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En la novela, el escritor intenta mostrar algo; en el ensayo, intenta convencer de algo. En cualquier caso, los riesgos son exactamente los mismos». Esta es la respuesta que dio James Baldwin durante una entrevista. Tiene pinta de ser una respuesta preparada, o muy meditada. ... El entrevistador tiene la ventaja del tiempo para organizarse, y de la sorpresa en los disparos, mientras que el entrevistado debe ir normalmente a porta gayola. Si te entrevistan mucho, el entrevistado tiene la ventaja de un saco de respuestas tipo, como puede ser la de Baldwin, o al menos las tablas suficientes para responder con solvencia. No obstante, a pesar de poder leer luego unas respuestas inteligentes, impecables en muchos casos, lo que el entrevistador busca es ese chispazo de verdad, ese momento en que el entrevistado deja pasar el tiempo, sin impostación, y se nota que se halla en un combate consigo mismo, buscando algún tipo de salida, que puede ser falsa o nos puede conducir a una epifanía. En ocasiones, las respuestas sorprenden incluso al mismo entrevistado, y le empujan a dar un paso más allá en sus espirales reflexivas.
En otro artículo he escrito que me encantan los libros de entrevistas. Y también he descrito las condiciones para hacer una buena entrevista, o al menos, las que yo considero las idóneas. Hoy me voy a centrar en respuestas, maduradas o imprevistas, aunque, siendo sincero, a veces es difícil de distinguir. Por su aparente desnudez, una de mis preferidas fue la que dio Thomas Bernhard, hablaba de la vida en general: «Mire, uno va enloqueciendo de mes en mes, porque las cosas se van liando». También me gusta una cosa que dijo Gil de Biedma, aunque lo hubiese rumiado mucho: «En un buen poema no puedes distinguir entre emoción e inteligencia». Y esta de Juan Goytisolo no tiene desperdicio: «Una obra que no inspira el deseo de releerla no pertenece a la literatura».
Cuando se entrevista a alguien en condiciones es esencial conocer la obra del entrevistado, preparar el encuentro, convertir la entrevista en otro género literario. No se trata de hacer un acto de pleitesía, de modo que no pasa nada por colocar alguna pregunta incómoda, se puede hurgar en alguna habitación cerrada. Porque la entrevista es una indagación, sin forzar, llegando hasta donde sea posible o permitido, a veces, como he dicho, ante la sorpresa del entrevistado (aunque, bien pensado, posiblemente se parezca más a una conversación que a un análisis). En esa tesitura, Raymond Carver cita a su maestro, John Gardner, cuando le aconsejó: «Si puedes expresarlo en quince palabras en vez de hacerlo en veinte o treinta, exprésalo en quince». Borges insiste en la importancia de releer, porque uno renueva el texto: «El libro y uno ya no somos los mismo en el momento de la relectura, nadie lee dos veces el mismo libro». Ionesco recuerda a Jung cuando afirma que los sueños son un drama del que somos a la vez autor, actor y público. Milan Kundera nos enseña que los mundos totalitarios son mundos de respuestas, no de preguntas, y en ellos las novelas no tienen cabida, porque estas no afirman nada, por el contrario, buscan algo, plantean interrogantes.
Dos personas que conversan. Con espacio y con tiempo. Preguntas claras, directas. Reproducción fiel de lo que se escucha, lo que no quita para que se estructure y se le confiera ritmo. No es el entrevistador quien debe brillar, el foco ha de estar en el entrevistado. Tiene que hablar, reflexionar, dejarse llevar. Como no es una hagiografía, podemos señalar las obras más flojas, los momentos de caída. Debemos terminar de leer la entrevista sabiendo algo primordial de él, aunque no le hayamos leído. Y Reinaldo Arenas nos cuenta que el arte no perdona la apología del crimen, no existe la gran novela franquista, como tampoco existe la gran novela fascista ni la gran novela estalinista. No existe ni existirá la gran novela castrista. Alberti es contundente cuando le preguntan por la inspiración: «La inspiración es esto: usted trabaja». Roman Jakobson explica que el Shakespeare que leemos con los códigos literarios contemporáneos no es el mismo que el de la época de Elisabeth, igual que Pushkin es diferente para sus contemporáneos y para quienes lo leemos ahora. Sobre el mismo tema, Gil de Biedma nos aclara que un buen poema es el que transmite la proporción suficiente de carga semántica original: con el tiempo, puede perder ciertos elementos, pero también se enriquece con otros nuevos.
Hay más entrevistas, más voces, más ideas en 'Las voces de Quimera' (Montesinos), el libro en el que se recogen las mejores entrevistas hechas por la revista en la década de los 80. Susan Sontag, Julio Cortázar, Carmen Balcells, William Burroughs, Toni Morrison, Umberto Eco, José Lezama Lima… Desde la primera entrevista literaria de la historia, el 'Certamen', en la que Hesíodo habla con Homero, hemos preguntado y hemos recibido millones de respuestas. No se trata de lucirse (o no sólo), se trata de honestidad. Se trata de verdad. Se trata de Alberti recordando cuando conoció a Dalí, y diciendo que era un muchacho iluminado, con unas dotes geniales, que «si no se hubiera emputecido tanto, hubiera sido qué sé yo». Se trata de Goytisolo aseverando que siempre hay necesidad de rechazar aquello que nos ha permitido crear nuestra identidad. Se trata de Borges explicando la capacidad de la poesía japonesa para atrapar el instante, sin usar metáforas, sino contrastes, como si cada cosa fuera única y no pudiera compararse con nada. Y recuerda un haiku: «Sobre la gran campana de bronce se ha posado una mariposa». Tenemos la perdurable campana, tenemos la efímera mariposa, disponemos de ese momento irrepetible.
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