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Primero, vamos a aclarar algunos términos. Inmigrante es aquel que llega a un lugar tras la migración. Emigrante es como se denomina en un lugar al que se ha ido. Migrante es el que se mueve cambiando de residencia. Todo esto lo comento porque cuando ... en la televisión les da por un 'palabro', en este caso 'migrante', nos lo martillan con el entusiasmo de un crío pequeño. Pueden ustedes elegir el que más conviene. A partir de aquí, la cosa pinta mal. España es un lugar con necesidad de gente, porque ya conocemos el invierno demográfico que sufrimos. La alternativa realista a la despoblación y al envejecimiento son los inmigrantes, porque la recuperación de la natalidad ni está ni se la espera. No pasa nada: la historia del mundo se puede contar a través de las emigraciones, por cambios climáticos, por guerras, por hambrunas. Luego están los matices.
Recibir gente tiene sus peculiaridades, se reconozcan o no. Si son ucranianos, bien, 'Welcome Refugees', porque son rubios y se parecen a nosotros (aunque ya hay demasiados, y se empieza a refunfuñar: tenemos a tres millones en Europa). Si son negros subsaharianos, mal, porque son negros y el racismo es algo consustancial al ser humano: el choque con el Otro, el miedo a lo extraño, etc. Además, son pobres. Si son 'sudacas', pues depende, mejor argentinos que salvadoreños, que lo de la Mara Salvatrucha es muy malo, aunque, eso sí, los argentinos son unos 'matracas'. Si son moros, pues tampoco, porque son moros y rezan a la Meca y ya ven cuántos problemas hay en Francia. Lo ideal sería tener inmigrantes sólo asturianos, o mejor, sólo gente que conozcamos, pero claro, quién va a volver con las condiciones económicas que tenemos en el paraíso natural.
La cosa es que, cuando los españoles se tuvieron que ir a México, Argentina, Bélgica, Alemania… seguramente hubo los mismos prejuicios, aunque en unos sitios más que en otros. Estos españoles, que son unos folloneros, unos vagos, además hay mucho rojo o mucho facha entre ellos, y siempre están pensando en ligarse a nuestras vírgenes, como los italianos en Benidorm (yo les sufrí: Dios les confunda). Los partidos de extrema derecha europeos y españoles nos advierten contra el coco de la inmigración, pero el hecho es que Europa la necesita y, además, tenemos unos valores que defender. En Suecia mantienen una línea dura y no transigen; los holandeses quieren que los inmigrantes se queden en el sur, que ya somos medio negros y no lo vamos a notar. Los austriacos piden hacer un muro. Grecia e Italia se sienten desbordados por las llegadas. En España también nos cae la del pulpo. Los alemanes asimilaron a un millón hace siete años, y vuelven a necesitar mano de obra. Ya ven, todo se enreda como las cerezas: fricciones culturales, miedo al terrorismo, las necesidades estructurales, los prejuicios de lo que se considera ser europeo como Dios manda…
España y Europa han de controlar sus fronteras, pero debemos acoger gente, por ética, por estética, y por mero egoísmo. Europa necesita al año, como poco, un millón de inmigrantes, que es lo que pierde anualmente el mercado laboral por jubilaciones. El cómo y el cuándo, eso deben decidirlo las mesas de negociación en Bruselas: normativas de vías reguladas y seguras, de asilo y protección, de trabajo y educación sin la histeria de los extremos políticos ni los falsos relatos de identidad eterna. Europa es griega, romana y judeocristiana, pero vamos a tener que comenzar a introducir en la ecuación las arepas, la santería y el cuscús. No sé cómo, pero es el futuro: echen un vistazo a Estados Unidos (con todos sus problemas). Si sólo nos centramos en la seguridad y la expulsión, continuaremos viendo asaltantes en la valla de Melilla, críos muertos en las playas griegas (300 muertos en el primer semestre de 2023); los porteros turcos y marroquíes seguirán chantajeándonos con abrir y cerrar el grifo.
En Europa están retrasando la edad de jubilación porque no hay dinero para pagar las pensiones. Necesitamos trabajadores para crear riqueza y que la economía no se estanque: el señor de Senegal y el señor de Ecuador serán los que nos permitan tomarnos la sidra en Gascona con toda la paz espiritual del jubileta (por cierto, que los campeones de escanciar sidra se llaman Salvador Ondó y Wilkin Aquiles, y no son de Wisconsin). Hay que olvidarse de los robots: si África está llena de gente con ganas de prosperar, no les digo allende el Atlántico, que además hablan en cristiano. Tampoco los sirios, pakistaníes, palestinos… vienen a quitarnos el trabajo, o a robar, o a mendigar por las calles: vienen a buscarse la vida, como hicimos nosotros en Buenos Aires, Bruselas, Lima, Manila… Las vallas no van a servir para detenerles, lo que hay que regular es el acceso a la posibilidad de no vivir en chabolas, de no carecer de agua corriente, de que no te mate una bala o de que no te violen cuatro hijos de puta. Deben de ser legales, con papeles, para que las mafias o los empresarios sin escrúpulos no les amedrenten ni les exploten. Va a haber muchos problemas, y muchas veces, las soluciones no serán justas, pero la alternativa serán las masacres en la frontera melillense, los cadáveres flotando en el Mediterráneo, los desesperados arrastrándose por las playas de Canarias.
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