Este tipo de artículos se comienzan diciendo que uno no es fumador. Pues vale: no fumo. Me sienta mal, así que tuve la suerte de no engancharme a los famosos Chesterfield, que eran lo más 'cool' cuando era chaval. A este respecto, creo recordar que ... en la cultura occidental el color blanco transmite pureza y el rojo, pasión. La combinación de los dos ha cuajado entre los consumidores como iconos de algunos de los productos más vendidos: Coca-Cola y cajetillas de tabaco, todo ello fomentado por millones de anuncios y campañas de marketing estudiadas al milímetro para persuadir de forma directa e indirecta. A partir de aquí, hay que hacer varias consideraciones, tanto en el Reino Unido como en España.
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Fumar es un placer, pero también la causa de un montón de enfermedades y de muertes muy jodidas. Tus inclinaciones dictan tus precipicios, ya lo decía Calderón. El Estado está empeñado en una loable lucha contra el tabaquismo, que es una adicción, y como toda adicción, muy complicada de abandonar. Se eliminó el 'fumeque' de bares y discotecas, de las playas, se sube el precio de las cajetillas, se hacen campañas tremendistas contra el humo, etc. Todo entra dentro del sentido común (aunque lo de las playas no lo tengo claro). Los británicos han ido un paso más allá y han aprobado una ley que prohíbe la venta de tabaco a cualquier nacido después de 2008, y nuestra ministra de Sanidad, Mónica García, ha dicho en referencia a España que «aquí se puede aplicar todo». De cualquiera manera, los de Albión han cruzado la línea que separa lo sensato de la burrada, la frontera entre lo razonable y lo discriminatorio, la limes que divide la protección del ciudadano de la intrusión en su vida privada. La salud pública no es razón suficiente para cargarse los derechos individuales, en este caso, a matarse como uno considere.
El debate es interesante, la contradicción genera polémica: el Estado niñera frente a la libertad de los ciudadanos. Los de Albión van a crear un monstruo del mismo tamaño que la farlopa, y van a tener que recular: es cuestión de tiempo. El personal seguirá fumando, y los hermanos pequeños pedirán a los hermanos mayores que les compren un paquetito igual que les compran las litronas. Los cárteles de la nicotina convertirán la apacible Northumberland en una sucursal de Sinaloa. Lo curioso es que el tabaco no, pero el whisky, sí. Y no acabo de entenderlo, a no ser que el consejero sea el resacoso Boris. Lo normal es que alguien se venga arriba y empiece a tantear las posibilidades de otra Ley Seca, y entonces el aburrido Hertfordshire se convertirá en Chicago años 30. Alguien me dirá que gastamos mucho dinero en Sanidad para contrarrestar esta plaga, y se podría aducir que los fumadores llevan años pagando impuestos por cada cajetilla, y que, en cierta manera, ya se están subvencionando el futuro calvario sanitario. No obstante, a lo que íbamos: Estado versus libertad.
El problema de meterse con el tabaco es que no hay razón para no meterse luego con el alcohol, con las grasas saturadas, con el café o con los azúcares añadidos. Este tipo de cruzadas se sabe dónde empiezan, pero no dónde acaban. Aunque lo seguro es que siempre chocan con los derechos individuales, y que suscitan cuestiones viscerales, a veces de difícil respuesta. Mónica García dice que quiere prohibir fumar en las terrazas de los bares, que el tabaco te va a comer los pulmones, que los fumadores son heraldos de esa muerte que te espera siempre en Samarra. Según parece, un 33% de los ciudadanos son fumadores. Unos fumadores a los que se les ha prohibido fumar en todos los sitios, y ahora también les enajenarán el placer de estar con la cañita y el pitillito en una terraza, bajo los espléndidos cielos primaverales de España. Personalmente, lo veo un exceso (igual que la playa); me refiero a convertir cada gesto del fumador en una continua búsqueda de guetos donde esconderse para echar humo.
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Los vicios de la sociedad no se van a erradicar. No se va a dejar de fumar, de meterse rayas, de darle al hash, de ver porno, de ir de putas, de beber como vikingos, de comer grasa, etc. Y como decía Juan Crisóstomo, toda protección resulta inútil para el que se empeña en perderse. No existe ese 'hombre nuevo' que muchos se empeñan en crear a base de ingeniería social: somos hombres viejos, muy viejos, y la naturaleza humana continuará siendo la misma. No obstante, la inquietante pregunta que me suscita todo este buenismo mezclado con ideología es: ¿qué va a ser lo siguiente? Es una pregunta suspendida sobre nosotros con la contundencia de una guillotina. Por ir terminando, una anécdota que me viene a las mientes cuando escribo de nicotina: cuando Raymond Carver recibió la noticia de su médico de que tenía un cáncer de pulmón inoperable, aparte del pertinente jamacuco, escribió: «Creo que incluso le di las gracias, por la pura fuerza de la costumbre». Pura contradicción, pura condición humana.
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