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En las escenas finales de la película 'No mires arriba' (2021), la élite política y tecnológica ha conseguido librarse del apocalipsis del planeta al salir pitando hacia uno similar. Aunque la cosa no acabe del todo bien, resume las aspiraciones de los ultrarricos. Al hecho ... de que suceda algo catastrófico, ellos lo denominan El Evento, ya sean cambios climáticos, guerras biológicas, agitaciones sociales, sabotajes informáticos, tormentas solares, o el mismo meteorito que nos finiquita como civilización en la película. Los milmillonarios fantasean con escapar de la desgracia universal de muchas maneras: aislándose en complejos en Nueva Zelanda, refugiándose en metaversos virtuales (hay otra peli interesante: 'El Congreso', 2013), escapando al espacio… También tienen otro tipo de ilusiones milenaristas, como detener el envejecimiento o descargar la conciencia en una máquina, para así lograr la inmortalidad (otra recomendación: la serie ciberpunk 'Altered carbon', 2018). El conjunto de ensoñaciones a lo 'puto amo' tiene un nombre: La Mentalidad.
Se trata de un escapismo mezcla de voluntad nietzscheana y visión a lo Ayn Rand, que yo más bien denominaría voluntarismo. El Übermensch que se alza sobre leyes y mortales para imponer su santa voluntad, que busca hacer una revolución espiritual, pero que, normalmente, sólo se trata de ventajistas que buscan abolir la competencia a fin de conseguir la fe de los inversores. Como decía no sé quién: la gente puede ser blanca o negra, pero el dinero sigue siendo verde. De cualquier manera, estas tendencias con cariz sociópata no son, desde mi punto de vista, más que una expresión del miedo a morir, pero basta con recordar lo que escribe Bulgákov en 'El maestro y Margarita' para tomárselo con calma: «Sí, el hombre es mortal, pero eso es sólo la mitad de la desgracia. Lo malo es que, a veces, es mortal súbitamente». En todo caso, el disparate nos provee de una lista de escenarios muy entretenidos. Vamos a ello.
Los bienestantes buscan desde fortines militarizados hasta búnkeres con piscina, pasando por comunidades agrícolas secretas. Todo tiene sus respectivos problemas e imposibilidades, pero a quien no quiere ver esto le da igual. En ese futuro de ir tirando también pitan las islas privadas, aunque tengan dificultades de abastecimiento y las nubes tóxicas puedan llegar a cualquier lugar, igual que la gente desesperada. También hablan de 'terraformar' Marte, para irse a una colonia privada, o tenemos el movimiento 'seastanding', que promueve la colonización del mar, en plan 'Waterworld', que no es más que una excusa para la distopía libertaria y evadir impuestos. Otra cosa muy graciosa, que ya han intentado con Meta, pero no ha colado, es la creación de un 'Mátrix' en el que, en vez de viajar a una isla griega, te compras un casoplón virtual en una recreación de la isla griega y todos felices, tú en tu mundo de unicornios y ellos ganando dinero con tus datos y tus suscripciones. Pues vale. Otra esperanza que no es columbiforme, sino 'high-tech', es la descarga de tu conciencia en datos puros a fin de trascender la mortalidad. En fin, que dizque somos sólo bytes, sin tener en cuenta la incertidumbre, lo imponderable, el alma, por definirlo con un toque clásico. Por frikismo, que no quede.
Juan de Mariana hacía una crítica a Alfonso X: «Mientras contemplaba los astros, perdió de vista la tierra». El aislamiento del poder y el dinero crea estados mentales curiosos que, en vez de proteger al personal y al planeta, o sea, el tablero de juego, pugnan por centrarse únicamente en la plusvalía, como si un saco de billetes les fuera a hacer compañía cuando se queden solos en su isla privada. Otrosí: por mucho que nos ocultemos tras máscaras digitales, la vida está ahí fuera, con sus enfermedades, sus terrorismos, sus virus, sus Ucranias y sus Gazas. Esto da un poco de vergüencilla tener que repetirlo, pero a tenor de ciertas posiciones, hay que hacerlo. De todo esto trata el ensayo de Douglas Rushkoff 'La supervivencia de los más ricos' (Capitán Swing), un compendio de temas e intereses que, si bien en algún momento da lanzadas a moro muerto en cuanto al capitalismo, por lo general mantiene un tono racional en los temas tratados. Uno de los campos deslindados más interesantes es la política disruptiva de los 'moghuls' tecnológicos: las ideas tienen que ser de una magnitud diez veces mejor de lo que hay, para así abolir la competencia. Es decir, no hay que copiar, sino innovar con algo que te haga pasar a otra pantalla, ver más lejos que el resto, igual que pasó con el Facebook de Zuckerberg.
Existen otros terrenos llamativos en el ensayo. El 'marketing' conductual, porque a los economistas les interesa especialmente determinar las formas en que la gente se desvía de lo que en teoría serían sus intereses económicos egoístas, para utilizarlos como palancas que sirvan para manipular a inversores o consumidores. Otro tocomocho es el concepto de 'destrucción creativa': la necesidad de aprender nuevas habilidades para sobrevivir a la transformación del mercado de trabajo, una afirmación que funciona prácticamente por fideísmo, sin tener en cuenta que sí, que puedes aprender a programar para encontrar curro, pero las grandes empresas siguen creyendo en el mito del crecimiento perpetuo, y buscarán mano de obra más barata en otros lugares, cuando no se pasan directamente a la IA. La 'captología' es otra perversión para tener en el radar: el funcionamiento de las redes como si fueran máquinas tragaperras, la creación de algoritmos adictivos, las funciones de 'racha', las sugerencias continuas de nuevos contactos, el 'scroll' infinito…
Por ir terminado, una última sugerencia, esta benévola: la película 'Naves misteriosas', un clásico post-apocalíptico de 1972 de la que ya poca gente se acuerda. Es un filme que me gusta mucho, y hablando de fantasías escapistas, lo más cerca que vamos a estar de momento de emigrar a otros planetas, con la música de Joan Baez, sus extraordinarias maquetas de naves espaciales, y los robots de mantenimiento que seguirán cuidando nuestros huertos y jardines cuando nosotros hayamos desaparecido.
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