![Darwinismo y cabezonería](https://s1.ppllstatics.com/elcomercio/www/multimedia/2024/01/01/opi-ilustracion-valle.jpg)
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En 1975, hubo un experimento en la Universidad de Stanford acerca del suicidio. Se invitó a unos estudiantes a participar en un estudio, y les presentaron diversas notas de suicidio para que distinguieran entre las auténticas y las falsas. El estudio tenía truco, se les ... mintió sobre sus porcentajes de acierto, y luego, cuando les explicaron que todo era un montaje, los estudiantes que tenían las notas más altas continuaron pensando que lo habían hecho relativamente bien, a pesar de que no tenían motivos. Por su parte, los estudiantes con peores resultados pensaron que su trabajo había sido significativamente peor, también de manera infundada. La conclusión: una vez formadas, las impresiones son muy perseverantes.
Posteriores experimentos confirmaron que «aunque sus creencias hayan sido totalmente refutadas, las personas no hacen las revisiones apropiadas de esas creencias». La cosa es que todo demostraba que la gente puede ser profundamente irracional, asunto que la misma Historia se encargaba de recordarnos todos los años. Sin embargo, eso daba pie a otra pregunta: ¿cómo hemos llegado a ser así? Hace unos años, Elizabeth Colbert escribió un largo artículo para 'The New Yorker', 'Why facts don´t change our minds?', a fin de revisar la bibliografía sobre los límites de la razón. Algunos científicos cognitivos (Hugo Mercier, Dan Sperber) explicaban que es un rasgo que nos acompañaba desde la sabana africana. Nuestra mayor ventaja respecto al resto de animales es la capacidad para cooperar, y la razón se desarrolló no para resolver problemas abstractos o para sacar conclusiones sobre datos conocidos, sino para establecer y mantener las alianzas que nos mantenían vivos, y resolver los problemas que plantea vivir en grupo.
Visto desde esta perspectiva, las estupideces que podemos decir o hacer tienen cierto sentido. Si el famoso «sesgo de confirmación», es decir, la tendencia a aceptar información que respalda nuestras creencias y rechazar la que las contradice, sirve para que no te expulsen del grupo de cazadores-recolectores con el que te mueves por la sabana, o con el que vas a comer los sábados o vas al fútbol, pues ya tenemos la base que sustenta tan grave asimetría en el diseño de la razón. Paradójicamente, solemos ser certeros a la hora de identificar las debilidades en la argumentación de los otros, pero fallamos a la hora de analizar las nuestras. El problema es que en el pasado sólo se trataba de comer todos los días (que no es poco), y hoy debemos enfrentarnos a qué decidir sobre la pena capital, lidiamos con las noticias falsas, o tenemos que votar a un político que parece ideal, pero que, con el tiempo, puede devenir en Hitler. El entorno ha cambiado, y lo ha hecho a una velocidad a la que no hemos podido adaptarnos.
En el artículo también aparecen más estudiosos del tema, profesores como Sloman o Fernbarch, científicos cognitivos que también creen que la sociabilidad es la clave del funcionamiento de la mente humana, para lo bueno y para lo malo, «nunca pensamos solos». En nuevos experimentos (¿sabe usted cómo funciona un inodoro o la mecánica de una cremallera?) se demostró que la gente cree que sabe más de lo que realmente sabe, y se denomina «ilusión de profundidad explicativa». En esto también nos apoyamos en otras personas, confiamos en la experiencia de quien diseña los inodoros (pensando que es muy fácil), igual que nos apoyamos en su momento en el resto de cazadores de la sabana. Al tiempo, se crean enormes bolsas de ignorancia que permanecen como puntos ciegos en nuestras vidas: votamos sobre políticas de inmigración sin conocerlas, sobre leyes tecnológicas sin saber manejar una tostadora, sobre leyes de atención médica sobre las que nos ha asesorado nuestro cuñado, sobre la respuesta adecuada a la anexión de Crimea sin saber dónde está Ucrania. Todo eso crea problemas, y por regla general, «los sentimientos fuertes sobre los problemas no surgen de una comprensión profunda». Ciegos explicando las cosas a otros ciegos, que produce una acumulación de insensatez, pero que nos deja satisfechos porque ya somos un grupito los que creemos que la tierra es plana. «Así es como una comunidad de conocimiento puede volverse peligrosa».
Por lo general, si pasásemos más tiempo informándonos sobre los problemas en vez de pontificando, el asunto se podría redirigir algo o, al menos, podríamos moderarnos. Eso llevaría a cierto cambio de actitud y, en algunos casos, a la creación de pequeños puentes. En ciencia se utiliza la metodología, que soslaya el sesgo natural, evitando las riñas de bar sobre la existencia de una partícula nueva, pero, en el día a día, sufrimos un tenaz sesgo de confirmación. Jack Gorman, un psiquiatra especialista en salud pública, cuenta cómo las creencias son persistentes (vacunas maléficas, por ejemplo), y que el suministro de datos no parece hacer mella en los antivacunas. La mente inyecta enormes cargas de dopamina cuando la gente procesa información que respalda su visión del mundo, y se prefiere la emoción al dato objetivo. El desafío, afirma Gorman, es descubrir cómo abordar las tendencias que conducen a creencias falsas. A este respecto, ni la historia, ni los libros, ni el trato diario con el personal nos da mucha esperanza.
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