============OP06 TEXTO CAP. 5L (A) (82657388)============

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Tengo que reconocer que la lectura de Paul B. Preciado es lo que más me ha sorprendido últimamente. A la altura de la primera vez que leí a Octavia Butler (no confundir con Judith). Ambos remueven mis marcos ... mentales: con Octavia, debido a sus inefables criaturas de ciencia ficción; con Paul, porque no tengo nada que ver. Me miro al espejo: soy hetero, blanco, liberal, carnívoro, me gusta el capitalismo (con control), no creo que los animales deban tener los mismos derechos que una persona, estoy cómodo con la Ilustración y con todo el sustrato que hay detrás, griego, romano, cristiano. Paul no me verá seguramente como un enemigo (es demasiado inteligente), pero sí como una realidad histórica y política a sustituir, o al menos, transformar.

Paul B. Preciado denuncia la mentira que hay detrás de la antinomia masculino-femenino; defiende los cuerpos en mutación que se enfrentan a las epistemologías binarias (normal-patológico/humano-animal…); carga contra el humanismo y el 'despotismo' ilustrado… Asimismo, y haciendo uso de las cargas de profundidad que en su momento lanzaron Foucault, con su biopolítica, y Burroughs, con sus virus lingüísticos, utiliza las palabras como herramientas de transformación de la realidad: nuevos términos como régimen 'petrosexorracial', gestión 'necropolítica', construcción de 'necroespacios', 'niñes-hijes-todes'… Nos habla de la lucha 'facho-macho-liberal' contra la revolución 'trans-eco-feminista-antirracista', y desarrolla disquisiciones sobre el sexo, el género, la clase y la raza. Aunque parezca nuevo, todo esto no deja de ser una vieja historia: Paul dispara contra las categorías, pero al mismo tiempo establece sus propias categorías, un quítate tú para ponerme yo. Lo que pasa es que a veces yo flipo como flipaban los vikingos cuando los primeros misioneros cristianos les sermoneaban con que si se portaban bien irían al cielo (los vikingos pensaban que no había merecimiento moral, que ir al cielo o al infierno no tenía nada que ver con ser bueno). Venga, seguimos.

Leo a Paul B. Preciado y veo a un señor que por tramos es brillante, por tramos es excesivo y en ocasiones, desbarra directamente. Por momentos, comparto sus reflexiones: sobre los costes ecológicos, sobre el racismo, sobre la discriminación, sobre cierto malestar del capitalismo; en otros, sólo veo marcianadas. No pasa nada: es lo que tiene la dialéctica. Y siempre aprendo cosas y me entretengo: igual si leo los rayos de agudeza de Montaigne que las burradas de Tertuliano («creo porque es absurdo»). ¿Hay un problema con el clima? Claro. ¿El carbón es el villano de la función? No, cumplió su función en el desarrollo de la humanidad, aunque ahora hay que sustituirlo, igual que sucede con el petróleo. ¿Las hamburguesas son malas? A mí me gusta la carne, y las vacas están para comérselas, para que den leche y para que salgan bien en las fotos de Asturias (esto, a Paul, que habla de 'carnivorismo fordista', le parecerá también una marcianada). ¿Los imperios implicaron saqueo y colonialismo? Por supuesto, pero también civilización, leyes, mestizaje, globalización. Hay unas páginas en las que dispara contra los coches, y se hace una paja mental con la gasolina, la heterosexualidad, las armas de fuego, los ensamblajes pene-vagina, que, sinceramente, me dejó ojiplático, pero forma parte de la idiosincrasia tragasables del señor Preciado. Venga, seguimos.

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Hay párrafos en que me siento muy cerca de Paul, especialmente cuando tiene que mudarse («las cajas de mudanzas son como cápsulas en el tiempo enviadas desde otras ciudades y otras vidas en las que yo tenía otro nombre, otro pasaporte, otro rostro, otro cuerpo»), o tiene fiebre, o le duele la espalda. Me temo que todos somos humanos, incluso los heteropatriarcales. En otros, vuelvo a flipar cuando me habla del paso del sujeto político a simbionte político, o sea, la manera de explorar nuevas simbiosis o cooperaciones para «vivir en las ruinas del capitalismo». Estos son los típicos experimentos que acaban en la distopía bolivariana o convertidos en una novela de China Miéville. Con sus reflexiones sobre que ya no somos sólo contemporáneos en el tiempo, sino también en el espacio, basadas en la lectura de 'Hiroshima est partout', de Günther Anders, vuelvo a estar dentro del libro; con sus delirios mesiánicos de ingeniería social, de cambio de modelos binarios a paradigmas abiertos, con visiones New Age incluidas, me siento como Amy Adams en 'La llegada', cuando intenta comunicarse con los extraterrestres. Paul B. Preciado investiga, se plantea buenas preguntas, realiza extrapolaciones poéticas, pero también tiene muchos prejuicios, y se limita a ir colocando la información de manera que los justifique. Un poco como Kissinger (otro epítome de todo lo que combate), cuando en una rueda de prensa comenzó diciéndole a los periodistas «espero que traigan las preguntas adecuadas para las respuestas que traigo».

Todo eso es 'Dysphoria Mundi' (Anagrama), un cajón de sastre donde Paul B. Preciado vierte todas sus inquietudes, vivencias, filosofías, lecturas, amores… Para, como él mismo escribe, «transformar el régimen sexual, racial y productivo de la modernidad en una nueva configuración de las relaciones históricas entre poder, saber y vida». Al final, me quedo con su defensa de la cultura, con la energía vital contenida en libros, cuadros, películas, y con un pensamiento que tiene en lo peor de un ataque de fiebre: «No tuve miedo de morir, tuve miedo de hacerlo solo». En cuanto a su milenarismo, que tenga suerte, señor Preciado: no sé si la amerita, pero, desde luego, la trabaja. Los cristianos eran cuatro gatos cuando San Pablo comenzó con su obsesión. Nunca se sabe.

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