![La guerra del fin del mundo](https://s3.ppllstatics.com/elcomercio/www/multimedia/2024/02/18/imagen-articulo-k0fH-U210156870096164B-1200x840@El%20Comercio.jpg)
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Tomo prestado el título de Vargas Llosa para destacar que, mientras el mundo mira a Ucrania o Gaza, donde realmente se está jugando el partido es en el estrecho de Taiwán. Allí, un barco de guerra de la US Navy navega arriba y abajo, con ... 96 misiles a bordo, mientras un equivalente chino le vigila: 'shadowing us', dice el capitán americano, que añade que a veces 'they move very close'. Su misión es mantener el canal abierto a la navegación comercial, que transporta cada año tres trillones con 't' de dólares. El día en que salte una chispa entre los dos, comenzará un conflicto que nadie sabe cómo podría terminar. En este contexto, tenemos una segunda guerra, esta tecnológica. El chip, ese invento que sirve tanto para guiar un misil como para incrustarlo en una tarjeta de crédito y sacar dinero o que la nevera te avise de que está abierta, es hoy el petróleo del futuro. Los procesos de fabricación de los chips son vanguardistas y muy caros, y tan estratégicos que Estados Unidos ha puesto duros controles para su importación a Rusia o China (si recuerdan, los rusos tienen problemas con la tecnología de su arsenal, y los gringos se cargaron directamente Huawei y su 5G). La guerra del fin del mundo se dirimirá con IA y drones armados, y todo ello depende de los chips.
El chip es una retícula con millones de transistores que procesan corrientes eléctricas que son transformadas en imágenes, sonidos, ondas de radio… La Ley de Moore ha mejorado su rendimiento, de manera que el ordenador que llevó al Apolo XI a la Luna y pesaba 30 kilos, ahora ve multiplicada su potencia de computación por un simple 'smartphone'. La carrera de su invención y desarrollo está jalonada por muchos nombres icónicos, Silicon Valley, Jack Kilby, Bob Noyce, Morris Chang, etc. Los chips pasaron de los misiles nucleares Minuteman a los ordenadores, y de ahí a los móviles y la IA (la primera bomba guiada por láser se lanzó en Vietnam en 1972, y la invasión de Irak fue la demostración de la eficiencia tecnológica y la superioridad militar que concede). Los chips son diseñados y fabricados por empresas distintas, pues hacerlo al mismo tiempo resulta extremadamente gravoso y no resulta eficiente. Por ejemplo, diseñar un solo chip avanzado puede costar alrededor de 100 millones de dólares, y una planta de fabricación puede andar por los 20.000 millones de dólares. Hay que tener en cuenta que dicho chip únicamente sería de última generación por un par de años, lo que nos lleva a la conclusión de que la tecnología sólo puede avanzar si dispone de mercados gigantes y globales que la sostengan. A esto hay que añadir que las fábricas son muy pocas en el mundo. Desde las primeras deslocalizaciones, allá por los años 60, las plantas de montaje se han desperdigado por el planeta, Estados Unidos, Corea del Sur, Japón, pero la más importante está en Taiwán, TSMC. Ya ven cómo se van enredando las cosas.
Los chinos tienen un talón de Aquiles con los chips, y dependen mayormente de productos importados, muchos de ellos facturados en Silicon Valley. El objetivo de Xi Jinping es la seguridad digital, es decir, poder competir con los americanos en igualdad de condiciones, y a ser posible, superarles. Para ello está usando todas las herramientas a su alcance: la inversión, la piratería, el espionaje, la negociación, la coacción. Una de sus jugadas fue el 5G, con redes más veloces y que llevan más datos, pero la apuesta fue rápidamente abortada por los americanos. No obstante, continúan empujando en todas direcciones: nuevos misiles, sistemas electromagnéticos, fuerza cibernética, IA militar, drones… En esta nueva Guerra Fría, China sabe que al otro lado del estrecho está Taiwán, una reivindicación nacionalista de siempre, pero, además, la clave de bóveda que soportará las batallas del futuro.
Todo esto lo cuenta el importante ensayo 'La guerra de los chips', de Chris Miller (Península). También cuenta que, hace nada, varios expertos militares estadounidenses crearon una simulación que concluyó que las tropas chinas podrían desembarcar en un remoto atolón de Taiwán sin pegar un solo tiro. Esto llevaría a USA a una respuesta moderada que, al igual que en la I Guerra Mundial, podría iniciar un efecto dominó y enquistarse en un conflicto sin cuartel. O los chinos también podrían iniciar un bloqueo aéreo y marítimo que les colocaría en otro brete, y que podría degenerar igualmente en una cruenta guerra. En realidad, cualquier opción sería mala, porque ahora un solo misil puede hundir un portaaviones, y aunque los chinos lograsen hacerse con la fábrica TSMC, los americanos responderían con nuevos límites a la exportación de las máquinas y materiales avanzados que necesitan los taiwaneses. Todo sería dantesco, económica y geopolíticamente, porque Taiwán fabrica el 37% de los chips del mundo, y la estructura de la civilización comenzaría a temblar, aviones, coches, microondas, ordenadores, la IA…
Muchos creen que una invasión china no puede suceder, pero después de la reacción imperial-decimonónica de Putin, el mundo ha entrado en una etapa en que lo inconcebible es más que probable. Lo saben bien en el navío de guerra americano que navega arriba y abajo en el estrecho; su capitán, en una entrevista, dijo que su misión es mantener el conflicto en el reino de la retórica: «What I hope is that, every day Xi Jinping wakes up and sees us on the horizon, he say to himself, 'today is not the day'».
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