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Cuando llegas a Rodas, lo primero que aprendes in situ es que se dice Rodos, y lo segundo que haces es de recibo: una visita al maestro Lawrence Durrell. Villa Cleóbulo, la casa donde vivió entre 1945 y 1947, es una pequeña edificación perdida entre ... el Casino y el tráfago de bares para guiris nórdicos, en un jardín que limita con un cementerio turco y la mezquita de Murat Reis. La casa, de un ineludible color curry, está cerrada a cal y canto (animo a sus propietarios a arreglarla un poco), y Durrell escribe que ahí pasó dos de los años más dichosos de su vida.
Rodas, la de las 3.000 estatuas en su mayor esplendor, antes de Cristo. Rodas, la gran talasocracia, asediada por Demetrio Poliorcetes, por Casio Longino, por Solimán. Rodas, siempre bajo los auspicios del dios Helios, que le proporciona sol casi todo el año, para solaz de manadas de turistas rojos como gambas (pocos españoles). El museo de arte griego moderno no queda lejos (Mga Museum), con una colección permanente de arte ciertamente interesante, donde descubro el trabajo de Nikos Engonopoulos, un Chirico heleno, o los cuadros de Yiannis Moralis o Agenor Asteriadis. Luego me encamino hacia el antiguo puerto, Mandraki, donde estuvo el mentadísimo Coloso, aunque no con ambos pies apoyados en la entrada del puerto (eso es una estampita medieval). En realidad, nadie sabe dónde lo colocaron exactamente: de hierro y bronce, su altura era más o menos la del Cristo del Corcovado, y estuvo más tiempo tirada en el suelo tras el seísmo que la derribó (900 años) que de pie (56 años), hasta que en el 635 d. C. unos mercaderes sarracenos se la llevaron y la vendieron a unos mercaderes judíos de Levante.
Rodas. La de la ilustre escuela de oratoria, por la que pasaron Cicerón y César y Bruto y Casio y Tiberio. La que adquiere su nombre porque fue legada a Rodos, la ninfa favorita de Helios. Me espera la Ciudad Vieja, rodeada por sus imponentes murallas. La cruzo por Akandia Gate y flaneo por las callecitas, siempre en ascenso, pobladas por una miríada de tiendas, paraíso consumista del guiri frito por el sol. Puedes ir por el manual y llegar rápido, pero yo aconsejo extraviarse, ir un poco al albur de la incertidumbre: siempre hay sorpresas. Cuando llego al palacio de los Grandes Maestres de la Orden de San Juan de Jerusalén penetro en otro estrato temporal. Todo es imponente, todo reconstruido por los italianos durante el intervalo que ocuparon la isla en el siglo XX (1912-1947). Y todo te suena un poco a palacio de Disney, lo que no quita para que en algunos momentos la restauración no deje de ser espectacular (a Durrell le parecía «ligeramente ficticia»). Aquí los caballeros resistieron doscientos años a la amenaza turca, hasta 1522, en que la isla cae en manos de Solimán, tras una enconada lucha en la que murieron 3.000 hombres de la guarnición y 230 caballeros. Puedes imaginarte a los durísimos cruzados paseando por las calles, con nombres tan extraordinarios como Fulk de Villavert o Hélion de Villeneuve. De ahí, lleno de energía, puedes caminar hacia una de las maravillas de la ciudad: la calle de los Caballeros.
En dicha calle se alinean en declive, distribuidas mediante filiación lingüística, un montón de posadas: Provenza, Auvernia, Francia, España, Italia, Inglaterra… Se dice que podría ser la calle medieval mejor conservada de Europa, y lo cierto es que es muy fácil imaginarse el ambiente y la algarabía. La calle termina en justo lo que estoy buscando: el museo arqueológico. Dentro de lo que fue el antiguo hospital de los caballeros, nos aguarda el genio del lugar: la Venus Marina. Se encuentra en una caja acristalada, la estatua de una mujer desnuda, hallada en el fondo del puerto de Rodas. Es de mármol blanco, pequeña, delicada, muy hermosa; tiene los rasgos desdibujados por el agua, y más bien parece una mujer que se esté lavando los cabellos. Durrell escribe «…intensamente concentrada en su vida interior, meditando con gravedad sobre las obras del tiempo. Mientras sigamos en este lugar, no estaremos libres de ella…». En Rodas capital nos queda la visita a la Acrópolis (Monte Smith), que yo recomiendo más que por unos restos que defraudan si los comparamos con Lindos (luego hablaremos de su acrópolis), por las extraordinarias vistas del mar a medida que asciendes.
Rodas, la isla más grande del Dodecaneso. La de los muchos nombres, Stadia, Oliesa, Poeissa, Makaria, Asteria. La que alberga un paisaje que, según nuestro escritor, se irradia sobre uno, se derrama, se difunde, y nos provoca una oscura embriaguez: «El sol es como una droga», escribe. Toda la isla está al alcance de sus autobuses: el nudo se halla pegado al New Market, la estación de la que parten los vehículos hacia el este y el oeste de la isla. Por precios módicos, visité las playas de Ialisos (en el Medievo, se dice que aquí habitaba un dragón, derrotado por el caballero Chevalier de Gozon; este también fue el lugar de desembarco de Solimán), las de Faliraki (hay una dedicada a Anthony Queen); me acerqué hasta el monasterio de Tsampika, pude ver los restos de la antigua ciudad doria de Kamiros, todo en trayectos de entre media y una hora. Hasta que, finalmente, llegó la epifanía. En una Grecia llena de lugares 'perfectos', llegué a uno de los 'más' perfectos. Lindos. En el pueblo de Lindos, una de las postales más hermosas de la isla, desembarcó San Pablo en el 51 d.C. para intentar convertir a los lugareños. También nuestro autor escribe, en otro libro, 'Las islas griegas', que Lindos tiene fama de ser retiro de vampiros, igual que Santorini (de inmediato, me viene a la mente la película 'Only lovers left alive', de Jim Jarmusch). Me zambullo en sus callecitas empinadas, repletas de tiendas para guiris, bares y restaurantes, e inevitablemente, tras pagar el precio del capitalismo moderno, asciendo hacia la gloria de su acrópolis. Cuando llegas a la cima, te sientes exultante: las magníficas piedras, el panorama deslumbrante, el Egeo infinito, «que aún espera su pintor». Es casi tan impresionante como la de Atenas. Allí comprendes el concepto de 'islomanía', una dolencia del espíritu, lo irresistibles que pueden ser las islas para algunos.
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