Hay un montón de libros de los que todo el mundo habla, pero pocos han leído. En ese sentido, alguien comentó que el Quijote es ... igual que la Constitución española. Hace tiempo que llevo empeñado en leer todo eso que se supone que tenemos que leer y no solemos: 'Beowulf', 'Robinson Crusoe', la poesía de Villamediana o el teatro de Cervantes, 'La suerte de Barry Lyndon', 'Guzmán de Alfarache', los cuentos de Stevenson, 'La Araucana', 'Gilgamesh', 'El maestro y Margarita', la Biblia misma… La mayoría son tan buenos como dicen, otros sorprenden por cosas que no tenías en el radar, y algunos, pocos, defraudan. Después hay otra categoría: los que no te esperabas que golpeasen con tanta fuerza, con tanta modernidad. En mi caso, fue John Milton y su 'Paradise Lost'. Y la clave de todo es Satán: «En torno suyo extiende/ la funesta mirada, que atestigua/ una aflicción y abatimiento grandes/ mezclados con obstinada soberbia/ y un implacable odio». Esto es después de la hostia que se mete Satán cuando sus hordas son expulsadas del Cielo y caen al Infierno. Previamente, habían pasado días combatiendo, inventando incluso la artillería, que puso en jaque a las legiones celestiales, al punto de casi destruir el universo entero si Dios no hubiese intervenido. El perfil que le hace John Milton es apasionante por humano, algo complejo, contradictorio. Y la imaginación que le echa para hacer salir a Satán de su hoyo infernal a fin de tomarse su venganza en el Paraíso, provocando la condena de Eva y Adán, resulta portentosa. Milton, como Homero, ya estaba ciego cuando iba componiendo los poemas, y los dictaba a un amanuense. De su magín fueron saliendo las diez mil líneas de verso libre a partir de 1667, la nostalgia de Dios, el odio a Dios, sus largas parrafadas sobre la ignorancia como base de la felicidad y la llama con la que iluminará al hombre, como un Prometeo «por lo tanto, excitaré sus mentes/ con más deseo de saber y de rechazar/ órdenes envidiosas, inventadas con diseño/ para mantenerlos bajos». En esta lucha, estás de parte de Satán. Porque notamos la ambición, la creatividad, la misma que posee Milton.

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John Milton se libera también en sus poemas de las cadenas de la rima y busca soluciones en el idioma inglés al invertir el orden habitual de sujeto, verbo y objeto. Hace catálogos completos de ángeles y demonios, mezcla las epopeyas clásicas con el romance medieval, con la cosmología renacentista, y evoca también la visión imperial inglesa. Milton es un rebelde, igual que Satán, «porque dentro de sí lleva al infierno y a su entorno/ y del infierno no puede alejarse un solo paso…». Y lo es porque también él se comprometió contra la monarquía y a favor del gobierno parlamentario, del lado de Cromwell, durante la guerra civil.

Dos semanas después de la decapitación de Carlos I escribió un panfleto justificando el regicidio: republicanismo, sí, pero también sumisión a un Dios absoluto, sin intercesión de jerarquías eclesiásticas, y con el libre albedrío para demostrar que nos merecemos la salvación. Y todo este pandemonio se mezcla en 'El Paraíso Perdido', la ambigüedad de Satán y Dios, la libertad y la necesidad, la jerarquía y la igualdad.

El libro es un escándalo, a fragmentos resulta muy extraño, poesía visionaria, que incluso animó a gente como Malcolm X a replantearse el status quo. El mismo Thomas Jefferson copió discursos enteros de Satanás. Sus líneas nos hablan de las necesidades individuales, y Satán es demasiado atractivo como para no escuchar sus susurros: quiere venganza, porque él debía ser el elegido y no Cristo, porque él es el más guapo, y el más listo, y el más carismático y, aun así, Dios lo ha dejado de lado. Y todos hemos sufrido afrentas, todos hemos estado resentidos. Comprendemos al Diablo más que a Dios. Y asistimos al proceso de cómo Satán convierte su orgullo en un proceso político para iniciar una rebelión en el Cielo. Satán es duro, romántico, emite una luz oscura, y como Lope de Aguirre y sus marañones, quiere cargarse un imperio, y le escribe una carta de desafío al mismísimo emperador.

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Pero, cuidado, no te dejes engañar: Satán también es otro tirano, como Dios. Aspira no a la democracia y la libertad, sino a sustituir al Otro. Satán es depravado, impiadoso, temerario, envidioso, soberbio. Porque quiere ser el reverso de Dios, porque es una reacción a Dios. Y de nuevo la ambigüedad, ese Dios que es el Bien se pasa la vida rodeado de ángeles entonando aleluyas, un Dios rígido: «Él no puede morir; no puede sufrir; en última instancia, no puede cambiar». Dios también da un poco de miedo, y lo evidente es que Dios necesita también a Satán y su pecado para mostrar su virtud. Todo se enreda, todo se confunde en ciertas partes claroscuras del Paraíso. Satán crea momentos de duda, de incertidumbre en la creación perfecta de Dios; Satán es un fenómeno cuántico. Y como lector, los disfrutas: la habilidad de Milton, la sutileza, toda esa belleza, toda esa seducción que despliega cuando se trata de conquistar a Eva, de provocar la caída moral e intelectual de toda la función. Algo irresistible. Prueben la manzana y me dirán: podrán tomar sus propias decisiones, pero cada una llevará una factura. La desobediencia le hará libre, pero también más egoísta. Lo único seguro es que nada será igual, habrá pecado, habrá muerte, habrá traición, pero también un mundo donde poder elegir, un mundo donde poder amar con los ojos abiertos.

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