El lugar más silencioso

Se denomina 'cámara anecoica', y la realidad es que en ella puedes volverte loco. La habitación de acero está diseñada para absorber la mayoría de los sonidos (hasta un 99%). Se dice que nadie puede aguantar más de un par de horas en su interior

Domingo, 30 de abril 2023, 22:17

Está en Minneapolis. Es una pequeña habitación en un antiguo estudio de grabación (en su apogeo, Dylan y Prince grabaron allí), y su propietario son los laboratorios Orfield. Técnicamente, se denomina 'cámara anecoica', y la realidad es que, en ella, puedes volverte loco. La habitación ... de acero está diseñada para absorber la mayoría de los sonidos (hasta un 99%); las ondas acústicas o electromagnéticas son capturadas por sus superficies, que son cuñas de fibra de vidrio en una disposición radial, muy hipnótica, que te hace pensar en algo construido por extraterrestres. Se dice que nadie puede aguantar más de un par de horas en su interior. Alguien gritará: ¡por fin!, un poco de silencio, en una vida llena de contaminación acústica. Lo cierto es que nunca estamos en silencio: el susurro humano son 30 decibelios, la respiración, 10 decibelios. Lo que nosotros consideramos el summum de la tranquilidad, una biblioteca, por ejemplo, tiene del orden de 40 decibelios. En nuestra habitación de acero eso sería, prácticamente, una rave ibicenca.

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Quizás al principio estemos a gusto. Un poco de calma. Los problemas empiezan cuando escuchas tu propia respiración, u oyes incluso el bombeo de tu sangre. No es que te hayas convertido en un titán de Marvel, sino que la cámara elimina cualquier otro ruido, ese que no te permite percibir los sonidos de tu propio cuerpo. Dicen que empiezas a inquietarte cuando oyes el chapoteo de la sangre en tus venas. Pero, amigos, nuestros problemas sólo acaban de comenzar. Si intentas hablar, tus palabras sonarán muy lejos, porque las cuñas atrapan las ondas sonoras. El silencio se irá acumulando en tus pabellones auditivos, uno más denso del que hayas experimentado en tu vida. Es entonces cuando tu cerebro entra en escena. Tu cerebro siempre está intentando distinguir las señales del ruido, pero si quitas la información sensorial, simplemente seguirá funcionando por inercia, y lo más sorprendente: verá señales donde objetivamente no las hay. Esto da lugar a fenómenos muy curiosos. Dependiendo de lo propenso que sea el sujeto a enfermedades mentales, el cerebro comienza a convocar alrededor a todo un ejército de señales fantasmas. Algunos aguantan bien la primera media hora, otros, en cambio, empiezan a tener alucinaciones en ese intervalo. Figuras, formas espectrales; ciertas preguntas trascendentales inundan la cabeza; ideas distorsionadas, esquizoides, supersticiones que se vuelven materiales. El pánico arrecia. Incluso el movimiento del cabello resulta extremadamente ruidoso, suenan los músculos tensores del rostro, los dientes rechinan con la potencia de un concierto heavy. Acaba de abrirse la puerta hacia la chifladura.

Oficialmente, la cámara anecoica Orfield es el lugar más silencioso de la tierra, certificado por el Guinness World Records con un sonido ambiental de -9,4 decibelios. Ocho años después, la cámara fue sellada aún más y las nuevas pruebas lo hicieron descender a -13 decibelios. Todo esto considerando los umbrales de frecuencias que el oído humano puede percibir, ya que, por debajo, todavía se registran mediciones más bajas. Últimamente, han surgido polémicas con otra cámara anecoica construida en la sede de Microsoft, en Redmond, Washington, pero las pruebas de medición han sido polémicas, y de momento se mantienen los estándares Orfield. Definitivamente, es el lugar donde puede uno concentrarse en descifrar el 'Finnegans Wake', 'La broma infinita' o 'El arcoíris de gravedad'.

Las personas que han estado encerradas en la cámara anecoica cuentan muchas cosas. El tiempo, que pasa de una manera extraña: cuando salen, algunos creen haber estado únicamente 15 minutos. Otros dicen haber sido atravesados por rayos de luz, o son testigos de astillas luminosas en bailes como si fuera un musical de la Metro. Otros se quedan obsesionados con pequeñas brechas en las paredes, incapaces de desviar la vista hasta que los sacan. En los años 50, durante un experimento en condiciones similares de privación sensorial, uno de los sujetos dijo haber sido testigo de largas procesiones de ardillas con un saco al hombro, «parecía que tenían un propósito». En otras pruebas, los iniciados, que eligieron una cama para reposar, estaban convencidos de que estaban mojadas, y otros llegaron a ver serpientes, cebras y ¡montañas de ostras! En todos los casos, es la mente, sus dentritas, desconcertadas por la ausencia de estímulos, las que comienzan a generar sus propios datos, sus propias imágenes, en un festival lisérgico. En cierta manera, la cámara anecoica podría ser una alegoría de nuestra sociedad, aislada a su vez en las cámaras de eco de las redes. Pero esa es otra historia.

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¿Tenemos moraleja? Quizás sí. Leer sobre la cámara anecoica me hizo recordar a un conocido, que se marchó del centro de Madrid a vivir a una casa aislada, allá en la sierra, donde Cristo perdió la alpargata. Yo lo veía cada cierto tiempo, hasta que dejé de verlo. En cada comida venía más pirado, sumido en la soledad y en la lectura de páginas conspiranoicas, de esas en las que Soros es Fu-Manchú y los extraterrestres son como los hombres-vaina de la peli de Don Siegel. Al final, lo importante es hablar con gente, socializar, intercambiar ideas y chismorreos, reírse. Aunque la gente, bien lo sabemos, a veces pueden ser como una bola de demolición. Pero esa, también, es otra historia.

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