Cómo falsificar una cagada de mosca

Una de las boutades más famosas en el mundo del arte es que Corot pintó 3.000 cuadros, de los cuales 5.000 están en Estados Unidos. Este es el nivel. Y lo inquietante es que la mayoría de las veces las falsificaciones bien hechas no se pueden detectar

Domingo, 7 de mayo 2023, 22:48

Para ser un buen falsificador hay que seguir una serie de reglas: elija bien al artista a fusilar, a ser posible pequeños maestros. Si, a pesar de todo, se viene arriba y quiere copiar a uno de los grandes, que sea de un cuadro documentado ... y desaparecido. Más pautas: nunca atribuir un cuadro, eso es papel de los expertos, y mientras usted no haya firmado, no será más que una copia, y es legal. También es conveniente utilizar como canal de venta galerías destacadas, y procurar falsificar los documentos de procedencia de la obra, cuantos más papelotes, mejor. Siempre es más seguro crear un cuadro nuevo de un maestro que hacer algo heterogéneo a partir de motivos preexistentes. No hay que proponer uno mismo el cuadro a la venta, es mejor que se 'encuentre' en viejos desvanes o en tiendas de segunda mano. No hay que dejar que nadie, jamás, entre en su estudio. No se debe hablar con periodistas. Si le pillan, debe reconocer los ingresos ilícitos: la mayoría de condenas se producen por fraude fiscal o blanqueo de dinero, no por pintar o vender cuadros falsos. Y, sobre todo, ser modesto, perfil bajo; como decía Robert De Niro sobre su carrera: «No te vuelvas loco, coge lo bueno a medida que llega, mantén la calma, no hay nadie irremplazable».

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Estos son algunos de los consejos que se dan en el corto, pero sabroso ensayo 'Falsificadores ilustres', de Harry Bellet (Elba). Una de las boutades más famosas en el mundo del arte es que Corot pintó 3.000 cuadros, de los cuales 5.000 se encuentran en Estados Unidos. Este es el nivel. Y lo inquietante es que, por mucho que nos cuenten, la mayoría de las veces las falsificaciones bien hechas no se pueden detectar. Porque el buen falsificador, aunque no sea un genio, desde luego domina su oficio, y como excelente artesano es capaz de todo: reproducir las grietas en la pintura (incluso cagadas de mosca); cocer los cuadros a las temperaturas adecuadas para que la pasta adquiera la dureza del esmalte; calibrar los precios adecuados (si es demasiado barato, hay que desconfiar); controlar la trazabilidad, esto es, reconstituir el pedigrí de una obra, el rastro documentado que ha dejado para dotarla de autenticidad, etc… Y si usted se encuentra del otro lado, considere estos consejos: escuche la opinión de expertos contrastados, desconfíe de las gangas y de los cuadros que no están suficientemente documentados o nunca han sido vistos públicamente antes en una exposición o en el mercado.

Entre los falsificadores, tenemos un montón de cracks que si, por un lado, nos mantienen apercibidos, por otro, nos proveen de esperanza acerca de la infinita creatividad del animal (racional) que somos. Ya en la Grecia clásica había un señor llamado Pasiteles que copiaba las estatuas áticas que tanto gustaban a los romanos, y las hacía pasar del siglo IV al I a.C en un plisplás. Miguel Ángel hizo una copia de una estatua grecorromana que vendió a un cardenal, y cuando se descubrió el engaño, la copia era tan buena que este se lo llevó a Roma para sacar provecho de su talento. A su vez, Miguel Ángel fue plagiado por Denisj Calvaert en el XVI, quien también fusiló a Rafael. En el XVII, Pietro della Vechia se sacaba unas perras con falsos Giorgione, aunque también se le daban bien De Lorena, Poussin y Carracci. En la Florencia del siglo XIX había toda una industria dedicada a la falsificación destinada a los guiris que hacían el Grand Tour. Ya en nuestros días, el holandés Han Van Meegeren vendió cuadros falsos de Veermer al mismísimo Hermann Göring (quien, al enterarse de la estafa, se quejó de lo malvada que es la gente…). Por falsificar, se han falsificado hasta los prepucios de Cristo, de los que hay 14 o 15 por toda Europa, y los monjes de Sainte-Foy de Conques dicen que tienen incluso un pedazo del ombligo del Mesías.

Por supuesto, un oficio tan exótico produce personajes extravagantes, muy literarios o cinematográficos. Tenemos a Elmyr de Hory (ya sólo el nombre nos da el tono del personaje), un camaleón que fingía ser un noble húngaro expulsado por los bolcheviques, y que hablaba cinco idiomas. Fue objeto de un documental (magnífico, por cierto) de Orson Welles, 'F for fake' (1973). Elmyr era el clásico exponente de la 'paradoja del falsificador': capaz de imitar a cualquier maestro, pero incapaz de hacer algo original. Otro gran personaje es Fernand Legros, un 'dealer' de arte que colocaba conjuntos enteros: «Vender un cuadro o vender cuarenta requiere la misma energía, y como soy perezoso, mi energía es muy limitada». Con estos bueyes araba nuestro Legros, y mantenía una dolce vita entre Miami, París e Ibiza que bien hubiera querido para sí el gran Gatsby. De hecho, fue tan conocido que Hergé había imaginado llevar su historia a un álbum inacabado de la serie Tintín, 'Tintín y el arte-Alfa', con Legros inspirando al mago Endaddine Akass, que en flamenco significa 'hay que saber contentarse con poco…'. Acabaron todos en el trullo, pero que les quiten lo bailao.

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Podría seguir hablando de falsificadores, pero prefiero terminar este artículo con la escena, también final, de una película, 'El tren' (1964), de John Frankenheimer. Es el 'speech' que le clava en el corazón el coronel Von Waldheim (Paul Scofield) a Labiche (Burt Lancaster), cuando este consigue detener el tren donde se lleva a Berlín un montón de arte francés: «Aquí tiene su recompensa, Labiche… algunos de los más grandes cuadros del mundo. ¿Le agrada, Labiche? ¿Siente una gran emoción sólo con estar cerca de ellos? Un cuadro significa para usted tanto como un collar de perlas para un mono. Ha ganado por pura suerte. Me ha detenido sin saber lo que hacía ni por qué. Usted no es nada, Labiche, sólo un cúmulo de carne. Los cuadros son míos. Siempre lo serán. La belleza pertenece al hombre que puede apreciarla. Siempre me pertenecerá a mí o a un hombre como yo. Ahora, en este minuto, no podría decirme por qué ha hecho lo que ha hecho».

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