La invasión de Ucrania por parte de Rusia tiene un sentido perfecto dentro de la cosmogonía que maneja el régimen de Putin. Puedes estar a favor o en contra, pero lo que no puedes es no comprender el marco cognitivo en el que se desarrolla. ... Es igual que las consecuencias que se derivaron de la visión nazi del mundo, en la que terminar haciendo una reunión junto a un lago para decidir qué hacer con 11 millones de vidas tiene perfecta lógica. Hoy tenemos un bloque autoritario, que desafía a la democracia liberal y al orden mundial; un Estado que quiere volver a ser un imperio, reniega del legado de Gorbachov y proclama un destino manifiesto. Todo tiene sentido si estudiamos las raíces de Rusia.

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Rusia no ha logrado nunca ser un Estado nación, siempre ha sido un imperio, y Putin es el último de una larga serie de autócratas desde Iván el Terrible. En el imaginario ruso, se considera que son un nuevo Imperio Romano, con Moscú como la tercera capital tras Roma y Constantinopla (y no habrá más, según ellos). Hay cinco elementos que articulan la identidad nacional: la etnia eslava, el idioma ruso, la religión cristiano-ortodoxa, el modelo autocrático y la definición respecto a los Otros, ya sean suecos, mongoles, lituanos, chechenos, etc. Este tablero de juego no trata sólo de este contra oeste, engloba lo que se denomina el Sur Global, países postcoloniales en los que Rusia ha colocado sus peones, de los que 25 de ellos representan el 45% de la población mundial y el 18% de la economía. Son países que no se van a casar con nadie, y que buscan acuerdos multilaterales con dios y con el diablo (a falta de definir quién es quién).

Putin se nutre de Pedro el Grande, de Catalina II, de Nicolás I, y en cierta medida, de Stalin. También de historiadores decimonónicos como Nikolái Karamzín, de ideólogos contemporáneos como Andréi Polosin y Serguéi Kiriyenko, de economistas como Anatoli Chubáis, o de políticos como Yevgueni Primakov. Ha estudiado la habilidad del imperio a través de los siglos para asimilar distancias, climas, paisanaje, y sus estrategia de enfrentamiento con imperios rivales. Para Putin, la Glásnost y la Perestroika y el malhadado Gorbachov es lo peor que le ha pasado al Imperio, por ingenuo, por equivocado, pero, sobre todo, por ir contra el alma de Rusia, que es el «ordeno y mando». Una vez perdida la oportunidad con Yeltsin de construir un Estado nación tras la implosión del último imperio comunista (disolución de la Unión Soviética: 31 de diciembre de 1991), sólo quedó la reconstrucción del Imperio de toda la vida. Putin aparece como el hombre fuerte y redentor, que mete en vereda a los oligarcas, impone el poder vertical, detiene la desintegración hasta donde puede, y se proclama salvador de Rusia. Tras un breve intento de mantener vínculos sensatos con Occidente, el nuevo Zar se tira al monte y vuelve a proclamar que el centro espiritual es el Rus de Kiev, que Moscovia es la nueva Bizancio, y que para milenaristas, nosotros los rusos, que debemos salvar al mundo de sí mismo. A continuación, propone la 'seguridad espiritual', es decir, la lucha no solo militar, sino por los corazones de la gente (complicado si los violas y los torturas antes). Asimismo, denuncia que Rusia está acorralada por el relativismo, por el pluralismo, por la democracia, y lanza un nuevo contrato social: tradicionalismo, obediencia, seguridad, que recuerda a Nicolás I, «ortodoxia, autocracia, nación».

Con todo este bagaje, la invasión de Ucrania deviene en algo natural. Desde el momento en que somos un imperio, somos nosotros quienes definimos las fronteras. Todo el mundo tiene que volver a la Casa Rusia, la particular Doctrina Monroe de Putin, ya sea utilizando palancas políticas, económicas, culturales o militares. De hecho, la mayoría de los rusos apoya esta guerra, que se presenta como un conflicto de autodefensa, una lucha por la supervivencia contra Occidente. Todo se enmarca en un revisionismo en el que el choque es inevitable, y las respectivas visiones del mundo son incompatibles. En esta lucha, Putin se apoya en lo que puede o le dejan: China, Corea del Norte, el Sur global, etc. Capítulo aparte serían las consideraciones de los errores cometidos por Estados Unidos en sus relaciones con Rusia, la pertinencia de la ampliación de la OTAN, y el pensamiento mágico de considerar que la corte de Putin se desplomaría sólo gracias a las sanciones económicas. El corolario de todo es la organización de una nueva política de contención, a lo Guerra Fría, y el apoyo a Ucrania en la guerra de desgaste hasta llegar a algún tipo de solución pactada.

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De todos los ensayos que he leído sobre Rusia, este de Mira Milosevich, 'El imperio zombi. Rusia y el orden mundial' (Galaxia Gutenberg), es el que más me ha iluminado sobre el complejísimo tema. Aparte de proponer un mapa detallado de lo que sucede actualmente, abunda en los referentes históricos: los escitas, la lucha contra Napoleón, la guerra de Crimea; las tendencias occidentalistas, eslavófilas, euroasiáticas; los viajeros decimonónicos europeos que inventaban Rusia en la imaginación occidental, los tópicos rusos sobre la misma Europa. Como escribió Aleksandr Herzen: «Necesitamos a Europa como un ideal, un reproche, un ejemplo. Si no fuera todas estas cosas, habríamos tenido que inventarla».

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