![Mis antepasados sobrevivieron al fin del mundo](https://s1.ppllstatics.com/elcomercio/www/noticias/202408/11/FALETE/cortadas/97098722-kqsE--1200x840@El%20Comercio.jpg)
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Hace 66 millones de años, cerca de Cancún, un asteroide impactó en la Tierra con la fuerza de mil millones de bombas nucleares, dejó un agujero de 40 kilómetros de profundidad y 160 de ancho, y acabó con un montón de vida, incluidos los dinosaurios. ... Todo lo que sobrevivió, tuvo que vérselas con las consecuencias de este apocalipsis. Entre ellos, los mamíferos, bichos muy pequeños, que contenían la semilla para que usted pueda estar tranquilamente leyendo este artículo. Los bosques se morían, ecosistemas completos colapsaban, pero aquellas criaturas tenían una prodigiosa capacidad de resistencia: se escondían cuando venían mal dadas, cavaban madrigueras, comían de todo y se reproducían con rapidez. Este apocalipsis es el más famoso, pero antes hubo cinco más, extinciones masivas de las cuales la del periodo Pérmico, hace 252 millones de años, fue la más letal: desapareció el 95% de todas las especies. Sin embargo, los mamíferos o, mejor dicho, sus ancestros, los sinápsidos (pueden imaginárselos como pequeños hurones), también se buscaron la vida para que usted continúe leyendo este artículo.
Las claves de esta asombrosa capacidad para caer de pie, da igual los volcanes monstruosos o los depredadores colosales que tengan que afrontar, son varias. Ser pequeño ayuda a sobrevivir en épocas inestables. Tener el cuerpo lleno de pelo favorece la regulación de las temperaturas corporales cuando el clima fluctúa. También ayuda la endotermia, o sea, la sangre caliente, un sistema que mantiene caliente el organismo sin tener que depender del tiempo que haga. Además, el cerebro es más grande en comparación con otros animales. Y a todo esto se le puede sumar la alimentación con leche, un elemento nutritivo, disponible con facilidad, que nos aportó la energía necesaria para desarrollar un procesador mental más potente. Puede que los tiranosaurios, los brontosaurios o los triceratops capten absolutamente nuestra fascinación, pero si se pone la lupa sobre los mamíferos, estos resultan tan portentosos o más que los grandes saurios.
La panoplia de mamíferos que pueblan la tierra es prodigiosa. La ballena azul, el mayor animal que haya vivido jamás, 30 metros de longitud, 100 toneladas (veinte más que un Boeing 737 y cuarenta más que el dinosaurio más colosal), y que hoy mismo podemos admirar en nuestros mares. Los elefantes indios y africanos, con un cerebro capaz de reconocerse como individuo en un espejo, o conversar a largas distancias con otros ejemplares. Y ese señor que se está tomando una caña en la barra, a su lado, que puede leer un libro de Herder o ver por la tele los dobles de tenis en las Olimpiadas. Pero, antes, hubo más criaturas excepcionales: los mamuts lanudos o los dientes de sable que aparecen en las películas; perezosos de tres metros de altura que no se colgaban de los árboles, sino que andaban por la tierra; armadillos tan grandes como un BMW; castores del tamaño de una persona. En este apartado, y entrando ya en ligas lisérgicas, tenemos extraterrestres como los cerdos infernales, enormes cerdos con dientes afilados que no se iban a dejar convertir en jamones. Animales que eran combinaciones entre oso y lobo. Marsupiales con dentaduras enormes, que recordaban más a leones que a canguros.
Los avances de la tecnología han permitido que la paleontología dé pasos de gigante, de forma que un investigador puede, a partir de un diente de 63 millones de años, concluir que pertenece a un bebé que estuvo en el vientre de su madre siete meses y que luego tomó leche durante un mes después de nacer. Sobre un año más tarde, ya estaba teniendo sus propios bebés. Con la llegada de la IA y el aprendizaje automático, se podrá buscar patrones en los datos, tendencias de evolución, lograr una mejor clasificación de los fósiles, etc. Sobre la posibilidad de utilizar el ADN para resucitar dinosaurios y mamuts, los científicos no lo saben con certeza, pero tampoco niegan una remota posibilidad.
Todo esto lo cuenta Steve Brusatte en su ensayo 'Auge y reinado de los mamíferos' (Debate). También nos recuerda que España tiene un increíble patrimonio fósil, mucho dinosaurio, sobre todo por la zona de los Pirineos. Pero si hablamos de patrimonio alucinante, nada como Uadi al-Hitan, a unos 170 kilómetros al sudoeste de las pirámides. Es el Valle de las Ballenas, un desierto que antes fue fondo marino, donde hay miles de esqueletos de cetáceos reposando sobre la arena, mientras se abrasan al sol. Son cuerpos enormes en disposiciones perfectas, cabezas que conectan con columnas vertebrales que se arquean suavemente. Por si la escena no fuera suficientemente asombrosa, hay un detalle que podemos descubrir si se mira con atención: hacia la cola, aparecen unos huesos pequeños que delimitan algo que parece imposible: una pata. Son las ballenas que podían andar por las profundidades del océano, que en algún momento tuvieron la oportunidad de salir a tierra, pero decidieron quedarse en sus reinos submarinos. Todo abracadabrante, ya digo.
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