Enfermedad y poder

Los expertos describen bien cómo se va desarrollando el aislamiento de los poderosos, lo denominan 'pensamiento de grupo'. Son unas pocas personas las que rodean al líder, cotos cerrados que retroalimentan opiniones y prejuicios

Lunes, 15 de abril 2024, 02:00

Ccómo afectan a nuestros gobernantes sus enfermedades? ¿De qué manera distorsionan su toma de decisiones? ¿Qué patologías crea el ejercicio mismo del poder? Desde que Lord Acton soltase su famoso aforismo «el poder corrompe, el poder absoluto corrompe absolutamente», estamos obligados a mantener un control ... férreo de las riendas de los políticos. Pero esto ya empezó antes, mucho antes: la 'hibris' ya fue descrita con precisión por los griegos, esa embriaguez de poder que da paso a un género de locura. Estos personajes desatados son oro molido para los literatos, pero sus efectos sobre los gobernados son iguales al paso de un huracán de categoría 5. Los romanos ya dividían el poder física y temporalmente, porque conocían el percal, y las democracias han desarrollado mecanismos de control y equilibrio para protegerse de los tiranos (Thomas Jefferson: «El precio de la libertad es la vigilancia perpetua»). Aun así, los Coriolanos se suceden en la historia, perdidos en la megalomanía, la imprudencia, el narcisismo, la soberbia, el desprecio, el exceso de confianza, el mesianismo, la incompetencia.

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Theodore Roosevelt era bipolar, Woodrow Wilson sufrió ictus, David Lloyd George tuvo una clara propensión al cesarismo. Warren Harding, el sucesor de Wilson, tenía problemas cardíacos (un senador describió sus discursos como «un ejército de frases avanzando por el paisaje en busca de una idea»). La hibris le hizo creer a Chamberlain que sólo él podría manejar a Hitler. La misma hibris que entre el 5 y el 11 de diciembre de 1941, cuando sus panzer no logran llegar a Moscú, provoca que Hitler decida declararle la guerra a los Estados Unidos. En ese tablero de juego, el mismo Churchill estuvo a punto de caer desarbolado si no llega a ser por una carta que le envía su esposa Clementine, poniéndole los puntos sobre las íes (mano de santo).

Los expertos describen bien cómo se va desarrollando el aislamiento de los poderosos, lo denominan 'pensamiento de grupo'. Son unas pocas personas las que rodean al líder, cotos cerrados que retroalimentan opiniones y prejuicios, produciendo despilfarros de recursos humanos, exceso de confianza, subestimación del enemigo y desdén por los informes de inteligencia. Dos botones de muestra pueden ser la desastrosa gestión de la invasión de Bahía Cochinos por parte de John F. Kennedy, o el fiasco de la posguerra en Irak gracias a George W. Bush y Tony Blair. Todas estas características también son visibles en los últimos años de Margaret Thatcher: son líderes que, cuando están en pleno uso de facultades, son capaces de ver más allá (éxito en la huelga de los mineros y las Malvinas), pero en sus horas bajas sufren cegueras como oponerse a la reunificación alemana o a sus propios diputados conservadores, todo espolvoreado con la manipulación y el desprecio.

Boris Yeltsin, en fin... Lo mejor es empezar por lo que no tenía (sufrió cinco ataques cardíacos durante su mandato). François Mitterrand tuvo un cáncer de próstata que ocultó incluso a su esposa (no por nada lo llamaban 'la Esfinge'). Anthony Eden, durante la crisis de Suez, estuvo tomando bencedrina y morfina (la necrológica del Times en 1977 fue demoledora: «Fue el último primer ministro que creyó que Gran Bretaña era una gran potencia y el primero que se enfrentó con una crisis que probó que no lo era»). Charles de Gaulle padecía depresiones. Richard Nixon sufría psicosis, hibris, alcoholismo. Y el Mao con el que se encontró en China, aparte de sádico, era paranoide, depresivo y sufría insuficiencia cardíaca.

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Hibris y su inevitable Némesis. En el Fedro de Platón ya se tratan estas cosas: «Si se trata de un deseo que nos arrastra irrazonablemente a los placeres y nos gobierna, se llama a este gobierno intemperancia (hybris)». Cuando el éxito se sube a la cabeza, y se empieza a despreciar a los mortales, aparece la inevitable Némesis, la diosa del castigo (y también de la justicia retributiva). Son los dioses quienes no permiten que alguien desafíe la realidad dispuesta por ellos, son los dioses quienes finiquitan al héroe desmadrado. Cómodo, Heliogábalo, Maximino, Focas, Galieno, Domiciano, Calígula, Nerón, todos unos piezas, todos asesinados.

Mussolini padecía úlceras, y sucumbió ante la inevitable hibris. Stalin era paranoico, hasta el punto de ejecutar a un guardia personal después de que éste arreglase sus botas para que no crujieran, alarmando así a Stalin al acercarse sin que lo oyera. Franklin D. Roosevelt tenía una enfermedad coronaria. ¿Se pueden mantener en secreto las enfermedades de nuestros líderes? ¿Se debe? David Owen, el autor del ensayo 'En el poder y en la enfermedad' (Siruela), el libro del que extraigo todos los datos anteriores, escribe que el juramento hipocrático no debe ser absoluto (él mismo es médico). Los doctores son también ciudadanos y no pueden desentenderse de la sociedad en la que viven. No obstante, se mantuvieron en secreto los enormes problemas de Kennedy, la espalda, la enfermedad de Addison, su adicción a los calmantes y las anfetaminas (como dijo un médico, «era más promiscuo con los médicos y los medicamentos que con las mujeres»). Se mantuvo en secreto la operación de cáncer de Lyndon B. Johnson durante la guerra de Vietnam, y su creciente paranoia, que le empujó a aumentar los bombardeos y el número de soldados.

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¿Cuáles son las enfermedades de Putin? ¿Cómo van los procesos degenerativos de Joe Biden? ¿Cómo se podría controlar la hibris de Donald Trump si volviese a ser presidente? ¿Y la de Benjamín Netanyahu? ¿Cómo lo lleva Recep Tayyip Erdogan? ¿Y Narendra Modi? ¿Le va bien la cabeza a Javier Milei? ¿Cómo le afecta el estrés de la guerra a Volodymyr Zelenski? ¿Y el cáncer a Carlos III? ¿Cuánto más sufriremos el narcisismo de Pedro Sánchez?

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