Criminales de cuatro patas

En efecto: se juzgaba a animales. Y esto era posible porque la referencia eran los sistemas lógicos de San Agustín y Santo Tomás, que sostenían que, aunque los animales no tuvieran inteligencia, poseían alma

Lunes, 14 de agosto 2023, 02:01

Entre los episodios más lisérgicos de la historia se encuentran los juicios a animales. Así, como lo leen. Mayormente, sucedió en el Medievo, pero, claro, siglo arriba siglo abajo es la misma época en que, después del error de la papisa Juana, para evitar que ... una mujer se sentase en la silla de San Pedro, acomodaban al Papa en una silla que en medio tenía un agujero, por allí metía el camarlengo una mano, palpaba si era varón o hembra, después se levantaba y proclamaba solemnemente en latín al cónclave: «los tiene bien puestos y le cuelgan hermosamente». Esto ya les da el marco psicotrópico.

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En efecto: se juzgaba a animales. Y esto era posible porque la referencia eran los sistemas lógicos de San Agustín y Santo Tomás, que sostenían que, aunque los animales no tuvieran inteligencia, poseían alma. La consecuencia fue que podían ser juzgados por las mismas leyes que los hombres, y esto se resolvió así hasta que, progresivamente, el Derecho Penal se fue centrando en el único animal capaz de mantener una pistola humeante en la mano. Había dos tipos de juicios contra animales: uno, ad hominem (mejor dicho, ad porcum), o sea, individualmente, y otro, a grupos enteros zoológicos. No era poca diferencia, ya que los primeros eran dirimidos por tribunales civiles, mientras que de los segundos se ocupaban los tribunales eclesiásticos. La razón estribaba en que las plagas eran consideradas de instigación diabólica, y de esta manera, Lucifer se entretenía pastoreando ratones, langostas y orugas en su incansable labor maléfica. Lo curioso es que, en el caso eclesiástico, tras el juicio de rigor se les sacaba a las plagas una tarjeta amarilla, es decir, una admonición, como si dijéramos 'como sigáis cargándoos la cosecha de este año, os va a caer la del pulpo'. Luego, como las plagas evidentemente hacían oídos sordos (más que nada porque no tenían oídos), eran merecedoras de la roja y expulsión, o sea, la excomunión, expulsados del regazo de Dios y lanzados a las tinieblas exteriores (que ya me dirán lo que puede sufrir con eso una humilde oruga que esté buscándose la vida).

La cosa es que esta ríspida doctrina mandaba, y los animales 'morían de mano airada', como dicen los clásicos. En 1457, en Francia, se colgó a un cerdo acusado de matar a un niño de cinco años (aunque sus hermanos habían sido descubiertos llenos de sangre). Pero no sólo al cerdo, también a su prole, todos los cerditos, no fuera que la marca de Caín sobreviviera en la siguiente generación. En 1463, dos cerdos fueron considerados culpables de alguna tropelía y fueron descuartizados vivos. En Rusia, que siempre son más excéntricos, se condenó al exilio a un carnero, y en Austria, condenaron a un perro a un año de cárcel (que cumplió religiosamente junto a sus homólogos humanos). Uno de los animales que tenían especialmente enfilados eran los gatos, que arrastraban tras ellos una leyenda larga como chivos expiatorios, ya fuera como reencarnación de brujas o del Diablo mismo (recuerdo a un irónico jesuita del siglo XVII, Friedrich Spee, que soltó: «si no todos hemos confesado ser brujas es porque no hemos sido torturados»). En 1534, se llegó a quemar a un mastín por ladrar en una procesión ante la imagen de San José, y como los jueces siempre tenían la mecha corta, un par de siglos antes se condenó incluso a un bosque entero en Alemania, que fue talado y quemado al ser acusado de cómplice de robo. Al parecer, un criminal pudo escabullirse perdiéndose en su interior, y se acusó al bosque de no haber ayudado suficientemente a la justicia en la captura del susodicho. Respecto a las plagas, se iniciaron procesos en Suiza contra ratones que se comían campos enteros; en Francia, se excomulgaron invasiones de orugas, y se citó formalmente a una plaga de ratones para que acudiera a un tribunal (aquí ya podríamos cantar lo de la Lupe: «Teatro, lo tuyo es puro teatro. Falsedad bien ensayada, estudiado simulacro»); en Italia, se anatemizó a los topillos...

Caso aparte eran los casos de zoofilia, que engorilaban a los magistrados. Si te pillaban haciendo 'guarreridas españolas' con una cabra, no se acusaba directamente al animal, sino al abusador, porque se consideraba que los bichos no eran culpables de la violación. Eso no quitaba para que se ejecutase a la cabra junto a su disfrutador, porque había que hacer desaparecer la mancha.

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Para los melioristas, o sea, aquellos que creen enfáticamente en el progreso, tengo una mala noticia. Básicamente, porque un servidor, en temas de mejoramiento de la humanidad, sigue la doctrina romana: la vida son dos pasitos p´alante, uno patrás, y a veces, más. Cuando parecía que todas esas burradas habían sido superadas, ¡bingo!: la inercia llegó hasta el siglo XX. Fue el caso de la elefanta Mary, que en 1903 fue ahorcada con una grúa por haber matado a su domador, y también el de la elefanta Topsy, electrocutada en 1917 por cargarse a tres hombres, entre ellos también su domador (claro que aquel cabroncete le daba a comer cigarrillos encendidos). En fin, como decía el Sombrerero Loco: «yo no estoy chiflado, sólo que mi realidad es diferente de la tuya».

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