Entre mis vicios está la miel. Devoro tarros de miel. En cada desayuno, no faltan un par de tostadas untadas con ese regalo de los dioses. En cada viaje, procuro probar la miel del lugar, pero siempre llego a la misma conclusión: la mejor miel ... del mundo es la asturiana (recuerdo en Corfú una miel extraordinaria, si no fuera porque existe la nuestra). De brezo, de bosque, de castaño, de eucalipto, de roble, de calluna, de madroño. Todo es bueno para el convento. Entiendo que Baloo, el oso de 'El libro de la Selva', se pueda jugar la vida por un panal. También comprendo al apicultor Aristeo (el que persiguió a Eurídice: hoy sería pasto del 'sí es sí'), que quería producir más miel y fue a preguntar cómo conseguir más abejas al mismísimo Proteo, quien le dio una solución. Debía tener recursos el tal Aristeo, porque mantener quieto en una forma a Proteo era dificilísimo. La cosa es que nuestra miel, la asturiana y la española, están amenazadas.
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Es un sector que se está profesionalizando (ya tenemos la IGP Miel de Asturias), pero que todavía tiene que regularizarse y modernizarse más. Nuestra babilonia mielera (en especial, el Occidente) carece de una estructura potente que pueda hacer palanca, y aun teniendo la mejor miel, estamos por detrás de otras comunidades autónomas (los gallegos, mismamente, nos golean). Es una actividad que podría fijar población y crear riqueza, ayudándonos en nuestra endémica lucha contra la demografía. Como siempre, la Administración podría hacer más, ayudar en la apertura de nuevos mercados, estar al día de los enemigos terribles que tiene la miel: enfermedades varias, avispas velutinas; la varroa, un ácaro que causa estragos; el cambio climático, el aumento de los costes de envasado y del combustible necesario para acceder a las remotas zonas donde están los panales (no se reciben los veinte céntimos para carburante como sí hacen ganaderos y transportistas).
Decíamos que la miel es un lujo de la naturaleza: esa miel de brezo, mi preferida, o la de castaño, también muy rica. Es un producto como el vino o el whisky, en el que una vez probado lo bueno no hay marcha atrás. Mucha gente no sabe lo que es una miel excelente: toman jarabes azucarados de los lineales de los supermercados como si fuera miel. Recuerdo a los hijos de un amigo, cuando les traje un bote de miel de verdad. Los ojos se les abrieron como platos, y lo siguiente fue un roto en la cartera del colega: no quieren otra cosa. Hasta ese momento epifánico, te pueden dar gato por liebre, miel mala de otros países, un líquido pestífero que costará barato, pero todos sabemos que si un buen whisky anda por los cincuenta euros, la miel buena también ha de pagarse. A mí no me cuesta pagar ocho, diez, doce euros por un tarro de miel pura. Lo vale.
Si hablamos de los peligros que amenazan a la miel nacional, uno no menor es China. Las importaciones de miel chunga del 'imperio del centro' se están llevando por delante el consumo de la propia. En ciertos casos, ni siquiera es miel, sino sirope de arroz, y se utiliza el filtro de países como Ucrania para no etiquetarla como miel china, o se mezclan diferentes tipos de miel y se triangulan países. Las ventas de la nacional han caído hasta en un 50% y no hay ayudas directas como en otros sectores. En 2022 se importaron más de 37.000 toneladas de miel, en ocasiones comprada a precios ridículos (lo que ya es indicativo), teniendo como consecuencia que la producción nacional se reduzca o se abandone en naves porque no sale rentable venderla a dos euros menos del coste de producción. Para ser justos, el ministerio de Agricultura destinó hasta 19 millones de euros para ayudar al sector, pero no es suficiente ni de lejos.
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Esta es la situación. La de Asturias y la del resto del país. La miel buena es antibiótica, antioxidante, antiinflamatoria, cicatrizante. Resulta más sana para los diabéticos. Ayuda con la presión arterial, con el colesterol, con los triglicéridos. Además, está cojonuda, qué les voy a contar. Y da gusto ver a los chavales relamiéndose. Dicen que la mejor miel del mundo es una turca, pero es que no han probado la asturiana. Se han encontrado vasijas con restos de miel de hace 9.000 años. A Alejandro Magno lo llevaron desde Babilonia hasta Alejandría sumergido en miel para que su cadáver no se pudriera (igual pasó con el rey Agesilao de Esparta). Cuando Aníbal cruzó los Alpes, alimentó a su ejército con miel y vinagre. Los egipcios hacían cerveza con miel fermentada. La luna de miel tiene su origen en la costumbre romana de dejar a disposición de los recién casados una vasija de miel 'para reponer energía'. Y nos hemos criado con la abeja maya, y hay una excelente novela, 'Historia de las abejas', de la noruega Maja Lunde, que nos coloca en la coyuntura de un mundo sin abejas.
Igualmente, dichos tenemos unos cuantos: 'El oro y la miel donde están parecen bien'; 'Fe sin obras, panal sin miel'; 'Dejar con la miel en los labios'; 'Con miel, hasta los caracoles saben bien'.
Por todo esto, y por todo lo que se les pueda ocurrir, consuman miel asturiana y española. Vivirán más. Serán más felices. Se relamerán de gusto.
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