Secciones
Servicios
Destacamos
Desde que Platón, a través del discurso de Aristófanes en 'El Banquete', propuso la ilusión del amor esférico, un ser que, tras desafiar a los dioses, fue dividido en dos y condenado a buscar la parte perdida, el amor ha sido un asunto constante en ... todas las conversaciones. Uno de mis escritores favoritos, Philip Roth, no tardó en romper algún plato, y en 'El animal moribundo' escribe que el amor es fractura, que ya estás completo antes de enamorarte y luego estás partido. Por su parte, Freud no cree en el amor, y afirma que es un fenómeno de la imaginación que pertenece al ámbito del narcisismo. En cualquier caso, el amor aparece como una sorpresa que trastoca tu mundo, algo que te puede proporcionar esa felicidad que el emperador Adriano decía que era «una obra maestra», pero también puede desquiciarte.
Hay muchas escuelas del amor. Unas plantean que ser amado es ser esperado (Sartre); otras, que es un descanso ante el dolor del mundo (John Berger), que crea un espacio físico y espiritual donde refugiarse temporalmente. A vuela pluma recuerdo a Luis de León, quien defendía que era libre porque se había desecho de la esclavitud del amor, del celo y de la esperanza (en fin, también podría ser otra forma de estar muerto). Un cachondo embajador francés en Roma, cuando vio las esculturas orgásmicas de Bernini, comentó que «si esto es el amor divino, yo lo sé todo sobre él». Al hilo de este último, el amor se relaciona con el erotismo, cómo no, esos besos que disparan la dopamina en el cerebro, el sexo, anárquico, sobre el que se pronuncia gente como Schopenhauer, quien dice que el amor es un mero pretexto para irse a la cama, una coartada moral (nuestro rijoso Roth también lo defiende). Quién sabe. Lo único seguro es que los ciclos sexuales duran entre diez y dieciocho meses y, a partir de ahí, se produce una decadencia erótica que te da dos opciones: cambiar de pareja para buscar nuevos chutes de dopamina, o asimilar ese declive del deseo y pasar a una nueva pantalla de la relación. Y todo está relacionado con otro de los pilares del asunto: la duración del amor.
No confundamos deseo con amor. No nos liemos entre sexo y amor. Aunque, según el momento, es fácil equivocarse. Una de las mayores alegorías del amor es la cama de Odiseo. Este le dio forma a partir del tocón de un olivo, árbol longevo que funciona como representación de la solidez de un amor tal, que lleva a nuestro héroe a renunciar a la inmortalidad que le ofrece Calipso. El tálamo es su promesa de fidelidad, es su manera de decir que lo nuestro «es para siempre». Y en el centro del amor habita esa frase: para siempre. El amor aspira a ello, ninguna relación comienza pensando que se va a acabar, mientras el deseo aspira a cambiar de pareja. Hay un desasosiego, una contradicción irresoluble. Pero existen ciertos griales, amores que crecen en el tiempo, amores que, una vez enfriado el deseo, perduran contra toda lógica, contra toda vejez, contra toda enfermedad. Es ese milagro de lo nuevo en lo mismo, el amor que se eleva, el amor que siempre quiere regresar a Ítaca.
Pero también está la muerte del amor. El amor también se termina. Y con él, desaparece un mundo, todas las costumbres, las memorias, los viajes, los libros, las uniones del cuerpo, los besos y las caricias. Todo ese bagaje implosiona como una estrella que agoniza; puede ser por cansancio, por traición, por celos, porque el amor es frágil (cómo no recordar la famosa frase de Ivana Trump ante su divorcio: «No os enfadéis con ellos, mejor quitadles todo»). Lo que nos lleva a otros temas: la psicología de los celos, la posibilidad del perdón. Respecto a los celos, tenemos a un Otelo que recela hasta de su propia sombra, esa angustia constante que quema como el ácido. Proust escribe al respecto: «El amor es la prolongación de un ser en todos los puntos del espacio y del tiempo que ese ser ha ocupado y ocupará… Ahora bien, no podemos llegar a todos esos puntos…». En cuanto al perdón, esta es una tarea dura. Se rompe una imagen ideal y debemos reconstruirla, pero esta nunca volverá a ser igual. Además, exige tiempo, como el duelo, se necesita una reelaboración del trauma. La imagen más hermosa del perdón es el arte japonés del Kintsugi, la herida convertida en poesía: las tazas que se rompen y se reconstruyen, y en lugar de intentar ocultar las cicatrices, se resaltan con finas líneas de oro, que crean una belleza conmovedora, una nueva oportunidad.
Sobre todas estas muertes y resurrecciones y pérdidas y esperanzas habla el ensayo 'Retén el beso', de Massimo Recalcati, editado por Anagrama. Es un libro fino, pero lo suficientemente complejo como abarcar todos los ángulos. De todos los gestos del libro, al autor (como a mí) le sigue impresionando la renuncia de Odiseo a Calipso, ergo a la inmortalidad que le ofrece, por volver junto a Penélope. Nuestro héroe renuncia a una modelo de Victoria's Secret, que además le ofrece la vida eterna, por una mujer ya ajada por el tiempo, y que, por supuesto, es mortal. ¿Qué clase de locura ha embargado a Odiseo? Este se lo explica a la diosa con unas sencillas palabras: «No lo lleves mal, diosa augusta, que yo bien conozco cuan por bajo de ti la discreta Penélope queda a la vista en belleza y en noble estatura. Mi esposa es mujer y mortal, mientras tú ni envejeces ni mueres. Mas con todo yo quiero, y es ansia de todos mis días, el llegar a mi casa y gozar de la luz del regreso». Mas con todo, añado yo, el amor
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Nuestra selección
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.