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Puede parecer que no, pero llevamos tres generaciones teniendo mucha suerte. Quiero decir: después de 1945, el mundo ha vivido en un estado de relativa estabilidad, algo que no había pasado jamás de los jamases. Esto hizo que olvidásemos nuestro estado natural, o sea, la ... guerra, la peste, el hambre, los depredadores, los desastres naturales. Es decir, la muerte en todas sus manifestaciones. El bienestar, la medicina, el derecho han logrado anestesiarnos, hacernos pensar que nos los merecemos todo, y que lo otro, la incertidumbre de la Historia, era una marcianada. Lo cierto es que la anomalía han sido estos últimos 80 años en una carrera de miles. Hemos dado por sentado que nuestro estatus no era el resultado de un esfuerzo estremecedor por parte de quienes nos precedieron, sino un derecho esencial. Y hay que centrarse, porque lo único real es la fragilidad de la vida, la lucha constante, el miedo, la crueldad, la esclavitud, el dolor. La selva.
Hemos despertado con cara de que somos clientes y que tenemos nuestros derechos y qué está pasando aquí. Evidentemente, esto, a los volcanes que estallan, a los virus que se desbocan, a las inundaciones que todo lo arrasan, a las olas de calor que nos convierten en momias, a los nuevos emperadores que quieren imponer sus particulares Pax Americana o China les da igual. La tranquilidad, igual que la salud, es un milagro, y como tal hay que estar agradecidos. El resto del tiempo hay que organizarse y poner velas a santos y demonios. Olvídense de la insatisfacción y la frustración tan modernas como endémicas. Mientras tú te empeñas en pedir la hoja de reclamaciones a la vida, alguien te hunde un hacha en el cráneo o un vehículo te lleva por delante en un aparcamiento o una célula sana muta en cancerígena. Tenemos que volver a aprender, a adaptarnos, a intentar reducir el número de víctimas y paliar el dolor.
En España ya tuvimos una gota fría en 1962, en El Vallès, con mil muertos. Y ahora vuelven también en Grecia, Turquía, Bulgaria. En 1953, la inundación del Mar del Norte provocó en los Países Bajos casi 2.000 fallecidos. Todo nos impulsa a mejorar los sistemas de protección, a estar atentos a que lo imposible suceda. La historia sísmica de Turquía en 1939, 1999 y 2023 dejó una estela de miles de muertos. Igual que en Italia en 1980, 2009 y 2016. En la idílica Costa Azul, las lluvias torrenciales de 1959 dejaron 421 muertos. Y qué me dicen de los incendios en Portugal y Grecia, miles de hectáreas quemadas, un montón de muertos. Como no se espera que esas cosas de California pasen aquí, hay recortes en los bomberos, en los servicios forestales. Incluso hay personal que niega el cambio climático, aunque los ecosistemas estén colapsando y las olas de calor nos devoren.
Y qué bonito era ser europeos herbívoros, con su protección social, y su dolce far niente y su belle vie. Ahora tenemos que ponernos las pilas y aprender a negociar con Trump. Es sólo cogerle el tranquillo: se trata de un señor que no le tiene respeto a nuestros Caravaggios, y que el único latín que le interesa es ubi est mea?, dónde está lo mío. Su mentalidad transaccional es la del empresario inmobiliario, incluso con juegos de suma cero; un tipo que no quiere que le sueltes un rollo sobre lo sofisticados que somos los europeos, sino saber cuánta pasta puede ganar contigo, y hoy, no mañana. Y va a exprimir su famosa 'hipérbole sincera' para que los americanos crean que vuelven a tener el mundo a sus pies.
Los rusos, por supuesto, también se ciscan en el devenir hegeliano. Y los chinos no le van a la zaga: quieren cargarse la democracia y remodelar el mundo a su imagen y semejanza. Globalismo igual a RIP. Los Elon Musk, Peter Thiel y el resto anhelan que los ciudadanos liberales volvamos a ser siervos de la gleba («ya no creo que la libertad y la democracia sean compatibles», dijo Thiel en 2009). Samuel Huntington lo clasificó de aquella manera como «autoritarismo modernizador». El historiador Xiao Gongqin lo denomina «neoautoritarismo», aunque es el «a ver quién la tiene más larga» de toda la vida, el manido «hombre fuerte». Y la ironía es que Estados Unidos, el defensor teórico de la democracia liberal, que intentó que el mundo fuera gringo, ahora se ha contaminado de dichas compulsiones. No duden de que Trump intentará abolir los límites del tercer mandato, anulará a la sociedad civil y a los jueces, y tomará medidas contra la libertad de expresión (¿no les recuerda al señor Castejón?).
Nosotros, los europeos, tenemos que seguir creyendo en el «romanticismo» de que la Ilustración mejora la sociedad. Debemos querer seguir siendo europeos. Compromisos, negociación, sociedad civil, Estado de derecho. Protección social, por supuesto. Pero ahora todo esto cuesta más caro, requiere más lucha. Y sin prosperidad económica, no es posible nada de lo anterior (acuérdense de Weimar). Tampoco tienen nada que ver con nosotros los excesos woke de la izquierda, ni QAnon, ni el radicalismo de la derecha estadounidense, con «neorreaccionarios» como Curtis Yarvin o JD Vance. Nosotros somos europeos.
Y para mantenernos así, hay que releer el informe Draghi, aumentar la productividad, innovar tecnológicamente, integrarnos más económicamente, fomentar una estructura federal, facilitar el crecimiento de nuevas empresas en sectores punteros, apoyar a los ucranianos, estudiar cómo negociar a cara de perro con Trump, poner orden en la desinformación. Y, en general, trabajar más, tener una economía aseada, y ser conscientes de que se acabó la fiesta. Si no somos capaces de implementar nuestras capacidades, sólo nos quedará ser vigilantes de un museo donde la luz de los Caravaggios seguirá refulgiendo, pero sólo para los turistas del imperio americano, chino y ruso. Los hindúes no están, pero se les espera.
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