Amnistía: hasta el infinito y más allá

La clave es dar privilegios a vascos y catalanes, pero los independentistas ya no quieren más financiación: quieren un país. Stephen King tenía una frase sobre las arteras maniobras de Bush: quien no lo vea es que no presta la suficiente atención

Lunes, 18 de septiembre 2023, 01:38

Para sobrevivir, es importante llamar a las cosas por su nombre. Lo que está sucediendo en España es un proceso constituyente encubierto. No se dejen engañar por la apariencia de azafata de Air France de Yolanda Díaz: la cabeza de la extrema izquierda (y vicepresidenta ... en funciones, que tiene delito) ha ido a Bruselas a visitar a un prófugo de la justicia para asegurar el trono de Sánchez. Por el camino, pueden arramblar con todo: la integridad territorial, la igualdad entre ciudadanos, la separación de poderes, el orden constitucional... Para ello, utilizarán el terraplanismo jurídico y la perversión del lenguaje (normalidad democrática, España multinivel, plurinacionalidad y diversidad, nación de naciones, desjudicialización, voluntad de entendimiento, Estado asimétrico, territorios históricos, y demás 'greatest hits'). Aquí la clave es darle privilegios a vascos y catalanes en detrimento de la mayoría de los españoles, pero los independentistas ya no quieren más financiación o autogobierno: quieren un país. Stephen King tenía una frase sobre las arteras maniobras de Bush: quien no lo vea, es que no está prestando la suficiente atención.

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Porque no todo es semiótica, ni perfomance, ni símbolo. Hay una realidad, hay unos hechos. Y están delante de nuestras narices. No es posible un estado confederal sin que España se desintegre (la famosa república laica y plurinacional). Una ley de amnistía no cabe en la Constitución, porque supone la desaparición de las consecuencias penales de una conducta, y porque sólo tiene sentido en el marco de una transición política (que es lo que buscan los independentistas: la liquidación del 78). Precisamente una Carta Magna que se organiza para garantizar la indisoluble unidad de la nación y evitar el vicio decimonónico del vaivén y la inestabilidad crónica. No es racional que en un hemiciclo de 350 diputados se dependa de 26 que quieren liquidar España. No es sensato que se ningunee a 11 millones de votantes de derechas, como tampoco lo es que la jocosa Yolanda se niegue a entrevistarse con Feijóo, pero vaya a compadrear con un delincuente. No se puede declarar legal el intento de golpe de Estado de 2017. No se puede condonar la deuda catalana de 70.000 millones con el Fondo de Liquidez Autonómica.

Sin embargo, las declaraciones pasadas por el fentanilo se van acumulando. Las emanaciones mefíticas del psicodrama de 2017 atufan el aire. Urkullu se saca de la chistera un montón de mentiras históricas (la plurinacionalidad de España hasta el siglo XVIII), varias trampas conceptuales, y un fraude de ley, la 'convención constitucional', o sea, como no puede cambiar la Constitución, se la reinterpreta sin el consenso de los españoles. Un nuevo ataque al estado de derecho, un plan Ibarretxe pasado por un baño de LSD. Y eso lo pide el capo de la región de un estado con mayor autonomía de toda Europa. También se impulsa el uso de las lenguas cooficiales en el Congreso de los Diputados, precisamente un hemiciclo 'nacional', es decir, que no acabo de ver el sentido de que lenguas oficiales en sus respectivas comunidades, pero no en el territorio nacional, obliguen a una señoría de Cartagena a ponerse el pinganillo para entender a una señoría de Cambrils. España ni es Suiza ni es Bélgica, y nos entendemos todos perfectamente con el español, que es lengua común, esta sí, oficial del Estado por el artículo 3.1 de la Constitución. Eso sin hablar de los matices y la ironía y la claridad que se van a perder si todo pasa por el tamiz de traductores. Todo esto mientras en Cataluña siguen sin cumplirse las sentencias judiciales que exigen impartir al menos un 25% de las clases en español. Si a algunos ya nos parecía un abuso que nos impusieran el bable, ahora taza y media. Y me dejo en el tintero la práctica fraudulenta de prestar diputados para la conformación de grupos propios, a pesar de no cumplir los requisitos, a fin de obtener flus contante y sonante, además de visibilidad, pero visto el disparate que está en marcha, eso ya es el chocolate del loro.

Todo esto, estimados lectores, es la política posmoderna. Una mezcla de la cruda lógica del poder, cinismo, negación de una realidad objetiva, victimismo, fatuidad de las leyes, histrionismo, popurrís sentimentaloides, nacionalismo supremacista, populismo, fascinación por la ingeniería social y laminación de las bases racionales de la Ilustración. Dicho de otro modo: cuesta abajo y sin frenos. Algunos intelectuales lo han llegado a bautizar como el 'suicidio cultural de Occidente por excelencia'. Mientras el público se distrae con Rubiales, un cani poligonero; con Daniel, el descuartizador tailandés, y con las muertes de María Teresa y María Jiménez, la balcanización de España está en el aire. Son más importantes los ingresos por publicidad que la desaparición del país. Se busca la humillación de un estado (ergo de los españoles) por un chiflado que se cree William Wallace, y mientras se va negociando en el mercado persa ir echando a España de dos comunidades, su justicia, sus impuestos, sus instituciones, su Policía, el PSOE (que ya no es el PSOE como tal, sino Sánchez), firma cosas como «el Estado se compromete con el fin de la represión relacionada con el 1-O contra el independentismo por las vías legales necesarias». Una obscenidad, si me permiten la definición. El heraldo de que en este país se acabó el centrismo y la moderación, y de que se produce la retirada y el acorralamiento del espíritu del 78 igual que en el cuento 'Casa tomada', de Cortázar. La Corona puede ir mirando por si acaso ofertas de Booking en Estoril o Roma. Y todo esto será aliñado con turras a lo Cristina Narbona sobre «la honestidad, el rigor, la empatía y el respeto». A mí me recuerda más al hipervitaminado Buzz Lightyear: «¡Hasta el infinito y más allá!». Las cosas que veremos, Sancho. Vayan preparando las sales.

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