![El caballo de troya lingüístico](https://s1.ppllstatics.com/elcomercio/www/multimedia/2023/10/01/imagen-articulo-del-valle-kSEF-U210305757590hL-1200x840@El%20Comercio.jpg)
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La estratagema del caballo de Troya es una de las historias más felices y sugerentes de la literatura. Es un poco como echar las runas: puedes interpretarlas como quieras. A priori, la idea de que el plurilingüismo facilita la comunicación, de que se traduce en ... puentes, es muy bonita. Luego te das cuenta de que cada palabra se convierte en un cultivo hidropónico, una hierba venenosa que intoxica todo el discurso. Pongamos el catalán: puede presumir de una gran literatura y uno, cuando lo escucha, no tiene mayor prejuicio. Luego, cuando el catalán se utiliza para dar mamporros, para señalar que eres 'diferente', la confrontación está servida. Valga lo mismo para el gallego, euskera, o el mismísimo armenio. El blablabla siguiente transforma el hemiciclo no en la trillada Babel, sino en la Isla de los Juegos, donde los niños se vuelven burros, como se lee en 'Pinocho'.
En su estreno, esas lenguas que dizque sirven para entenderse se despacharon con cosas como «evidencia el camino imparable hacia la libertad», o «somos naciones diferentes», o «esto no va de encaje, no va de partidos, no va de reencuentro. Esto va de país, esto va de nación…». La turra es exactamente la misma, un proceso aluvial para enterrar un proyecto de convivencia con la única justificación de mantener a un enfermo del poder en su tronito. Además, nos cuesta un pastón: 280.000 euros, y siempre me quedo ojiplático ante la alegría con que sus señorías se gastan nuestro dinero. Echen cuentas de todo lo que podrían hacer ustedes con dicha cantidad.
El mundo es práctico. Se adopta la koiné del español o el inglés, lo que se denomina una lengua franca, porque te entiende mucha gente, porque todo es más sencillo, igual que en otras épocas se habló el griego, el latín o el persa. Por eso un griego contemporáneo pasa del alemán al inglés con una facilidad pasmosa, ya que sabe que con el griego moderno se puede comer los mocos en su puestito de souvenirs. Sin embargo, desde que el nacionalismo campa por sus respetos, el aranés, el bable, el aragonés aportarán toda la riqueza lingüística que quieran, con palabras divertidas o apasionantes, pero en el mercado contemporáneo condenará a sus practicantes a la más absoluta inanidad, mientras los avispados griegos hacen lo que han hecho siempre: buscarse la vida con eficacia. Cuando suceden este tipo de cosas, procuro leer los periódicos franceses, y siempre aparecen desconcertados, cuando no directamente en shock. Ellos, que en la Galia tienen el bretón, el corso, el occitano, el alsaciano… Claro que los gabachos no tienen a una Francina, que se viene arriba y le impone a todo un Congreso un cambio unilateral sin ni siquiera debatirlo y aprobarlo. Cosas de Francina. Eso por no hablar del papelón del señor Albares, que intenta convencer a un señor de Suecia de lo importante que resulta para la Unión Europa que los documentos estén en eonaviego.
Las lenguas, tal y como las utilizan los independentistas y nacionalistas, producen, por un lado, un ensimismamiento identitario, y por otro, crean unos filtros que invalidan los méritos y aptitudes. Eso sin contar el derroche de dinero, siempre con esa alegría de vivir cuando se dispara con pólvora del Rey. Irene Lozano, antes de comenzar a actuar de parte, escribió un lúcido ensayo, 'Lenguas en guerra', donde dijo: «Las naciones, las religiones y, en general, las instituciones cercanas al poder han encontrado en las lenguas el animal de carga perfecto para endosarle el fardo de una identidad nacional o una misión mesiánica». También argumenta que ninguna identidad nacional debería anteponerse nunca al progreso de las personas, pero lo que no sé es si luego Irene donde dijo digo, ahora dice Diego. El hecho es que nuestro caballo de Troya ya se encuentra intramuros, y apenas cabe en el Congreso. Desde su interior, se debilitarán los valores comunes, se mentirá respecto a la persecución de lenguas ampliamente reconocidas de ley y de facto, se reforzarán los escudos identitarios.
No obstante, hay una ventaja que les puedo reconocer: el humor. Los líos que va a haber con las traducciones, las arbitrariedades y astracanadas, la merma de los matices, las posibles consecuencias legales de ciertos errores en la interpretación, las burradas en los subtítulos, las gansadas a las que darán pie a diputados que tienen querencia por llevar impresoras a las gradas… En fin, todo esto a lo mejor nos regala alguna sonrisa. Ya ven que me conformo con poco en medio de esta vorágine autodestructiva, de todo este fraccionamiento y desconexión. Pero ya lo dijo el poeta Ibn Hamdis: «La vida sólo es excusable cuando se camina por las costas del placer». ¿Y el disparate de ver el retorno de Puigdemont rodeado de burbujas Freixenet? ¿Y el espectáculo de una finísima comunicadora como era Isabel Rodríguez, convertida en una mamporrera tipo Lastra? ¿Y el magicismo y la cabalista que utilizarán para buscarle un nombre nuevo al referéndum? «¡Haz lo que tengas que hacer, Pedro!», berreaban en Galicia cual Penélope Cruz en los Óscar. Vamos a estar entretenidos, ya les digo.
Volviendo al caballo de Troya, hay un episodio delicioso que no siempre se recuerda, y me refiero a Helena. Nuestro pibón rubio, a quien supongo en medio de un síndrome de Estocolmo, se pone de parte de los troyanos y se acerca al caballo trampa. Comienza a dar vueltas alrededor y, sospechando lo que encierra, va llamando a los griegos por su nombre, mientras imita las voces de sus esposas para incitarlos a descubrirse y hacer fracasar la treta. Algunos, entre ellos su mismo esposo, Menelao, la escuchan y, excitados, sienten el vivo deseo de salir o de responder, pero Odiseo, duro como el Kevlar, les retiene e incluso ordena sujetar y enmudecer a alguno. Ya ven: el ardid más famoso de la historia estuvo a punto de fracasar debido al ingenio de nuestra dama. Todo es interpretable, como ya he escrito, y más si quien lo descifra es el partido sanchista obrero ¿español?
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