de los tres tomos apenas hay sexo o escenas de guerra, no son necesarias: para qué, si basta con el despliegue psicológico del que hace alarde su protagonista. La representación de la corte ('Si es de buena sangre el rey, de tan buena son sus piojos', escribía Quevedo), es más que suficiente para tenerte enganchado. Ves cómo se premia más a los adversarios que a los aliados para asegurar lealtades, y los lingotes se utilizan contra la traición y los alzamientos; estás demasiado entretenido en descubrir los verdaderos rostros de los oficiantes. Cromwell piensa que solo existe una dirección, hacia delante, la única que permite Dios, ya que no caben los arrepentimientos y, si los hay, son inútiles. Pasa de llevar brotes de romero en el bolsillo para desmenuzarlos en la mano y acercarlos a la nariz, a afirmar sin ninguna duda que los reyes matan a los mensajeros, para eso son reyes. 'El rey está compuesto de esquirlas y fragmentos rotos del pasado, de profecías y de los sueños de su estirpe ancestral. Las mareas de la historia rompen dentro de él, sus corrientes amenazan con llevárselo. Su sangre no es suya, sino sangre antigua. Sus sueños no son suyos, sino los sueños de toda Inglaterra…', podemos leer en el tercer tomo. Entre medias, abre mundos especulativos entre las verdades aparentes, y los aliados son tan peligrosos como los enemigos, especialmente en un universo en que su presencia, el hijo de un herrero, amenaza el statu quo de una nobleza centenaria.
Intriga palaciega, dilemas morales, trapos sucios, delicadas disquisiciones teológicas, ejecuciones de reinas y filósofos, el espíritu del Renacimiento desplegando sus alas de mármol, la forja de un estado moderno, la hybris final de un Cromwell que se pierde en el laberinto de espejos de un monarca fatuo y caprichoso… El regalo perfecto para estas navidades, porque, ya sabemos por André Gide, que con buenas costumbres no se hace buena literatura. Aparte de Cromwell, hay otros personajes fascinantes, como Eustace Chapuys, el embajador del emperador Carlos, un cínico consumado, o Thomas Howard, el duque de Norfolk, epítome de una aristocracia que teme y menosprecia a Cromwell como ejemplo de una sociedad meritocrática que hay que hundir a toda costa. En todo caso, la trilogía de Hilary Mantel es un logro mayor de la literatura, que seguramente obligará a ver ese periodo en el futuro a través de los ojos de Cromwell, igual que vemos la duda mediante Hamlet o la venganza vía Macbeth. Y, siempre, pequeñas epifanías: 'Mientras bendecimos a un viejo soldado y le damos limosnas, lamentamos su condición de ciego o de tullido, no consideramos heroínas a las mujeres lisiadas en la lucha por dar a luz. Si parecen quedar tan lacerada como para no poder tener más hijos, nos compadecemos de su marido'.
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