![Las líneas rojas](https://s3.ppllstatics.com/elcomercio/www/multimedia/2024/01/14/opinion.jpg)
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Comenzamos el año igual que lo terminamos: esperando a los bárbaros. María Jesús Montero, una de las políticas más mentirosas de la democracia (y tenemos campeones olímpicos), ya nos apercibió en su estilo 'cantinflesco' de lo que nos espera. Patxi continuará haciendo sus 'mañanitas' con ... la prensa. Los intelectuales orgánicos seguirán blanqueando todas las zafiedades del Gobierno, acusando de fascista a todo aquel que no comulgue con ruedas de molino. Sánchez se empeñará en su camino hacia la incoherencia, la piromanía, la inconstitucionalidad y la propaganda únicamente para consumo de los muy cafeteros. Como el argumentario no acaba de funcionar, empeña a sus huestes en una orgía de eslóganes, ocurrencias, lemas, eufemismos y embestidas. Ni un mínimo de suelo ético cuando se afirma que Bildu es un partido plenamente democrático. Ni un gramo de pudor cuando se repite lo del reencuentro y la convivencia con la misma tropa de cariz delincuencial que redacta su propia amnistía. Ni un grano de conciencia institucional cuando se le pretende conceder la foralidad a Cataluña en detrimento de todos (repasen el artículo 40 de la CE). Las líneas rojas están para seguir reventándolas.
La soberanía es nacional, no cabe el derecho de secesión y las comunidades autónomas, salvo las excepciones del País Vasco y Navarra (que ya tendríamos que comenzar a revertir), tienen que negociar en pie de igualdad. Aparte, ya no se puede descentralizar más el Estado, a riesgo de que las costuras se rompan. A partir de aquí, todo lo que sean regímenes fiscales singulares, referéndums o reconocimiento de comunidades como naciones resulta inconstitucional. Cualquier película que nos cuenten sobre reinterpretar la Carta Magna, usar leyes orgánicas para fines espurios, o justificar las alianzas con supremacistas y reaccionarios nos coloca en una vía muerta de la Historia. La coartada del 'progresismo' para maquillar los pactos con populistas y nacionalistas tiene la misma verosimilitud que Carlos Sobera haciendo que le interesan lo que le cuentan los concursantes de 'First Dates'.
Otrosí: el acoso al poder judicial, con la asombrosa estampa de Míriam Nogueras nombrando a jueces (sólo faltó que diera su dirección y teléfono). Personalmente, me produjo la misma estupefacción que cuando vi al tipo aquel disfrazado de búfalo dando berridos en el Capitolio. A esto hemos llegado, pensé. Que la democracia no excluye el conflicto, es evidente, por eso es democracia. De hecho, la democracia debe tener disensión, discusión, pero también los mecanismos apropiados para llegar a acuerdos. Pero, ahora, la trampa está en el descrédito de los mismos mecanismos que hacen que no nos matemos entre nosotros, aliñada con la mediocridad de la clase política, la corrupción y el clientelismo. Es la lepra que corroe el sistema de representación, la enfermedad de la democracia, que es atacada desde su mismo interior. Quizás sea repetitivo incidir en los mismos diagnósticos, pero no queda otra. Y habrá que insistir las veces que hagan falta.
En un país en que lo esencial sería discutir sobre la reforma del mercado de trabajo o las listas de espera de la Sanidad pública, tenemos en cambio que defendernos de las comisiones 'lawfare'. En un país en que lo primordial es la mesura disciplinaria en el gasto, la estabilidad, la solidaridad interterritorial, tenemos en cambio que ver chalaneos presupuestarios sin contrapartida alguna. En un país en que lo capital es defender de manera consecuente a la ciudadanía, tenemos en cambio que precavernos de su mismo presidente, aliado con fuerzas destituyentes que proclaman el final del régimen del 78. En un país en que lo necesario es que el personal aprenda inglés y francés, esté viajado y se identifique con la Unión Europea, se fomentan delirantes perspectivas de género, se profundiza en la diversidad lingüística con pérfidas intenciones, se defienden doctrinas cuasireligiosas con la excusa de la multiculturalidad y se busca prender fuego a la Ilustración. Emoción sobre razón, tiranía de la ofensa sobre libertad de opinión, el cerebro reptiliano de 'Sálvame' sobre una tarde tranquila leyendo a Christopher Isherwood. El progresismo era esto: la peor idea sobre la democracia, el instinto, la perpetua adolescencia, la falta de deliberación, pan y circo.
¿Qué nos queda en 2024? No plegarnos, seguir defendiéndonos. El empirismo, la racionalidad, la igualdad. La separación de poderes. La denuncia de los nombramientos partidistas. El anclaje en la monarquía (en la de Felipe VI, al menos). La búsqueda de un sistema de financiación equitativo y predecible. La crítica diaria de una ley de amnistía subversiva. El recuerdo de que las mayorías parlamentarias no están por encima de la Constitución ni pueden hacer lo que les venga en gana (ya se lo han recordado a Netanyahu). La vigilancia para que el TC no se convierta en un rehén político. El regreso a la cultura del pacto, de los acuerdos transversales. La reforma de la ley electoral para mejorar la gobernabilidad y estabilizar el sistema. La evidencia de las brigadas de aplauso al 'Querido Líder', de las mayorías búlgaras, de los pífanos y hosannas. La conciencia de que las mesnadas de Otegui tienen paciencia y sangre fría y esperarán como corderos hasta poder quitarse la piel (y la necesidad de seguir recordando las capuchas, las bombas, las pistolas). La certeza de que estamos en manos de un presidente sin escrúpulos, de que hay que aguantar hasta poder echarle, y luego sanar el país. Y será un trabajo ímprobo tanto de la izquierda como de la derecha constitucionales. Las urnas en Galicia y Euskadi y en junio las elecciones europeas son un buen momento para empezar.
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