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Leyendo 'La agonía de Francia', de Manuel Chaves Nogales, sobre la caída de la Galia en 1940, encontré la analogía perfecta respecto a lo que está sucediendo en España: «Nunca una catástrofe nacional se ha producido en medio de una mayor inconsciencia colectiva». Por supuesto, ... la catástrofe es Sánchez, y resulta fascinante estudiar el fenómeno político del que es adalid: la democracia autocrática. Actualmente, las dictaduras no necesitan a un señor muy serio, vestido de militar, con gafas oscuras. No, el modelo es otro, mucho más sibilino, y puede transformar una democracia liberal en un país autoritario e iliberal, véase Rusia o Venezuela. Si se está atento a los síntomas, España puede estar en el camino.
Se utilizan cada vez con mayor frecuencia mecanismos excepcionales con la excusa de que vivimos tiempos excepcionales (véase la amnistía, el uso abusivo de los decretos-ley, la presentación de los proyectos del gobierno como proposiciones de ley), y todo con el objetivo de blindar el poder, de disminuir la capacidad de control de otros órganos del Estado. Se usan las tribunas institucionales como foros de agit-prop (véase la portavocía del gobierno, la presidencia del Congreso, el CIS, la Fiscalía General). Se impulsa la polarización constante como herramienta de consolidación del poder (véase el 'discurso del muro'). Se fomenta el uso clientelar de los fondos europeos. Se precariza la legitimidad del Estado democrático mediante negociaciones clandestinas con prófugos de la Justicia, en lugares peregrinos, y con verificadores que pasaban por allí. Se impulsan mutaciones constitucionales por la puerta de atrás. Se funden ministerios dispares, Presidencia, Relaciones con las Cortes y Justicia, para que el presidente asuma de manera directa poderes ilimitados, etc...
Sánchez hace tiempo que ha metabolizado el discurso de la extrema izquierda, del peronismo más ultramontano, de los independentistas y nacionalistas más disolventes. La simbiosis ideológica, los constructos conceptuales, todo es bueno para el convento: puro Pablo Iglesias, Puigdemont o Maduro. El 'lawfare', siempre en labios de caudillos populistas tipo Trump o Kirchner, con el fin de encubrir sus corruptelas, ahora forma parte esencial de la caja de herramientas presidencial, siempre con la cantinela de la 'desjudicialización de la política'. La implantación de una relación confederal con el País Vasco y Cataluña, mientras al resto les pueden dar, también ayuda en la cimentación de un futuro poder cronificado. Y ahora imaginen que al Tribunal Constitucional le da por el 'constructivismo' y empieza a validar todas las leyes que Sánchez considere en su peligroso juego. Imaginen que se pasan la soberanía nacional por el forro y autorizan un referéndum consultivo sobre la unidad territorial de España, obviando la reforma agravada que prevé la Constitución. Pongan sobre el tapete que la memoria histórica comienza a falsificarse en función de las necesidades de cada minuto político. Pues, ¡ey!, allá vamos, Mussolini: siempre me gustó tu creatividad cuando te sacaste de la chistera aquella famosa 'democracia totalitaria'.
Aristóteles definió bien al político degenerado, que es aquel que busca el beneficio propio, pero el otro día Pérez-Reverte lo hizo de una manera tan castiza como precisa en referencia a Sánchez: vendería a su madre, pero antes vendería a la tuya, y te haría creer que es la suya. Así de crudo. Así de cachondo. La 'teatrocracia' continuará hasta que echen a Sánchez del escenario (porque caerá, y como bien dijo Pérez-Reverte, lo hará solo), pero hasta ese final sucederán algunas cosas. Las malas prácticas irán agrietando el funcionamiento correcto de las instituciones, así como la capacidad para grandes consensos. Se intoxicará la convivencia, se deteriorará la democracia. Aparte, se dejan puertas abiertas para que el siguiente populista aparezca en el escenario, y con la estructura del Estado averiada, quizás esta vez no haya marcha atrás. Hay que recordar siempre que para que hubiera un Augusto, antes hubo un César que no hubiera sido posible sin Sila, que fue el que voló las cerraduras.
No, estimados lectores, ya no se necesitan tipos a lo Pinochet, ni pronunciamientos militares, ni proclamaciones directas de una dictadura. La democracia se va jodiendo poco a poco, traspasando umbrales de sensatez, y reduciendo paso a paso la libertad, el compromiso, la coherencia y la pluralidad. Cuando te das cuentas, ya no puedes echar al Chávez de turno, al Ortega, al Fujimori, al Trump, al Bolsonaro, al Orbán, al Salvini. Es el Populismo, puro y duro. La fractura entre amigos y familiares, las guerras culturales para despistar al personal. El marcaje a los disidentes: todo lo que esté al otro lado será extrema derecha y neoliberales. La ingeniería social, que aprovecha las debilidades del ser humano. La apelación a la 'voluntad popular', la 'democracia plebiscitaria', pasando de la soberanía nacional. El barrenado de los tribunales, porque, no se engañen, aquí la clave es el poder judicial. Alguien me comentó que o Sánchez se carga a los jueces o los jueces se cargan a Sánchez. Y los jueces se van a defender con uñas y dientes, porque saben perfectamente que esas comisiones de investigación no son más que excusas para liquidar la independencia judicial. «Las circunstancias son las que son y toca hacer de la necesidad virtud», dijo Sánchez. Claro que sí: indultos, cambios del Código Penal, amnistía, y luego lo que toque. La pendiente está ahí: para seguir rodando.
Empecé el artículo con Chaves Nogales, y con él lo termino: «En unas horas plácidas, banales, de un domingo radiante, Francia, la Francia que creíamos inmortal, se había hundido, quizás para siempre, entre la indiferencia absoluta de una gran ciudad alegre y confiada... La revelación más sorprendente y espantable del derrumbamiento de Francia ha sido esta de la indiferencia inhumana de las masas... Una expresión tan ferozmente egoísta, tan limitada a la satisfacción inmediata y estricta de los apetitos y las necesidades de cada cual».
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