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A mí me costó entrar en el universo de Bret Easton Ellis. Seguramente porque su primera novela, 'Menos que cero' (1985), no me pareció gran cosa. El retrato generacional de unos pijos que se drogan y follan y conducen deportivos, agotados por el angst existencial ... de quien tiene demasiado dinero y nada que hacer (el equivalente en España, salvando distancias, sería 'Historias del Kronen', de José Ángel Mañas, o 'Lo peor de todo', de Ray Loriga). Luego vi la película con Robert Downey Jr., James Spader y Andrew McCarthy, que me gustó, y volví a darle una oportunidad. Y la oportunidad fue 'American Psycho' (1991), y entonces sí, entonces me di cuenta de que estaba ante un grandísimo escritor. No voy a hacer aquí el laudatio de la novela, sólo recordar el final, cuyas últimas treinta páginas era prácticamente como leer a Dostoievski (esa fue mi impresión), y la escena en la que Patrick Bateman se retuerce de envidia y estupefacción al recibir una tarjeta de visita mejor que la suya, lo que da idea de lo chifladísimo que está (qué gran actuación de Christian Bale en la adaptación cinematográfica). Luego, he tenido una relación intermitente e irregular: los cuentos de 'Los Confidentes' (1994) estaban bien (la película de Gregor Jordan también la vi con gusto); 'Glamourama' (1999) era un disparate que no pude acabar; 'Lunar Park' (2006) se dejaba leer, y 'Blanco' (2020), un cruce de ensayo, memoria y crónica, resultaba un giro muy interesante en su trabajo. Si bien nunca alcancé el nirvana igual que con 'American Psycho', siempre me he preocupado de tenerle en el radar.
Lo último que ha publicado ha sido 'Los Destrozos' (2023). Estuve en su presentación en Madrid. Fue gracioso, porque una nube de periodistas y sus cámaras le aguardaba ante una puerta y Ellis apareció a su espalda, y durante unos segundos tuve una de esas fotos que podrían resultar icónicas. Comencé a leer el libro, que tiene 674 páginas, con la impresión que tengo con todos sus libros: o puerta grande o enfermería. Esta vez respiré, porque agarré el libro con la mordida de un Gran Blanco. Volví a identificar ese zumbido que tenía el personaje de Patrick Bateman, la locura que vibra sordamente en las mentes y que se activa con facilidad. Leí de nuevo esas frases que me recordaban a los rusos, «sólo necesitas la dosis apropiada de autodesprecio para sentirte un impostor» o «hacerse viejo es que cada vez haya más cosas que te asusten». Otra vez se desplegaban ante mí esos mundos fastuosos, decadentes y tan insípidamente aburridos que empujan a sus personajes a la autodestrucción más minuciosa. Porque la clave de Bret Easton Ellis es su capacidad para describir la disminución de un imperio, los cambios de época, el crepúsculo de un universo que destila las últimas gotas de belleza y horror. Es el famoso Zeitgeist, es el genio que produce un personaje como Bateman, que acaba por ser hasta meme en Tik Tok. «Nuestro mundo moriría», piensa el protagonista de 'Los Destrozos', «y era inevitable».
Un colega escritor me dijo que Easton Ellis es un psicópata que escribe para no empezar a cortar cabezas. Y puede ser, a tenor de su creatividad para las situaciones sangrientamente delirantes. Otro colega me dijo que Easton Ellis era un género en sí mismo. Y puede ser, porque vuelve siempre a ese universo de personajes golfos y caprichosos, a esa banda sonora pop, a los asesinos en serie, a las gafas Ray Ban y los cuerpos bronceados en Malibú, dispuestos para el descuartizamiento. En 'Los Destrozos' tenemos de nuevo a los chicos de 'Sensación de vivir', pero pasados por la rayadora de la perversión más desnortada, el sexo más vacío y la muerte que siempre te espera tras la barra de un bar mientras suena el 'Vienna' de Ultrabox. Y una primera persona, Bret, nos cuenta todo el postureo y el subidón de la cocaína y la obsesión por el glamour del cine y la parálisis emocional. Tenemos también a un remedo de Patrick Bateman. Y lo que podría sonar a comida recalentada, a estética pasada de moda, a autor acabado, resulta ser un nuevo plato de sushi fresco, el trabajo de un artesano que tiene como referente a Joan Didion y su particular relato de la pesadilla californiana. La novela es inmoral, sexual de una manera casi pornográfica; los personajes están jodidos de muchas formas y son todo menos empáticos. Como él mismo escribe, se trata de un mundo donde se sienten protegidos, casi invulnerables, pero en el que, de repente, irrumpe la fatalidad, el horror y la devastación. O sea, la vida.
En sus entrevistas, Bret Easton Ellis habla de su atracción por la violencia, de su nostalgia por una época en que era un mentiroso compulsivo, pero, de algún modo, era feliz. Del crimen que representa entrar en el mundo de los adultos, en su corrupción esencial; de una vida que es el resultado de muchas muertes (entre ellas, la de la adolescencia). Hay que entender que Easton Ellis es un autor al que se le colaban los groupies en las habitaciones de hotel, o sea, es un referente generacional, por lo cual va un poquito más allá del elemento literario. En su ensayo 'Blanco' dispara contra los simulacros políticos en Estados Unidos, habla del nihilismo que se va apoderando de la industria, los gobiernos y las corporaciones. Easton vive solo con su novio, aislado en su piso de Los Ángeles, y en ese sentido me recuerda a James Ellroy, también isolated, tanto física como espiritualmente, mientras escribe y escucha a Beethoven obsesivamente. A Easton Ellis le preocupa más la censura que el ascenso de la extrema derecha. Se queja de que el stablishment literario americano no le entiende, no le lee, no le hace buenas críticas, no le da premios. Se congratula de que la literatura le da placer, y su gloria le envuelve y le quita el dolor, aunque no pueda cambiar nada. Yo le seguiré leyendo, igual que sigo viendo todas las películas de Ridley Scott. Ya saben: puerta grande o enfermería. Irremediablemente.
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