![Humo, whisky y cultura](https://s1.ppllstatics.com/elcomercio/www/multimedia/2023/11/05/imagen-articulo-kVaF-U210630797696hFF-1200x840@El%20Comercio.jpg)
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Uno ya no está acostumbrado a ver fumar en la televisión. Y menos que se estén tomando sendos whiskys mientras dos señores conversan. Es precisamente lo que me voló la cabeza cuando veía la entrevista que le hizo Joaquín Soler Serrano a Julio Cortázar en ... su programa 'A fondo', el 20 de marzo de 1977. Nubes de humo, lingotazos varios, una charla tan inteligente como hermosa. Qué raro todo, y más acostumbrado a la televisión actual de mamachichos y sálvames. Qué hipnótico. Qué maravilla.
Estoy viendo con calma las ciento y pico entrevistas que hizo el señor Soler Serrano en su programa (las tienen disponibles en Youtube). Un tesoro generacional, la cueva de Alí Babá, donde encontrar inteligencia, belleza, mala leche y mucha, muchísima vida vivida, con toda su perspectiva. De las que llevo visionadas, me llamaron la atención el inevitable Camilo José Cela, el brillante y cachondo Ramón J. Sender y Borges, porque alguien tenía que ser Borges, como dice el susodicho. Pero también te encuentras sorpresas: la burbujeante Imperio Argentina; un encantador de serpientes como el cantante Facundo Cabral, «mi madre se quedó quieta para que yo pudiera volar»; el inesperado Buero Vallejo, obsesionado con el hombre que le salvó la vida durante la guerra civil, «artísticamente, soy un posibilista al borde de la imposibilidad». Algunos, como Alberti, son inteligentes aunque escurridizos, «Juan Ramón Jiménez tenía muy mala sangre, pero cuando hablaba mal de la gente era genial». Otros, los esperas de una manera y son de otra, como Berlanga. Alejo Carpentier es un festival de brillantez. Cabrera Infante no sonríe durante la hora de entrevista, y mira que es difícil. Xavier Corberó, el escultor, tan extraño, con su rostro de Joker, «lo mejor que puede hacer una escultura es parecerse a sí misma».
El gran Joaquín Soler Serrano los pastorea con buena mano, bien informado, siempre con humor, y en ocasiones, muy fan, y lo mejor es que se le nota. Porque Soler Serrano se lo pasa bomba con sus entrevistas, y también se le nota. Le vemos envejecer entre 1976 y 1981, pasando del blanco y negro al color, pero siempre con un whisky a mano, y luego, en grabaciones ya muy mayor, con las ediciones en DVD de sus antiguas entrevistas. Un crack. Un privilegiado. Se enfrenta a un morlaco como Cela, con un colmillo tan retorcido que no puedes menos que sonreír: «Yo iba para poeta, pero me quedé en contribuyente»; «nosotros no dejamos los vicios, son los vicios quienes nos dejan a nosotros». También pone a parir la novela negra, y asegura que hay que tener amor por las cosas, pero por las personas, no sabe. Julio Caro Baroja, bonachón, dice que haber tenido mala salud le preservó de los excesos de quienes tenían buena salud o exceso de salud. La pizpireta María Casares, que fuma como una carretera, dice que antes había un tiempo que duraba, un tiempo del siglo XIX, el tiempo de las mareas, el tiempo agrícola (ahora, el tiempo parece un tren bala).
Quien mejor habla es Alejo Carpentier, con un extraño acento afrancesado, «el Quijote es un personaje de cuatro dimensiones en un mundo de dos». El tímido poeta Joan Brossa (Brossa, Brossa… repite Soler Serrano encantado con el sonido, como un crío pequeño), «el único pedestal son los zapatos que calzamos». Jorge Luis Borges es un vendaval, arrolla, desborda como un Maradona, irónico, luminoso, impaciente por hablar: «Yo no sé si usted tiene razón, pero me conviene creer que la tiene»; «El barroco, como todo acto de vanidad, merece ser castigado»; «Yo, a Schopenhauer, lo leía mucho, pero lo entendía poco». Borges, un viejito que se las sabe todas.
Son siempre dos personas en un estudio casi vacío, sentadas una enfrente de la otra, con un cámara y un par de micrófonos. Aparte, un paquete de cigarrillos y whisky. No hay más trucos. Solo la palabra, la complicidad, la conciencia de que tenemos cosas interesantes que contar. A veces, como con Cabral, se les va la olla y hablan directamente con el cámara; en otras, a Cortázar se le acaba el scotch (que tenía disimulado como agua) y le dice a Soler Serrano que le eche un poco del suyo, que ya no tiene. Los libros de los entrevistados se acumulan en una mesa y Soler Serrano los va espigando de memoria, porque seguramente se los ha leído todos. Néstor Almendros, el director de fotografía que trabajó con Rohmer, Truffaut, Terrence Malick… cuenta que «el western es la Comedia del Arte americana con personajes que se repiten, como Colombina o Arlequín, el malo, el bueno…». Ramón J. Sender, uno de los grandes escritores de este país, dice con unos ojos que ruedan en sus órbitas debido a un asombro constante: «Para ser escritor hace falta tener un sentido ascético y una fuerte determinación»; «Yo soy inevitablemente, fatalmente, inexorablemente español, y no hay quien lo remedie»; «Cuando nací y me soltaron un sopapo para que llorase, se lo devolví al médico y le rompí las gafas: se nota que ya salía apercibido».
Soler Serrano hace preguntas inteligentes, fundadas, y recibe a cambio respuestas de todo tipo: ambiguas, irónicas, brillantes, a veces muy mentirosas, pero todas igualmente provechosas. Es difícil aburrirse. Incluso personas tan aparentemente sosas como el cirujano Ramón Castroviejo tiene salidas inesperadas. Benedetti afirma que uno siempre se engaña respecto a uno mismo. La simpática y sobradísima Imperio Argentina dice que se divorció porque estaba harta de aquel marido, y remata «y en procura de mejoramiento». Francisco Ayala, siempre académico, dispara de repente «siempre pasa lo mismo: una minoría rodeada de ineptos, y dicha minoría es la que se interesa por las cosas». El profesor Aranguren, visionario, «antes los jóvenes querían parecerse a los mayores, ahora los mayores nos queremos disfrazar de jóvenes». Ya les digo, ciento y pico entrevistas colgadas para disfrutar. Ahí siguen para ustedes.
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