Así será el fin de todo

El fin de una especie no le provoca tristeza, sino satisfacción, por los logros, por la complejidad de sus emociones, por la huella y su profundo significado. No fue cuestión de tiempo, se trataba del viaje, de lo lejos que han llegado

Lunes, 2 de diciembre 2024, 01:00

IImagine que usted es el último ente pensante del universo. Ese sol que ha conocido, y que duró 10.000 millones de años, ya ha desaparecido hace mucho. Con el sol, el sistema solar, con todos sus planetas, ha ido colapsando, incluida su querida Tierra. ... Todo es un oscuro erial, algo que ha dejado atrás mientras se mueve como una nube de energía por un universo devastado. Todo lo que le rodea es un telón gélido y oscuro. Las estrellas han ido agotando su combustible nuclear, y la expansión del espacio las ha ido alejando más. Las galaxias habrán chocado unas con otras, el ubicuo orden astronómico se habrá disuelto, y sus restos vagarán por el universo como espectros incinerados. El horizonte cósmico será como un precipicio color negro eterno, negro inmutable. Han pasado ya 1.000 billones de años tras la Gran Explosión, pero usted todavía está ahí, un dios único, solitario, sin epígonos.

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Sigue avanzando, mira alrededor. Enormes agujeros negros giran en la oscuridad, barriendo lo que queda de las galaxias, dejándolas limpias de estrellas. La propia materia ha empezado ya a desintegrarse, es la segunda ley de la termodinámica, que prosigue su labor con la contundencia de una excavadora. En un billón de trillones de años, los protones que hay en el interior del átomo comienzan a desintegrarse, y más allá todavía, inmersos en las profundidades inimaginables del último tiempo, los átomos mismos se desvanecerán. Sólo quedarán electrones, positrones, neutrinos y fotones, que se moverán hacia los agujeros negros, siendo tragados finalmente. Usted ya ha dejado de contar, nos encontramos en cifras de mil billones de billones de años. El andamiaje de la vida ya no existe, las categorías ya se han deshecho. Pero usted continúa, ha hallado alguna solución para convertirse en un proceso pensante, ha logrado ensamblar algunas partículas básicas. ¿Por cuánto tiempo? No lo sabe. Además, en su escala de tiempo mil millones de siglos apenas se notan.

Lo que sí tiene claro es que si quiere perdurar un poco más tiene que pensar menos, para no gastar la poca energía que le queda, hacer más lenta la entropía. Su objetivo es rascar algo de energía donde pueda mientras expulsa calor, un equilibrio complicado. Los procesos internos se hacen más lentos, se reduce la temperatura, se aminora la tasa de consumo de lo poco que queda alrededor. No obstante, sabe que en algún instante llegará a un límite, un último pensamiento sobre el pensamiento mismo, pero no quiere desistir, desea intentarlo hasta donde sea posible. Usted, ente pensante, no se rinde, aunque su memoria se va volviendo finita, comienza a cavilar sobre los mismos pensamientos una y otra vez. Cada vez es más difícil crear nuevos recuerdos, explorar nuevos paisajes intelectuales, y con cada intento, el calor aumenta, no sabe cuándo quedará definitivamente frito en su propio pensamiento.

Ahí fuera, ya no queda nada; no hay galaxias, no hay estrellas. Los mismos agujeros negros se están consumiendo, lanzando sus últimas ráfagas de radiación para desvanecerse en la negrura. Se puede ver una difusa neblina de partículas terminales, electrones y positrones aniquilándose mutuamente en ínfimos destellos. Sólo queda usted, agotando sus postreras gotas de energía. Es la versión cósmica del polvo a polvo, el fin del tiempo, el absoluto olvido. En esta etapa, el ente pensante comienza a tener reminiscencias de cuando era humano, hace mucho, mucho, mucho tiempo. Un chispazo inesperado de vida, una conciencia insólita, asombrosa, un instante de luz que aún perdura en su interior. Es un momento que se copia a sí mismo. Recuerda risas, abrazos, miradas, retazos de conversaciones. Es extraño. Es agradable.

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Ya queda poco, apenas un nada que significa todo. El ente pensante nota que está llegando al acabamiento. El último aliento de una raza que desapareció hace una cantidad de tiempo pasmosa. Una raza que contó historias, que cantó, que amó, que hizo la guerra, que pintó. Una raza de seres muy vivos que apareció y desapareció en un parpadeo del tiempo. El ente pensante es su heredero, también efímero, irreconocible ya para sus ancestros. Sus necesidades, sus capacidades, han sido otras, pero en sus últimos momentos resuenan en su interior los ecos, las voces, las reminiscencias. La perspectiva de la aniquilación acrecienta la intensidad, todo es muy real, se puede tocar, oler. El fin de una especie no le provoca tristeza, sino satisfacción, por los logros, por la complejidad de sus emociones, por la huella y su profundo significado. No fue cuestión de tiempo, se trataba del viaje, de lo lejos que han llegado, de lo extraordinarios que han sido dentro de toda la evanescencia. El portento de unos seres que se alzaron en el vacío y observaron el universo, lo comprendieron, crearon belleza y vínculos, determinaron que todo era transitorio y, aún así, continuaron trabajando para acercarse al misterio de todo. El ente pensante comienza a desvanecerse, pero lo hace con gratitud, con una inmensa placidez. En un universo sin propósito, nosotros tuvimos razón, ingenio, emoción, imaginación. En un universo sin significado, nosotros tuvimos sentido.

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