El 20 de noviembre de 1945, los 21 acusados entran por primera vez en la sala de audiencias del Palacio de Justicia de Núremberg. El imponente palacio, con su prisión anexa, es de lo poco que ha permanecido en pie tras los bombardeos. Fuera, la ... ciudad de Núremberg era una montaña de escombros donde las 178.000 personas que seguían viviendo allí estaban obligadas a buscar comida entre las ruinas, beber agua de las alcantarillas, alojarse en los sótanos de los edificios bombardeados y respirar continuamente el hedor de los miles de muertos que se pudrían entre los ladrillos. Se juzga a los líderes del nazismo por conspiración con el fin de llevar a cabo una guerra de agresión, crímenes contra la paz, crímenes de guerra, crímenes contra la Humanidad. Cuando Hermann Göring recibe el documento para dar acuse de recibo, al lado de su firma escribe: Der Sieger wird immer Richter und der Besiegte stets der Angeklagte sein! ¡El vencedor será siempre el juez y el vencido será siempre el acusado!
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Los Aliados creen que la organización de resistencia fundada por Himmler, los Hombres Lobo, continúa activa y con ganas de dar un campanazo. Se blinda el tribunal con rigurosas medidas de seguridad: controles exhaustivos, policías militares con ametralladoras, hasta se llega a desplegar una unidad de tanques en el exterior. Es necesario ver las películas que se filmaron entonces, están dirigidas por el mismísimo John Ford un año antes de regresar a su carrera con 'Pasión de los fuertes'. Asimismo, allí se encuentra Walter Conkrite, el futuro presentador de la CBS, que cubre los juicios para la United Press; Iliá Ehrenburg, el autor del libro negro de los nazis; Markus Wolf, con sólo 22 añitos, que llegará a ser el jefe del servicio de inteligencia exterior de la RDA; Rebecca West, que informaba para el 'New Yorker', y que se lió con el juez cuyo voto salvó de la horca a Speer; Budd Schulberg, el colega de Scott-Fitzgerald, autor de la estupenda novela 'El desencantado' o del guion de 'La ley del silencio' (1954), encargado de grabar también los juicios con su hermano Stuart. La misma Marlene Dietrich se pasa unos días por la sala 600 del Palacio de Justicia y más tarde desempeñará el papel principal en 'Vencedores y Vencidos' (1961).
El primero que entra es Hermann Göring, seguido de Rudolf Hess, inconfundible por sus cejas horizontales. Durante el juicio, Hess dirá que cuando quedase libre que se fueran preparando, pues entre él y Speer montarían el IV Reich, y a los rusos se les pusieron de corbata, porque Hess podía estar como las maracas de Machín, pero ya lo había hecho una vez. A medida que entra el resto, sorprende la soberbia de Alfred Rosenberg, la estatura de Ernst Kaltenbrunner, que mira como si fuera a beberse tu alma. Hay cuatro traductores. Y la IBM americana, la misma empresa que ha proporcionado el sistema de tarjetas perforadas para establecer las listas de judíos destinados a los campos de exterminio, proporciona (de manera gratuita) un dispositivo especial para las traducciones simultáneas.
La delegación judicial estadounidense cuenta con 2.000 colaboradores. Los británicos envían una comisión de 170 miembros. Los soviéticos tienen 24 personas, y los franceses, apenas una docena. Analistas, médicos, científicos, expertos interrogadores. Las cámaras enfocan a los dibujantes del tribunal y a los caricaturistas, que hacen dibujos cuasifotográficos, bocetos sencillos, caricaturas. En el momento álgido de los juicios llega a haber hasta 300 corresponsales. El fiscal jefe, Robert Jackson, hace un impresionante proemio: «Los hechos que queremos juzgar y condenar, han sido tan calculados, tan malignos y devastadores, que la civilización no puede tolerar que sean ignorados, porque no podría sobrevivir si se repitieran».
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Uwe Neumahr, en su ensayo 'El castillo de los escritores' (Taurus), cuenta cómo para cubrir el juicio del siglo se junta en un castillo bávaro una cumbre mundial de intelectuales. Un microcosmos en el que podemos encontrar a Gregor von Rezzori, un escritor austrohúngaro que sostiene que el asesinato de millones de personas ya no permite establecer una relación comprensible entre el asesino y su acto, lo que complica poner en palabras lo inefable. Allí está John Dos Passos, que tenía una mirada compasiva sobre la derrota alemana, mezclando ficción con sus reportajes. Y el camarógrafo Roman Karmén, el documentalista soviético que fue el primero en filmar un campo de exterminio, y que tres años antes había registrado la rendición de Friedrich Paulus en Stalingrado. La explosiva periodista Janet Flanner queda tan impresionada por la inteligencia de Göring en sus escaramuzas dialécticas contra el fiscal Jackson, que escribe: «El mariscal hizo que el príncipe de Maquiavelo pareciera un aburrido apologista». Erika Mann, hija de Thomas Mann, resulta inmisericorde con la culpabilidad que le atribuye al pueblo alemán en el ascenso del nazismo, y mantiene una dura polémica con Wilhelm Emanuel Süskind (el padre de Patrick Süskind, autor de 'El Perfume'), a quien acusa de tibio. Elsa Triolet, la famosa escritora, pareja de Louis Aragon, comunista acérrima, escribe que el juicio es un fracaso, que hay pruebas suficientes para condenar a todo el mundo, y que los nazis lo utilizan para hacer su propaganda y excusar su ideología (no comenta nada de los 25.000 polacos que los soviéticos habían asesinado en Katin).
Cuando se proyecta el documental 'The Nazi Plan', realizado por George Stevens, y los jerarcas vuelven a revivir las concentraciones, la escala del espectáculo, los tambores, las antorchas, los focos, las gigantescas esvásticas negro y rojo ondeando, las oleadas de jóvenes arios, los millones de Heils… se muestran entusiasmados, se dan codazos entre sí, asienten. Toda esta emoción se derrumbará, y todas esas sonrisas se congelarán igual que en el último círculo de la Comedia, cuando el 29 de noviembre por la tarde se vuelvan a apagar las luces de la sala y se proyecte una película que pasará a la historia de la infamia: 'The Nazi Concentrations Camps'.
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