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Lo más probable es que este domingo se termine el sanchismo. Durante estos años se ha elucubrado fuertemente sobre su definición. Curiosamente, el mismo interpelado ironizó en 'El hormiguero' sobre la esencia del concepto, una fórmula mezcla de mentiras, maldades y manipulaciones. En mi opinión, ... creo que se ha acercado bastante a lo mollar, porque, desde luego, mentiras ha habido, cinismo, también y tergiversación y manipulación, la que fue necesaria según su criterio. Por otro lado, nada nuevo, todo está inventado; ya los asesores de campaña romanos aconsejaban programas eclécticos: «Que el Senado crea que vas a defender su autoridad; los caballeros, que defenderás a la gente honorable; que los ricos encuentren en ti la defensa de su responso y de su paz, y que la plebe estime que no vas a oponerte a sus intereses». Ahora bien, en el sanchismo hay ciertos matices que lo alejan mucho del virtuosismo romano.
Algunos hablan de la naturaleza mercurial del personaje, su capacidad para el transformismo cual Proteo en la isla de Faro. Su relación fantasmal no solo con la verdad, sino con principios o convicciones, capaz de pactar con esbirros de la más baja estofa. Se comenta que la ética es una palabra que no figura en su diccionario, o ya sea la lealtad o la política, todo se resume en un mero proyecto de supervivencia, sin tener en cuenta a la Urbe, en este caso, España o los españoles. No ha dejado títere con cabeza con tal de mantenerse fijo en el sillón, igual que un Pantocrátor, y si ha de mentir con un desparpajo pasmoso, pues miente. Ahora no les voy a hacer la lista de la compra, porque todos ustedes conocen a lo que se comprometió y jamás cumplió. Sánchez diría que son «cambios de opinión» (y Camus que «nombrar mal las cosas es añadir desgracias al mundo», así que echen las cuentas).
Siguiendo con los clásicos, Plutarco dice que la naturaleza del poder es explorar sus límites. El sanchismo también lo hace. Acá dicen que es sectario, allá, cesarista, y acullá, que el egotismo es su pecado. Desde luego, una de sus características es haber eliminado el pluralismo, el debate interno, las corrientes críticas. También existe cierta degradación de las instituciones, pues otro de los atributos de de nuestro sujeto es abusar de todo lo que toca, ya sea instrumentalizando el CIS, conspirando contra la separación de poderes, cargándose el prestigio de los jueces, tirando de decretazos, utilizando la Fiscalía General o atropellando la RTVE. No obstante, tampoco convirtamos a Sánchez en el epítome del Mal, algo que sería falso, pues se trata sólo de un individuo muy astuto, con un gran instinto de poder, que se aprovecha de las carencias del adversario y de las asimetrías del territorio. Hoy únicamente intento buscar una buena definición de nuestro hombre. No necesitamos estudios psiquiátricos, ni convertirle en algo más de lo que es: simplemente, alguien con una capacidad innata para enredar, igual que Hemingway decía de Scott Fitzgerald que su talento era tan natural como el dibujo que forma el polvillo en un ala de mariposa.
A tal fin, resulta muy didáctico ver la reacción del sanchismo al contacto con la realidad, la misma que se empeña en deformar y enturbiar. Nuestro hombre ya no sale a la calle, por lo que se ha hecho adicto al formato de la entrevista, una sobreexposición que él piensa que le ayudará en su amplificación, cuando no hace más que subrayar la percepción pública de sus mentiras. Si embargo, debemos reconocer su empeño, su lucha, su pertinacia, que provoca la admiración de sus corifeos (¿se han fijado en la extraña forma de aplaudir de María Jesús Montero?). Una intensidad que, como siempre, acaba por derrapar, como cuando propone una Ley de Paridad para que la derecha mediática no tenga una mayoría tan apabullante (?), o cuando denuncia la conspiración judeomasónica mundial contra su persona, encarnada en una «derecha política y económica, que es la que realmente manda» (?).
Finalmente, tras mucho especular sobre el asunto, tuve la fortuna de leer un libro excepcional, 'Y Dios entró en La Habana', la crónica de Manuel Vázquez Montalbán sobre la visita de Juan Pablo II a la Cuba de Fidel, en 1998. El libro es enorme, un mapamundi, una exégesis de setecientas páginas de todas las Cubas posibles, a través de entrevistas y lecturas, pues si algo tiene Vázquez Montalbán es que es un escritor con mayúsculas, y su ideología no le impide contarnos lo que hay. Uno de sus encuentros fue con Javier Sandomingo, en aquel momento encargado de negocios de la embajada española en la isla. Ahora tienen que extrapolar: ya sabemos que Fidel Castro y Pedro Sánchez no tienen nada que ver, uno fue un dictador, otro es el presidente de una democracia liberal. Pero deben centrarse en el hecho mismo del poder, que es lo que nos interesa. Vean cómo define Sandomingo el sistema de Castro: «Yo no estoy seguro de que estemos hablando de régimen de izquierdas. Para mí, esto es esencialmente una autocracia. Quizás exagero un poco, pero lo esencial del castrismo es su carácter de fenómeno de poder en estado puro. Todo lo demás son justificaciones al servicio de un único objetivo político y vital que es el poder. Fidel es sobre todo eso, un jefe, eso es lo que más lo define y determina lo que ha hecho. Desde su juventud fue un aspirante a jefe muy bien dotado, muy calificado, osado, imaginativo, muy inteligente, y los jesuitas estaban especialmente dotados para detectar líderes. En gente así, la ideología cumple un papel muy secundario, casi instrumental. Por eso digo que, en todo este experimento, lo de menos es el socialismo».
Quiero recalcar que se debe extrapolar, que debemos centrarnos en el «fenómeno del poder en estado puro» y, por mi parte, creo haber encontrado una óptima definición final del sanchismo.
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