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En la película 'Juventud' (2015), de Paolo Sorrentino, uno de los personajes dice que cuando eres joven, todo te parece cerca, y eso es el futuro, y cuando eres viejo, todo te parece lejos, y eso es el pasado. Lo distópico se produce cuando un ... chaval tiene la mirada de un viejo, y lo que ve es que en España tenemos la mayor tasa de paro juvenil, casi un 28%, y la mayor edad de emancipación, por encima de los 30 años. La juventud necesita ver las cosas cerca, y eso conlleva trabajo y una vivienda asequible. El problema es que no son una masa de voto mayoritaria (o simplemente no votan), y los recursos se destinan a quien puede meter su papeleta con el partido que esté en el poder. Con esta dinámica, el país continúa envejeciendo, porque nadie quiere tener hijos para que acaben en la calle.
Se ha querido sacar de la chistera una guerra intergeneracional, viejos contra jóvenes, pero, en realidad, en este hipotético choque, nadie gana. Al final, todos moriremos. Los viejos 'boomers' tuvieron un acceso más fácil a la vivienda, y han acumulado una riqueza vedada a los hoy jóvenes. Los mayores trabajaron mucho, y se lo merecen, por supuesto, pero las condiciones actuales son diferentes. Las políticas que debemos plantear no pueden ser conflictos intergeneracionales, porque como los jóvenes se sientan desprotegidos por su sociedad, terminarán votando por opciones radicales que pondrán en peligro el tablero de juego. Y el caso de Asturias es especialmente preocupante, con tasas de empleo en el vagón de cola, escasa capacidad recaudatoria, con una enorme proporción de jubilados y de personas que reciben una pensión distinta a la de jubilación. Y esto no es una crítica, es un hecho, igual que el hecho de que tenemos el menor ratio de cotizantes por pensión y que dependemos de la solidaridad interterritorial (esa de la que se quiere salir Cataluña).
El horizonte vital de la juventud (que ya llega a los 45 años) se despliega como un ejército que posee estudios superiores, pero ni siquiera ha hecho sus primeras armas o tiene empleos precarios y sueldos míseros. Parejas que no pueden pagar un alquiler ni con dos sueldos y, evidentemente, ni siquiera se plantean tener hijos. Jóvenes asediados por una generación más mozuela con habilidades laborales más sofisticadas (y a ver qué suerte corren estos). Extrañas prolongaciones de la adolescencia. Chavales que no pueden disfrutar de todos los chollos que tienen los mayores: descuentos, transportes gratuitos, entradas gratis, pensiones máximas que no pagan medicinas… Todo a cargo de los presupuestos del Estado. Luego está la demagogia, los parches de pega para impulsar la natalidad. Luego está la barbaridad de indexar la cuantía de las pensiones a la inflación (un 8,5%, el doble que la subida de los salarios): ya sé que esto creará mala hostia entre los jubilados, pero también entre los currantes en activo, que son quienes pagan las pensiones y pierden continuamente poder adquisitivo, y miran asombrados los privilegios cada vez mayores de los viejos. Luego está que el Estado gasta la mitad de lo que tiene en pagar las pensiones del 20% de la población (y eso mientras maltrata a los autónomos, es incapaz de ejecutar eficazmente los fondos europeos y se cisca en la investigación tecnológica, que es lo que permite que los países progresen de verdad). Y todo es un infierno que se va emputeciendo, y como escribía Teresa de Ávila, podrás ver incluso con los ojos cerrados.
Thomas Mann también escribe «con el tiempo, es mejor una verdad dolorosa que una mentira útil». En pocos años yo seré un viejo y querré mi pensión y seguir escribiendo y estar tranquilo. En 2044, cuando yo tenga, azar mediante, 74 años, el gasto en pensiones será de 225.000 millones de euros anuales, lo que evidencia una implosión estructural si no se realizan los ajustes pertinentes. En ese mismo año del Señor de 2044, la gente que esté cumpliendo los 67 será un 40% más que en la actualidad. En 2022 ya teníamos un déficit en la Seguridad Social de 104.000 millones de euros. «No hay cama pa' tanta gente», cantaba El Gran Combo de Puerto Rico. O se reducen las pensiones o se incrementan las cotizaciones (o los cotizantes), o se detrae dinero de otros capítulos: educación, sanidad, asistencia social… Con este embolado, no hay Mecanismo de Equidad Intergeneracional que dé abasto. Y eso sin hablar de Muface, porque eso requeriría un artículo aparte.
Con estos bueyes tenemos que arar. No es un problema sólo de España, también lo tienen en Francia, Reino Unido, Estados Unidos… Todos blindan a los viejos, pero no tienen el mismo trato con los jóvenes. Y los mayores suelen preocuparse más por las pensiones y por los hospitales que por la energía solar y la digitalización. Queremos que nuestros hijos estén bien, que nuestros nietos tengan una buena vida y, al mismo tiempo, que nuestra vejez sea plácida, con médicos que nos atiendan. Sin embargo, como los profesionales no tomen medidas, los viejos se encontrarán en casa, magníficamente instalados en su jardín, leyendo un tocho de Proust, acompañados de sus hijos y sus nietos, adorables y encantadores, pero que están allí porque no tienen vivienda propia ni trabajo en perspectiva.
Al final, todos pierden. Al final, repito, todos morimos. Cristóbal Colón también escribió un par de frases en su diario de abordo: «Siguiendo la luz del sol, salimos del Viejo Mundo». Y el objetivo es un Nuevo Mundo en el que podamos caber todos.
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