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Uno empieza a tener la sensación de que el Tribunal Constitucional es un poco como el CIS de Tezanos o la Fiscalía, un casino donde las cartas están marcadas, una herramienta al servicio de una persona. Esa fe en la institución se está agostando en ... muchos más españoles, y eso es malo. Muy malo. Porque son 680 millones de euros los que se defraudaron mediante un sistema mafioso creado por dirigentes de la Junta de Andalucía para sus espurios fines. Y uno se pregunta cuál es el razonamiento numinoso para que todo un Tribunal Constitucional, en vez de confirmar con dureza la actuación lamentable de unos políticos, le enmiende la plana a los jueces y magistrados que les condenaron. Uno se pregunta quién piensa que va a colar que durante tanto tiempo estos señores no sabían que estaban enturbiando la ley en aras de engordar las redes clientelares.
Hay cosas más desoladoras. Cuando nos enteramos de que habría recursos, y que se iba a poner en entredicho a la juez Alaya y su convencimiento de que hubo un 'fondo de reptiles' para dar subvenciones sin las exigencias adecuadas, muchos estuvimos seguros de que los culpables serían salvados. Y eso también es muy malo, esa impresión de que las bolitas que corrían por la ruleta caerían en los números adecuados. Chaves y Griñán son especialistas en derecho laboral, Magdalena Álvarez es inspectora de Hacienda, qué raro todo, qué extraño que toda una montaña de pruebas e indicios quede laminada y la gente que estaba a los mandos queden limpios por la labor sartorial del Constitucional. Lo dicho, la esperanza queda espiritada, igual que cuando te enteras de que la malversación depende del cristal con que la mires, o que la 'voluntad legislativa' está por encima de los jueces (con dicha 'voluntad' podrías poner una guillotina en la Plaza Mayor de Madrid, si así te da el aire).
Y les voy a contar más impresiones. Es malo también que uno piense que da igual lo que suceda con doña Begoña, que es indiferente que la «Transformación Social Competitiva» tenga pinta de ser lo que parece, porque al final estará el genuflexo señor Pumpido igual que el Espíritu Santo para lavar todo pecado, que las argumentaciones se tornarán argucias («el crédito nunca delinque», dijo Griñán). Es malo considerar que te están tomando el pelo cuando se aduce que el personal es inocente porque no se ha enriquecido personalmente. Es malo quedarse perplejo cuando en la televisión ves que Milei es la extrema derecha y el ultraliberalismo, y Mélenchon es un inocuo frente popular. Es malo reflexionar sobre el Tribunal Constitucional y acordarme de Pío IX, el que dijo yo soy la tradición, yo soy la Iglesia, y que los hechos históricos nunca podrán refutar la verdad revelada por la divinidad. Tengo para mí que también es malo enumerar a todos los 'santos inocentes' de los ERE y tener siempre presente al inigualable marqués de Leguineche en la 'Escopeta Nacional': «Negligencia, quizás, pero malicia, nada».
Harold Pinter hablaba de una enfermedad en el centro mismo del lenguaje, de modo que se convierte en una mascarada permanente, en un tapiz de mentiras. Las tácticas retóricas, la terminología estéril, la distorsión de la realidad… Todo eso es mi nefasta impresión, la percepción de que basta con ser un correligionario, con tener el carné de partido en la boca, para que tengas barra libre. Esa ominosa corazonada de que hay una metástasis corroyendo el sistema, de que las instituciones antaño prestigiosas han caído bajo el influjo de señores que son capaces de decir que el fraude de los ERE existe, pero «no puede ser objeto de control por parte de ningún órgano judicial». Materia parva, que dirían los teólogos. Todo atado y bien atado, que dirían en el búnker. Y lo más salvaje es que ahora los socialistas andaluces lanzan una campaña para hacerle un 'ongi etorri' a los santos inocentes, una campaña de desagravio. De verdad que no quepo en mí de asombro.
680 millones de euros. Dónde van a colocar esa cantidad en el plan de regeneración democrática que pretende lanzar el Gobierno ultrasocialista. Dónde los 20 jueces de distintos órdenes que acordaron condenar a los exaltos cargos del PSOE. Dónde todos los contratos y subvenciones a dedo sin concurso público ni justificación. Dónde la modificación de la Ley para eludir los controles y disponer de los fondos a su antojo. Dónde los fiestones con langostas, hetairas y perico pagados con dinero público. Dónde ese Tribunal Constitucional, que no pertenece al Poder Judicial, pero que, atendiendo a presiones del Ejecutivo, invade las competencias exclusivas del Tribunal Supremo, «órgano jurisdiccional superior en todos los órdenes». No obstante, todo esto, repito, son sólo impresiones de un humilde plumilla.
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