Gaspsar Meana

La bellota de Sánchez

La gente no 'vota mal', ni 'vota contra sus intereses', ni por 'desconocimiento', ni 'son fachas' ni 'están entregados a la reacción'. La gente te da un voto de confianza y si le dicen que «la economía va como una moto» y luego en el supermercado no puede comprar ni carne ni fruta, pues vete preparándote

Domingo, 9 de julio 2023, 23:15

No me canso de repetirlo: lo bueno de la democracia es que puedes echar a la gente. Sin tragedias, sin acritud. Por una cuestión de higiene del sistema. Votar de nuevo a un personaje tan tóxico como Sánchez sería revalidar todas sus presunciones de que ... el ciudadano es gilipollas o, al menos, tiene la memoria de un pez. No es sólo colocar las elecciones en medio de la canícula, para cortar cualquier rebelión en palacio y ver si el personal se queda en casa, son más cositas: la debacle del PSOE; el sí es sí; su 'insomnio' con la extrema izquierda; el acercamiento de presos y los apaños con los príncipes de las tinieblas secesionistas y abertzales (aquel chou de las armas y la apisonadora); el 8M en pandemia; las imposiciones vía decreto ley, y las distorsiones de plazos y fórmulas; los amaños en las encuestas; los indultos y el enfangamiento del Código Penal; el arrodillamiento ante el rey marroquí, mientras este se lo pasa bomba con sus amantes en Gabón; el fiasco de la ley Trans; todo este sostenella e no enmedalla…

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Bueno, no les doy más la matraca: todo esto ya lo saben de memoria. A ver, que yo entiendo que la naturaleza de Sánchez es la misma que la de la ardilla de 'Ice Age', y lo único importante es conservar la bellota, o sea, el poder (qué poemas visuales hemos tenido con Évole, Wyoming y Motos...). Pero mi naturaleza de ciudadano empeñado en que la democracia siga operativa es echar a la gente cada cuatro u ocho años (tope), y que no se convierta en aquello que escribía Goncourt: «La sacrosanta democracia puede fabricar un catecismo aún más rico en cuentos chinos que el antiguo: esta gente está lista para tragárselo devotamente». Sánchez hace tiempo que se ha pasado de rosca (Segismundo: nada me parece justo, en siendo contra mi gusto), y lo siguiente es Feijóo. Respecto a sus alianzas, siempre pienso que habría que poner una estatua en todas las ciudades españolas al capitán Louis Renault, de Casablanca: «Qué escándalo, qué escándalo, he descubierto que aquí se juega». Porque, de repente, la gente se ha escandalizado al saber que para que el PP gane tiene que aliarse con la extrema derecha de Vox. Muchos son los mismos que ven normal que el PSOE se líe con la 'izquierda a la izquierda', o sea, la extrema izquierda, Podemos, así como con secesionistas y bilduetarras. En fin.

La cosa es que la extrema derecha tiene sus cartas y las va a jugar, igual que hizo Podemos. Ay, amigos, pero para eso está el ciudadano, esa especie que el político querría en extinción, porque lo de que vote la gente es empoderar a la chusma. Sí, reconozco que somos unos rompepelotas: lo cómodo sería tener a un líder mesiánico y pelillos a la mar, pero no lo acabo de ver. Vox no es fascista, pero alberga en su interior ciertas pulsiones antisistema que tendrá que controlar, si no quiere acabar como Podemos. Responsabilidad, sentido de Estado, cierta centralidad, moderación, serenidad, la búsqueda de la concordia y la derogación de las políticas identitarias: vaya, todo lo que no hizo la extrema izquierda (y contagió a la socialdemocracia) cuando comenzó a tener visiones igual que Iván Zulueta, cuando en la sala de montaje veía imágenes que no había rodado. Y aunque no guste, tiene que asumirse que hay que pactar con Vox, porque de lo contrario habría que aceptar a la izquierda y la extrema izquierda en el poder ad aeternum (volvemos a la teoría de la bellota), o sea, una moribundia política.

En el caso de que Vox se salga de madre, y no respete los derechos adquiridos, o se ponga en plan infantería de Marina, rama tridentina, pues nada, señores, vayan haciendo las mismas cruces que hicieron con Sánchez y, cuando lleguen las urnas, ya saben. Recuerdo que en 2019 hubo una ventana de oportunidad, un gobierno entre PSOE y Ciudadanos, y nadie lo quiso, y a partir de ahí quedamos en manos de los extremismos. Como dice uno de los pretendientes de Penélope: «Lo peor ha triunfado en nosotros». Si el PP no quiere que le pase lo mismo que a nuestra ardilla bellotera, deberá tener cuidado con el lenguaje (¿cómo es eso de que la violencia de género no existe?); con las políticas que impliquen xenofobias ultranacionalistas, fuera del liberalismo o conservadurismo; con el frentismo y las jergas con que el PSOE se mimetizó con Podemos; con cuidar la economía, pero descuidar los frágiles tejidos que conforman la nación, etc… Muchos de los votantes que les van a apoyar lo van a hacer tapando la nariz, y tienen claro que pueden metérsela doblada una vez, pero dos, no. Porque la gente no 'vota mal', ni 'vota contra sus intereses', ni 'por desconocimiento', ni 'son fachas', ni 'están entregados a la reacción'. La gente, señores, funciona por bona fide: te da un voto de confianza, y si ve que le dicen que la «economía va como una moto», y luego en el supermercado no puede comprar ni fruta ni carne, pues vete preparándote. La gente, aunque a veces no lo parezca, le sigue teniendo cariño al país, y lo de la España plurinacional les suena a chino. La gente sigue creyendo en la Constitución, y en los derechos y libertades, y en el modelo territorial, y en que los gobernantes defiendan los derechos de la nación, y no de cuatro gatos.

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Nuestra ardilla de 'Ice Age' (por cierto, se llama Scrat), también considera que todo es asumible si puede conservar su bellota: el tacticismo, la mentira, la contradicción, la acción impredecible, el caos, la gresca permanente, el caudillismo, el vaciado de los órganos internos del partido, las decisiones cortijeras, los navajazos, la inacción política. Pero, claro, nuestra ardilla no tiene que ser refrendada cada cuatro años en su aventura helada.

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